Un día como hoy, el 21 de diciembre de 1967, el periódico clandestino “Pueblo y Revolución” informó que Ignacio Goitía, veterano luchador sindical, mejor conocido en Punto Fijo (Falcón) como “Pichirilo”, se encontraba detenido en la cárcel pública de Maracaibo (Zulia). Sus familiares lo daban por “desaparecido” y llegaron a confirmar su fusilamiento por la policía de Acción Democrática en las serranías de Churuguara (Falcón).
Sin embargo, la verdadera historia era que Ignacio Goitía había sido gravemente herido durante una operación guerrillera en el golfo de Venezuela, en marzo de 1963. Una explosión le arrancó la mitad del brazo. Sangrando y casi moribundo cayó preso y fue trasladado al hospital de Cumarebo. Una vez restablecido lo trasladaron al campamento de prisionero de Cabure y allí fue torturado por una comisión de la Dirección General de Policía (Digepol), formada por Carlos José Vegas Delgado, Atahualpa Montes y Mario Segundo Leal. En dos ocasiones lo “fusilaron”. Este procedimiento era practicado por J.J. Patiño González como una práctica de tortura especial. Consistía en trasladar al preso a un paraje solitario y montar un escenario de fusilamiento con soldados armados de fusiles o ametralladoras. “Reza porque te vamos a fusilar aquí mismo”. El prisionero tenía los ojos vendados y las manos sujetas fuertemente con esposas en la espalda. “Ponte de espalda”. Si el prisionero era débil o cobarde, caía en llanto o desesperación. Éstos eran los momentos que disfrutaban los torturadores. “Apunten y al contar cinco disparen”.
Sin embargo, la verdadera historia era que Ignacio Goitía había sido gravemente herido durante una operación guerrillera en el golfo de Venezuela, en marzo de 1963. Una explosión le arrancó la mitad del brazo. Sangrando y casi moribundo cayó preso y fue trasladado al hospital de Cumarebo. Una vez restablecido lo trasladaron al campamento de prisionero de Cabure y allí fue torturado por una comisión de la Dirección General de Policía (Digepol), formada por Carlos José Vegas Delgado, Atahualpa Montes y Mario Segundo Leal. En dos ocasiones lo “fusilaron”. Este procedimiento era practicado por J.J. Patiño González como una práctica de tortura especial. Consistía en trasladar al preso a un paraje solitario y montar un escenario de fusilamiento con soldados armados de fusiles o ametralladoras. “Reza porque te vamos a fusilar aquí mismo”. El prisionero tenía los ojos vendados y las manos sujetas fuertemente con esposas en la espalda. “Ponte de espalda”. Si el prisionero era débil o cobarde, caía en llanto o desesperación. Éstos eran los momentos que disfrutaban los torturadores. “Apunten y al contar cinco disparen”.
La tensión era máxima. El prisionero esperaba la muerte inevitable. ¡Uno…dos…tres…cuatro…cinco!
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