El caimán y la paloma
Rafael Leyva Ricardo
La música fue testigo y cómplice para que el Mundo develara el romance del caimán por la paloma. Sólo en aquella isla encocodrilada es posible la simbiosis animal. A pesar de la tinta derramada y los gimoteos de los egoístas, Cuba fue el mejor escenario para cantar por la Paz, amén de lóbregas intenciones, disfrazadas en trapos blancos.
Juanes, el cantante colombiano residente en Miami, fue contracorriente y organizó un evento para que los cubanos recibieran por primera vez a artistas como Bosé y Tañón, que se rindieron ante el cariño de 1 millón 150 mil personas que abarrotaron la Plaza de la Revolución. El “cobro” del hombre de la camisa negra vino en forma de canción dedicada a los jóvenes cubanos. En su letra, Juanes invitó a cambiar, a ser libres, a vencer los miedos.
Poco se le puede reprochar al artificio de la industria musical. Menos al desconocedor de la realidad cubana, que también ha recibido los retazos edulcorados por CNN, FOX, y otros de los prismas que dan color y forma a todo lo que nos rodea.
Muchos cuestionamientos se abren con el vuelo de la paloma blanca sobre el malecón habanero. ¿Por qué a los cubanos se les niega el acceso a conciertos de artistas internacionales?
La respuesta no está en la isla, sino a 90 millas náuticas, desde el mismo sitio donde se maneja la industria del disco y desde donde se fabrican los estereotipos culturales que por siglos nos han educado los sentidos para decirnos qué es bueno o malo.
Los cantores del escepticismo han recibido una bofetada del pueblo cubano, los verdaderos protagonistas del evento cultural histórico, que sirvió para que los ojos del Mundo vean que hay una Cuba diferente a la que nos contaron, donde la libertad se baila al ritmo del son. Habría que preguntarse si el bienintencionado Juanes está consciente de la esencia de la palabra libertad como principio humano que en Cuba no se negocia en dólares la misma moneda que marca la distancia entre un disco de oro o platino.
Rafael Leyva Ricardo
La música fue testigo y cómplice para que el Mundo develara el romance del caimán por la paloma. Sólo en aquella isla encocodrilada es posible la simbiosis animal. A pesar de la tinta derramada y los gimoteos de los egoístas, Cuba fue el mejor escenario para cantar por la Paz, amén de lóbregas intenciones, disfrazadas en trapos blancos.
Juanes, el cantante colombiano residente en Miami, fue contracorriente y organizó un evento para que los cubanos recibieran por primera vez a artistas como Bosé y Tañón, que se rindieron ante el cariño de 1 millón 150 mil personas que abarrotaron la Plaza de la Revolución. El “cobro” del hombre de la camisa negra vino en forma de canción dedicada a los jóvenes cubanos. En su letra, Juanes invitó a cambiar, a ser libres, a vencer los miedos.
Poco se le puede reprochar al artificio de la industria musical. Menos al desconocedor de la realidad cubana, que también ha recibido los retazos edulcorados por CNN, FOX, y otros de los prismas que dan color y forma a todo lo que nos rodea.
Muchos cuestionamientos se abren con el vuelo de la paloma blanca sobre el malecón habanero. ¿Por qué a los cubanos se les niega el acceso a conciertos de artistas internacionales?
La respuesta no está en la isla, sino a 90 millas náuticas, desde el mismo sitio donde se maneja la industria del disco y desde donde se fabrican los estereotipos culturales que por siglos nos han educado los sentidos para decirnos qué es bueno o malo.
Los cantores del escepticismo han recibido una bofetada del pueblo cubano, los verdaderos protagonistas del evento cultural histórico, que sirvió para que los ojos del Mundo vean que hay una Cuba diferente a la que nos contaron, donde la libertad se baila al ritmo del son. Habría que preguntarse si el bienintencionado Juanes está consciente de la esencia de la palabra libertad como principio humano que en Cuba no se negocia en dólares la misma moneda que marca la distancia entre un disco de oro o platino.
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