martes, 21 de septiembre de 2010

IVÁN REGRESANDO AL BARRIO, A LA CASA, AL ABRAZO

IVÁN REGRESANDO AL BARRIO, A LA CASA, AL ABRAZO.
Jasmil Mendoza León.

A mí se me quedó instalada para siempre la presencia de Iván en la memoria.

Desde que nos encontramos la primera vez: tío, primo, hermano mayor, él adolescente, yo niño, nos identificamos en su amplitud y en mi curiosidad excesiva.

Cómo haría para ser de su estatura y para alcanzar su seriedad, esa libertad de espíritu que se reflejaba en el gesto, en sus movimientos, en sus respuestas, en su falta de egoísmo, en su manera de compartir conmigo todo lo que había aprendido en su ya larga vida.Yo le miraba ir y venir.

En qué anda, quería saber; mientras, me enseñó a patinar, me nombró todos los lugares de la tierra, los ríos más importantes del mundo, el nombre de los minerales en su colección geológica de bachillerato, dónde quedaba China, la URSS, los yanquis y Cuba, quiénes eran Eisenhower, Betancourt, Gustavo Machado, Fidel, qué cosa era feudalismo, latifundio, capitalismo, monopolio, democracia, socialismo, comunismo. Así, casi en ese mismo orden.

Qué hace, quería saber; mientras, cantaba como Sadel; mientras, reía; mientras, se asustaba o yo lo creía, del carácter y el control de la abuela Olga, de mi madrina Olga; mientras, conversaba con Don Pedro Mendoza.

Presentía que realizaba algo inentendible en medio de mis ganas de volar un papagayo, bailar un trompo, de aprender a manejar una bicicleta, de comer completo alguna vez, de poder comprar un helado tan inalcanzable como los misterios de los que sospechaba, pero Iván igual jugaba, igual reía, igual compartía, igual vivía.

Así, él creció, yo también, se nos fue la edad temprana y nos adentramos en el torbellino prematuro de la rebelión, yo le veía en la calle, le veía en la tribuna, miembro de la FEL (Federación de Estudiantes de Lara) dirigiendo las manifestaciones, enfrentando a la policía. Recuerdo el día en que a pesar de la familiaridad que había entre nosotros, se me convirtió en mito, en héroe.

Fue una mañana en la ETI de Barquisimeto, cuando llegó al frente de otros estudiantes del Lisandro Alvarado a convocarnos para las protestas, le brotaban voces, palabras indescifrables para mí, allí se me puso alto sobre aquella tarima improvisada, se agrandó en mi imaginario, tanto que pensé que ya no era mi primo, mi igual. Hablaba con otros signos, mientras la represión utilizaba obreros del MOP (Ministerio de Obras Públicas) para acallar aquellas voces, aquellas nuevas voces, aquella valentía. Y su nombre se transformó en leyenda en nuestra ciudad, en el barrio, los muchachos de la vecindad hablaban de un Iván Daza a quien admiraban y tal vez temían en la rivalidad juvenil.

Los adultos observaban a nuestra familia con temor, pues eran rutinarios los allanamientos de la digepol.

Todavía cuando encuentro a aquella gente, lo recuerdan. En mi fuero más íntimo disfruto el haberme convertido en ese referente.

Aquel misterio se transformó en presencia inefable. Yo sonreía y hoy, cincuenta años después, miro hacia el recuerdo y hablo a quien tan cercano a mí, un día, no pude ver más, no pude conversar otra vez, no pude apurar con mis interrogantes.

Una tarde como una premonición me llamaron a casa de la abuela con urgencia, allí estaba, el enemigo pisándole los talones, eso lo deduje después, me habló de la importancia de la familia, de la seguridad, de la identidad de clase, de la guerra necesaria, del valor de la vida, de la victoria final del pueblo y me entregó varios libros cuyos títulos se perdieron en mi memoria. Semanas después de su desaparición, merecida o inmerecidamente su madre me entregó el estante metálico en el que tenía los libros, los cuadernos y sus muestras geológicas sobrevivientes de la persecución.

Por aquel tiempo el gobierno casi festejaba en los periódicos, informaban de un enfrentamiento armado, hablaban particularmente, incisivamente, con satisfacción de su caída. Le tenían como gran enemigo, le temían por su audacia y por su liderazgo, intentaron desaparecerlo todo, completamente, creo que hasta el partido lo asumió como circunstancia, como daño colateral.

Jamás quise llamar muerte a su ausencia, ni he escrito un poema en su nombre, lo imaginé actuando en misiones secretas encomendadas por la revolución, con otros rostros, en otras latitudes, con otros camaradas compartiendo su alegría, su extrema seriedad, aquellos conocimientos, esperé encontrarlo en alguna calle del mundo o en alguna reunión, vertical e irreductible.

He soñado que alcanzada la victoria Iván vuelve al barrio, a la casa, al abrazo.

Mérida, 19 de septiembre de 2010

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recuerdo,que a pesar de no haberlo visto nunca,ivan fue ese tio ausente,la leyenda nuestra muy escondida pero hermosa,de la que sabiamos y que no podiamos contar,Lucia su madre,sus hermanos,Raul.Armando.Roy.y hasta mi padre,ah.. esas personas extrañas y queridas que aparecian como relampagos a pleno sol,asi era,siempre huyendo.Ya no