Camilo Torres presente. A 44 años de su caída en combate
Por: Antonio González Ordoñez
Hace 44 años la hermana república de Colombia estaba viviendo momentos intensos en la historia. Había efervescencia de movimientos nuevos; debates, reflexiones y polémicas que se manifestaban en experimentos por sacudir injusticias acumuladas durante mucho tiempo, diríamos durante varios siglos. Fue un momento del despertar de conciencias semidormidas; un momento que sacudía también con mucha fuerza las maneras tradicionales de comprender y vivir la fe cristiana.
Camilo Torres fue un catalizador de ese momento. Su condición de sacerdote y de sociólogo, su carisma personal, su lucidez intelectual y su honestidad moral, le permitieron situarse en el corazón del conflicto. Sacudió profundamente los textos preestablecidos por el orden burgués, esos tejidos de dogmas explícitos e implícitos, conscientes e inconscientes, mediante los cuales hemos aceptado e introyectado la injusticia, la dominación y la opresión, en los registros jurídicos y legales, en las costumbres sociales, en las estructuras económicas, en la vida familiar, en las tradiciones religiosas, en general en la cultura.
Transcurridos 44 años es el momento de recordar que, Camilo interpeló y continúa interpelando a los que nos llamamos cristianos, para invitarnos a descubrir cómo nuestra fe tiene siempre el peligro de ser cooptada, manipulada y funcionalizada por los mismos mecanismos generadores de la opresión.
La muerte de Camilo Torres casi coincide con la clausura del Concilio Vaticano II (en diciembre de 1965). Camilo obligó a la Iglesia latinoamericana a poner en el primer plano de sus reflexiones el problema de la injusticia. Esto se palpó en Medellín en 1968: Camilo interpela apremiantemente desde su muerte violenta, situando los interrogantes en los linderos de lo decisivo y de lo urgente.
El mensaje central de Camilo fue el resaltar de nuevo el amor como la esencia del cristianismo, pero insistiendo en sus mensajes, sus prácticas, sus gestos y sus símbolos, en que el amor no puede nunca hacerse real en palabras sino en hechos.
Toda la narración de su vida podríamos decir que fue una búsqueda dramática de coherencia, tratando de lograr que el mundo de los valores se confrontara y articulara con el mundo de la eficacia, como condición ineludible para salvar la misma autenticidad de los valores.
Uno de los teólogos de la liberación afirmaría varios años después de Camilo que “la fe sin ideologías está muerta” (parodiaba así un versículo de la Carta de Santiago, donde se afirma que “la fe sin obras está muerta”.[Sant. 2,17]). Por eso una opción ideológica aparece allí como algo necesario para hacer operativos los valores en los cuales se cree.
Recordar a Camilo no es hacer un homenaje frívolo o formal a una personalidad que clasificó para la historia como un verdadero ejemplo de entrega, el cual está sembrado en el corazón del pueblo Latinoamericano. Recordarlo es arriesgarse a ser nuevamente desgarrado y desestabilizado por sus interpelaciones. Recordarlo no es confrontarse con un personaje, ni con un amigo, ni siquiera con el líder de las propias simpatías. Recordarlo es confrontarse con la historia, con la idea de humanidad que tenemos, con el sentido y el valor de nuestras propias vidas y asumir el compromiso de cambiar la sociedad aun a riesgo de la propia existencia.
Un 15 de febrero de 1965 hace 44 años cayo Camilo Torres uno de los Fundadores del Ejercito de Liberación Nacional ELN colombiano, las causas y razones de su lucha siguen intacticas en su país, su visión del compromiso cristiano esta también vigente, en contraposición de una jerarquía católica que se olvido de los desamparados y es servidora a ultranza de la burguesía y el capital.
Por: Antonio González Ordoñez
Hace 44 años la hermana república de Colombia estaba viviendo momentos intensos en la historia. Había efervescencia de movimientos nuevos; debates, reflexiones y polémicas que se manifestaban en experimentos por sacudir injusticias acumuladas durante mucho tiempo, diríamos durante varios siglos. Fue un momento del despertar de conciencias semidormidas; un momento que sacudía también con mucha fuerza las maneras tradicionales de comprender y vivir la fe cristiana.
Camilo Torres fue un catalizador de ese momento. Su condición de sacerdote y de sociólogo, su carisma personal, su lucidez intelectual y su honestidad moral, le permitieron situarse en el corazón del conflicto. Sacudió profundamente los textos preestablecidos por el orden burgués, esos tejidos de dogmas explícitos e implícitos, conscientes e inconscientes, mediante los cuales hemos aceptado e introyectado la injusticia, la dominación y la opresión, en los registros jurídicos y legales, en las costumbres sociales, en las estructuras económicas, en la vida familiar, en las tradiciones religiosas, en general en la cultura.
Transcurridos 44 años es el momento de recordar que, Camilo interpeló y continúa interpelando a los que nos llamamos cristianos, para invitarnos a descubrir cómo nuestra fe tiene siempre el peligro de ser cooptada, manipulada y funcionalizada por los mismos mecanismos generadores de la opresión.
La muerte de Camilo Torres casi coincide con la clausura del Concilio Vaticano II (en diciembre de 1965). Camilo obligó a la Iglesia latinoamericana a poner en el primer plano de sus reflexiones el problema de la injusticia. Esto se palpó en Medellín en 1968: Camilo interpela apremiantemente desde su muerte violenta, situando los interrogantes en los linderos de lo decisivo y de lo urgente.
El mensaje central de Camilo fue el resaltar de nuevo el amor como la esencia del cristianismo, pero insistiendo en sus mensajes, sus prácticas, sus gestos y sus símbolos, en que el amor no puede nunca hacerse real en palabras sino en hechos.
Toda la narración de su vida podríamos decir que fue una búsqueda dramática de coherencia, tratando de lograr que el mundo de los valores se confrontara y articulara con el mundo de la eficacia, como condición ineludible para salvar la misma autenticidad de los valores.
Uno de los teólogos de la liberación afirmaría varios años después de Camilo que “la fe sin ideologías está muerta” (parodiaba así un versículo de la Carta de Santiago, donde se afirma que “la fe sin obras está muerta”.[Sant. 2,17]). Por eso una opción ideológica aparece allí como algo necesario para hacer operativos los valores en los cuales se cree.
Recordar a Camilo no es hacer un homenaje frívolo o formal a una personalidad que clasificó para la historia como un verdadero ejemplo de entrega, el cual está sembrado en el corazón del pueblo Latinoamericano. Recordarlo es arriesgarse a ser nuevamente desgarrado y desestabilizado por sus interpelaciones. Recordarlo no es confrontarse con un personaje, ni con un amigo, ni siquiera con el líder de las propias simpatías. Recordarlo es confrontarse con la historia, con la idea de humanidad que tenemos, con el sentido y el valor de nuestras propias vidas y asumir el compromiso de cambiar la sociedad aun a riesgo de la propia existencia.
Un 15 de febrero de 1965 hace 44 años cayo Camilo Torres uno de los Fundadores del Ejercito de Liberación Nacional ELN colombiano, las causas y razones de su lucha siguen intacticas en su país, su visión del compromiso cristiano esta también vigente, en contraposición de una jerarquía católica que se olvido de los desamparados y es servidora a ultranza de la burguesía y el capital.
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