¡Muerte a los traidores!
María de Jesús Daza Bonnier
Cuando ya había salido el sol del 4 de febrero de 1992, el pueblo venezolano, desvelado y sorprendido, también estaba expectante a lo que continuaría. El oficial que llamó a rendirse a sus compañeros de armas, había aclarado que se trataba de una suspensión momentánea de sus acciones.
El “por ahora” había quedado retumbando en millones de hogares.
Pero, por ahora, el pueblo debía quedarse en casa observando los acontecimientos por televisión.
El Congreso Nacional fue uno de los escenarios más importantes de ese momento, allí se produjo una fuerte discusión en la que tuvieron especial figuración Rafael Caldera, que gritó a los cuatro vientos que los allí presentes llamaban a defender una democracia que mataba a la gente de hambre; y Aristóbulo Istúriz, que interpretó el sentir del pueblo y con energía desenmascaró a quienes en ese recinto pretendían lavar sus culpas.
De entre esa bancada decadente surgió David Morales Bello. La gente escuchó la voz chillona y destemplada del dirigente adeco que gritaba: “¡Muerte a los golpistas!”.
Morales Bello venía de ejercer un inmenso poder controlando los tribunales de la República, desde donde favorecía a sus clientes y protegidos, de hecho, en el país se hablaba abiertamente de “La tribu de David”, que reunía a cientos de jueces, abogados y funcionarios a su servicio.
El impacto negativo de aquella petición de muerte fue tal, que hasta los medios privados buscaron la forma de hacer como que no había ocurrido. Pero la gente no olvidó la escena y Morales Bello vio llegar su muerte política, a pesar de que intentó explicar que en verdad había querido decir “abajo los golpistas”. Por contraste, Rafael Caldera y Aristóbulo Istúriz terminaron siendo Presidente de la República y alcalde
María de Jesús Daza Bonnier
Cuando ya había salido el sol del 4 de febrero de 1992, el pueblo venezolano, desvelado y sorprendido, también estaba expectante a lo que continuaría. El oficial que llamó a rendirse a sus compañeros de armas, había aclarado que se trataba de una suspensión momentánea de sus acciones.
El “por ahora” había quedado retumbando en millones de hogares.
Pero, por ahora, el pueblo debía quedarse en casa observando los acontecimientos por televisión.
El Congreso Nacional fue uno de los escenarios más importantes de ese momento, allí se produjo una fuerte discusión en la que tuvieron especial figuración Rafael Caldera, que gritó a los cuatro vientos que los allí presentes llamaban a defender una democracia que mataba a la gente de hambre; y Aristóbulo Istúriz, que interpretó el sentir del pueblo y con energía desenmascaró a quienes en ese recinto pretendían lavar sus culpas.
De entre esa bancada decadente surgió David Morales Bello. La gente escuchó la voz chillona y destemplada del dirigente adeco que gritaba: “¡Muerte a los golpistas!”.
Morales Bello venía de ejercer un inmenso poder controlando los tribunales de la República, desde donde favorecía a sus clientes y protegidos, de hecho, en el país se hablaba abiertamente de “La tribu de David”, que reunía a cientos de jueces, abogados y funcionarios a su servicio.
El impacto negativo de aquella petición de muerte fue tal, que hasta los medios privados buscaron la forma de hacer como que no había ocurrido. Pero la gente no olvidó la escena y Morales Bello vio llegar su muerte política, a pesar de que intentó explicar que en verdad había querido decir “abajo los golpistas”. Por contraste, Rafael Caldera y Aristóbulo Istúriz terminaron siendo Presidente de la República y alcalde
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