Tres colores verticales, alargados, como las raíces del árbol robinsoniano, bolivariano, zamorano. Como el brazalete de la noche insurrecta de febrero.
UN BRAZALETE TRICOLOR
¡¡Mi capitán yo no tengo brazalete!!
Eran casi las ocho de la noche del lunes tres de febrero de 1992. Y aunque la orden que había en el patio del viejo cuartel Páez de Maracay era no hacer ruido, se sentía ya en el viento fresco que se arremolinaba entre los mangos y los samanes centenarios, el rumor contenido de la insurrección militar.
Un soldado paracaidista del Batallón Antonio Nicolás Briceño estaba casi listo como todos, para iniciar el movimiento sorpresivo contra la tiranía carlosandrecista. Llevaba su fusil 5.56 con munición suficiente para tres días de combate, un lanzacohetes Carl-Gustav y dos AT-4 (arma antitanques). Su uniforme camuflado se confundía con las sombras zigzagueantes y portaba impecablemente su boina roja rebelde. Pero aquel muchacho nativo de Tinaquillo no tenía el símbolo mágico que a esa hora ya todos portaban El Brazalete Tricolor.
El capitán bolivariano sacó uno de su mochila de combate y como buen maestro de salto, acostumbrado a chequear hasta el mínimo detalle de sus hombres antes de lanzarlos por la puerta del avión, lo colocó él mismo en torno al brazo izquierdo palpitante de patria.
Luego, el soldado paracaidista se encuadró en la formación con una sonrisa de satisfacción y un gesto absoluto de seguridad.
Y es que aquel brazalete proporcionaba un sentimiento de fortalezas inauditas, un espíritu de pertenencia a lo inextinguible, de protección inexplicable ante los mil peligros que acechaban allá en la oscuridad de aquella noche atronante.
Después, volaron por toda la patria, alborozados para internarse en el tiempo, dominando las distancias y dejando un trazo tricolor que partió la oscuridad para siempre.
¿Qué de dónde vino la idea? Pues de casi doscientos años de Historia Tricolor.
UN BRAZALETE TRICOLOR
¡¡Mi capitán yo no tengo brazalete!!
Eran casi las ocho de la noche del lunes tres de febrero de 1992. Y aunque la orden que había en el patio del viejo cuartel Páez de Maracay era no hacer ruido, se sentía ya en el viento fresco que se arremolinaba entre los mangos y los samanes centenarios, el rumor contenido de la insurrección militar.
Un soldado paracaidista del Batallón Antonio Nicolás Briceño estaba casi listo como todos, para iniciar el movimiento sorpresivo contra la tiranía carlosandrecista. Llevaba su fusil 5.56 con munición suficiente para tres días de combate, un lanzacohetes Carl-Gustav y dos AT-4 (arma antitanques). Su uniforme camuflado se confundía con las sombras zigzagueantes y portaba impecablemente su boina roja rebelde. Pero aquel muchacho nativo de Tinaquillo no tenía el símbolo mágico que a esa hora ya todos portaban El Brazalete Tricolor.
El capitán bolivariano sacó uno de su mochila de combate y como buen maestro de salto, acostumbrado a chequear hasta el mínimo detalle de sus hombres antes de lanzarlos por la puerta del avión, lo colocó él mismo en torno al brazo izquierdo palpitante de patria.
Luego, el soldado paracaidista se encuadró en la formación con una sonrisa de satisfacción y un gesto absoluto de seguridad.
Y es que aquel brazalete proporcionaba un sentimiento de fortalezas inauditas, un espíritu de pertenencia a lo inextinguible, de protección inexplicable ante los mil peligros que acechaban allá en la oscuridad de aquella noche atronante.
Después, volaron por toda la patria, alborozados para internarse en el tiempo, dominando las distancias y dejando un trazo tricolor que partió la oscuridad para siempre.
¿Qué de dónde vino la idea? Pues de casi doscientos años de Historia Tricolor.
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