Sobre locura, dominación, esclavitud y propiedad
Freddy J. Melo
La contrarrevolución no ha podido soportar la posibilidad de tener que enfrentar a Hugo Chávez en elecciones presidenciales sucesivas, segura, además, de que ya es precandidato para las del año 2012. Su ira en dimensión de locura le hace guardar los trajes democráticos, lujo de ocasión, y bozalear a los pudorosos para el cese de sus siempre tímidos balbuceos. El plan B se despliega con el consabido estruendo mediático y la concertación de desvergüenzas internas y externas, en aquelarre de la mentira, buscando reproducir aquel abril tormentoso, ahora pretendidamente sin errores y culminado en magnicidio y lanzamiento del país a la vorágine de la guerra civil.
La descarga se concentra en cuatro blancos, dictadura, libertad de expresión, propiedad privada y comunismo, en cada caso con absoluto desprecio de la razón y la sindéresis. Personas que saben lo que es una dictadura rinden su honor acusando de tal al Gobierno, por mil títulos el más democrático de nuestra historia, y defienden en boxeo de sombra a una libertad de expresión que jamás ha tenido mayor plenitud en Venezuela y cuyas manchas más notorias provienen del lado opositor, con cierre de medios, perversión de la veracidad, ocultamiento de hechos y conversión del mensaje en arma política promotora de confusión, desinformación, odio, terror y violencia. En fin, abdicación de toda ética e inversión de la semántica para que las palabras signifiquen su opuesto.
¡La sacrosanta propiedad privada! Si echamos una rápida ojeada podremos poner de pie las palabras y ver que los verdaderos liquidadores de la propiedad privada de las inmensas mayorías son los sectores dominantes en cada formación social. El sistema esclavista arrebató a los primitivos seres que vivían en comunidad, no sólo sus rudimentarios medios de producción y subsistencia, sino también el alma, convirtiéndolos en propiedad privada de los amos. La feudalidad dio a los siervos de la gleba microparcelas dentro de los feudos, con aperos e instrumentos, para que entre todos enriqueciesen a los señores y sobreviviesen, y junto con la tierra también eran propiedad privada y padecían una disfrazada esclavitud. El capitalismo, no precisamente en forma idílica (“la acumulación originaria significó la expropiación de los productores directos, es decir, la disolución de la propiedad privada basada en el trabajo personal”, señala Marx, al tiempo que condena “la serie de robos, atrocidades y violaciones que acompañaron a la expropiación violenta del pueblo desde el último tercio del siglo XV hasta el siglo XVIII”), el capitalismo, digo, disolvió los feudos (hablo de manera general), convirtió progresivamente en capital la tierra, liberó a los siervos, dejándolos sin señores aparentes y sin bienes, para instaurar un sistema que sólo puede existir entre individuos libres, relacionándose para la actividad productiva de mercancías, nueva expresión del valor económico, mediante contratación: unos, pequeña minoría, dueños de los medios e instrumentos de producción originariamente adquiridos valiéndose de engaño y fuerza; otros, la gran masa popular “liberada” de propiedad, poseedores de un solo bien, su fuerza de trabajo, obligada por esa condición a convertirse también en mercancía. Así, pues, entre dos “libres” de ese tipo, uno de ellos tiene la libertad de no trabajar… y morirse de hambre: es de nuevo esclavitud disfrazada, pero ahora con mayor sofisticación y ocultamiento de la esencia.
La capacidad arrebatadora de propiedad del capitalismo no tiene límites. El meollo del sistema la perpetúa y acrecienta: la producción es realizada socialmente por multitudes de asalariados, pero el producto es apropiado privadamente por los dueños de los medios de producción y el dinero. El trabajo humano tiene la facultad única de producir más de lo necesario para reponerse. De modo que en cada jornada del contrato pactado el trabajador recibe, en calidad de salario, aproximadamente lo requerido para la reposición de su fuerza de trabajo y el sostén de su familia --con lo que se asegura la reproducción de la clase obrera--, quedando en manos del dueño el excedente producido, el cual, una vez traducido en dinero acrecentado y deducidos los gastos de operación, deja un remanente de valor o plusvalía: es ésta una propiedad privada del trabajador legalmente arrebatada o robada, en acción que él acepta, aun cuando comprenda el mecanismo de la explotación, porque está sustentada en el orden existente. No obstante, cuando lo comprende, lucha conscientemente; cuando no, de todos modos lucha por sobrevivir… Proseguiré.
Freddy J. Melo
La contrarrevolución no ha podido soportar la posibilidad de tener que enfrentar a Hugo Chávez en elecciones presidenciales sucesivas, segura, además, de que ya es precandidato para las del año 2012. Su ira en dimensión de locura le hace guardar los trajes democráticos, lujo de ocasión, y bozalear a los pudorosos para el cese de sus siempre tímidos balbuceos. El plan B se despliega con el consabido estruendo mediático y la concertación de desvergüenzas internas y externas, en aquelarre de la mentira, buscando reproducir aquel abril tormentoso, ahora pretendidamente sin errores y culminado en magnicidio y lanzamiento del país a la vorágine de la guerra civil.
La descarga se concentra en cuatro blancos, dictadura, libertad de expresión, propiedad privada y comunismo, en cada caso con absoluto desprecio de la razón y la sindéresis. Personas que saben lo que es una dictadura rinden su honor acusando de tal al Gobierno, por mil títulos el más democrático de nuestra historia, y defienden en boxeo de sombra a una libertad de expresión que jamás ha tenido mayor plenitud en Venezuela y cuyas manchas más notorias provienen del lado opositor, con cierre de medios, perversión de la veracidad, ocultamiento de hechos y conversión del mensaje en arma política promotora de confusión, desinformación, odio, terror y violencia. En fin, abdicación de toda ética e inversión de la semántica para que las palabras signifiquen su opuesto.
¡La sacrosanta propiedad privada! Si echamos una rápida ojeada podremos poner de pie las palabras y ver que los verdaderos liquidadores de la propiedad privada de las inmensas mayorías son los sectores dominantes en cada formación social. El sistema esclavista arrebató a los primitivos seres que vivían en comunidad, no sólo sus rudimentarios medios de producción y subsistencia, sino también el alma, convirtiéndolos en propiedad privada de los amos. La feudalidad dio a los siervos de la gleba microparcelas dentro de los feudos, con aperos e instrumentos, para que entre todos enriqueciesen a los señores y sobreviviesen, y junto con la tierra también eran propiedad privada y padecían una disfrazada esclavitud. El capitalismo, no precisamente en forma idílica (“la acumulación originaria significó la expropiación de los productores directos, es decir, la disolución de la propiedad privada basada en el trabajo personal”, señala Marx, al tiempo que condena “la serie de robos, atrocidades y violaciones que acompañaron a la expropiación violenta del pueblo desde el último tercio del siglo XV hasta el siglo XVIII”), el capitalismo, digo, disolvió los feudos (hablo de manera general), convirtió progresivamente en capital la tierra, liberó a los siervos, dejándolos sin señores aparentes y sin bienes, para instaurar un sistema que sólo puede existir entre individuos libres, relacionándose para la actividad productiva de mercancías, nueva expresión del valor económico, mediante contratación: unos, pequeña minoría, dueños de los medios e instrumentos de producción originariamente adquiridos valiéndose de engaño y fuerza; otros, la gran masa popular “liberada” de propiedad, poseedores de un solo bien, su fuerza de trabajo, obligada por esa condición a convertirse también en mercancía. Así, pues, entre dos “libres” de ese tipo, uno de ellos tiene la libertad de no trabajar… y morirse de hambre: es de nuevo esclavitud disfrazada, pero ahora con mayor sofisticación y ocultamiento de la esencia.
La capacidad arrebatadora de propiedad del capitalismo no tiene límites. El meollo del sistema la perpetúa y acrecienta: la producción es realizada socialmente por multitudes de asalariados, pero el producto es apropiado privadamente por los dueños de los medios de producción y el dinero. El trabajo humano tiene la facultad única de producir más de lo necesario para reponerse. De modo que en cada jornada del contrato pactado el trabajador recibe, en calidad de salario, aproximadamente lo requerido para la reposición de su fuerza de trabajo y el sostén de su familia --con lo que se asegura la reproducción de la clase obrera--, quedando en manos del dueño el excedente producido, el cual, una vez traducido en dinero acrecentado y deducidos los gastos de operación, deja un remanente de valor o plusvalía: es ésta una propiedad privada del trabajador legalmente arrebatada o robada, en acción que él acepta, aun cuando comprenda el mecanismo de la explotación, porque está sustentada en el orden existente. No obstante, cuando lo comprende, lucha conscientemente; cuando no, de todos modos lucha por sobrevivir… Proseguiré.
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