martes, 10 de marzo de 2009

SINDICALEROS

Para desgracia del movimiento revolucionario venezolano, viejos y recientes marxistas han tergiversado la teoría de Carlos Marx sobre el papel revolucionario de la clase obrera.
Copiando dogmáticamente citas de los textos escritos por Marx en su fecunda vida (1818-83), han olvidado un principio fundamental que Lenin destacó: “El marxismo se funda sobre la historia y la realidad”. Ciertamente, un marxismo que prescinde de la realidad, ya sea porque queda postrado en el pasado, no percibe los cambios ocurridos en la práctica social o se deja arrebatar por la fantasía, abandona el campo del marxismo para convertirse en vulgar reformista o en un sindicalerismo pequeño-burgués.
La condición indispensable que debe exigirse a un revolucionario es que se apoye en las realidades. Sin este requisito, queda a merced de las abstracciones y el empirismo.
En el caso venezolano, el error es gravísimo cuando se idealiza a una joven e inmadura clase obrera, de reciente origen campesino, penetrada profundamente por la ideología burguesa y descompuesta por décadas de dominio de dirigentes sindicales y políticos primitivos, economicistas y oportunistas, imaginándola como si estuviéramos ante el proletariado alemán de finales del siglo XIX.
Lo peor que pudo pasarles a los trabajadores venezolanos es que, cuando apenas se desarrollaban como clase, cayeron en las fauces de la ideología de la clase media y de los mandos sindicales corrompidos de AD y COPEI. La clase obrera no ha tenido tiempo de ser ganada por la conciencia socialista. Se descompuso en las manos pervertidas del sindicalismo adeco. La Revolución Bolivariana heredó una clase obrera que no es “ni clase en sí ni para sí”, conducida por dirigentes incapaces de asumir una perspectiva socialista, que andan dando tumbos por el mismo camino de las viejas mafias sindicaleras de AD y COPEI, pero ahora con una camisa roja.
Uno de los peores daños que hizo Acción Democrática a nuestro país fue la descomposición de los obreros y campesinos. A los campesinos los convirtió en los pobres de la ciudad, reclutas para los oficios más bajos y para dotar las nóminas policiales. Ahora no se consiguen brazos para sembrar las fincas que rescata el Gobierno Revolucionario. A los obreros les implantó una dirección pequeño-burguesa que no mira más allá de ganar el apoyo sindical mediante demandas económicas, aún a costa de la quiebra de las empresas del Estado.
El presidente Chávez desenmascaró a las mafias y demandó echar del movimiento obrero el chantaje y la extorsión de quienes dan la espalda a los supremos intereses históricos de los trabajadores para asumir sólo los beneficios de la demagogia sindicalera.

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