domingo, 10 de octubre de 2010

BOLÍVAR, UN SUEÑO FRAGMENTARIO


Bolívar, un sueño fragmentario
Perdonen la intromisión, pero voy a hablar de teatro.
Cuando terminó la obra, luego de apretar duro mis “apellidos” para no llorar a veces o de pensar en la gravedad histórica para no carcajear, le dije a mi anfitrión, Jean Pierre, “si ustedes los suizos no habían creado aún la perfección, estos coños la acaban de crear”.
Me refería a la obra teatral “Bolívar, fragmentos de un sueño”, que el antiguo negociador de la paz en Colombia me invitó a disfrutar.
Uno en esta vida de media centuria ha visto muchas vainas sobre El Libertador. Visto, oído, saboreado, escuchado, tocado, sentido, soñado, mirado, presentido, adivinado, orado, presumido.
El pobre Bolívar ha servido para cuanta minusvalía nos ha azotado, y aún así, nunca tuvimos los ovarios de su Manuela para bajarlo de los marmóreos pedestales que lo condenaban inmisericordemente, a la eterna muerte eterna.
Tendríamos que ubicarnos en las tablas, literalmente tablas, retazos de madera inservible, porque se trata de un montón de guacales arrumados en torno a un patio de arenas oscuras, donde no tendría nada de extraño que aparecieren fantasmas. Fantasmas que sólo cruzan el vacío de una vieja puerta abandonada en medio de la noche.
Bolívar en Ginebra se llama Omar Porras.
Cuando El Libertador siguió los pasos sospechosamente subversivos de su maestro, tocayo y amigo Samuel Robinson, nunca pudo imaginarse que su lealtad a las convicciones lo llevaría a vivir otra vida en el cuero de un malandro que a su vez seguía con tozuda tenacidad a los discípulos de Bertolt Brecht, no se sabe con qué intenciones; al menos eso nos ha informado la policía local, que ha debido detenerlo y sancionarlo en diversas ocasiones por montar espectáculos callejeros libres de impuestos.
Pero este bogotano rural de aspecto pirático y excesiva locuacidad sensitiva, amante de degustar ostras bajadas de la luna en el tobogán excelso de la poesía, ha terminado por asumir que Él y Bolívar son la misma gente y vaya que quién lo saca de allí porque es capaz de armar un escándalo con una pandilla de luciérnagas que lo han secundado en su locura como las taritas gualdas aquellas del relato.
Omar Porras se vino de allá antes de que a un fulanito se le ocurriera el plan ese de sacar muchachos humildes de Soacha para llevarlos de actores a unas escenas un poco tormentosas donde debían simular ser del otro bando -ustedes saben- y de pronto hasta morirse y por supuesto nunca aparecer. Morir en combate contra la autoridad y las buenas costumbres quise decir.
El todo con las partes
El director de teatro Omar Porras, consagrado en víscera y utopía al oficio imprescindible de rehacernos con saña, juntó en esta pieza magistral -por no eludir los lugares comunes- su necesidad personalísima de regresar sobre Pegazo domando estampidas de Rocinantes, a la exigencia cuasi espartana de vencer a riesgo de estallar en mil jirones de taimadas esquirlas cárnicas.
Si la historia le asaltó las mortificaciones de la estirpe, si la necesidad de reafirmarse en sus esencias raigales le perturbó el ensueño, entonces la vocación de fugitivo en stand by supuso que hay móviles más audaces que el hambre para morder la sangre.
Entonces se juntó a un cartógrafo virtuoso de la palabra y reencarnando en los gemelos transformadores del Popol Vuh, vencieron el tedio y la resignación.
La verdad es que la complicidad de Porras y el escritor Willian Ospina, laureado recientemente en Venezuela con el Premio Internacional Rómulo Gallegos por su novela histórica El país de la canela, produjo una pócima etérea que le regala a sus víctimas un viaje gratuito por las edades de la conciencia; sólo tienes que entrar a la sala y sentarte por menos de dos horas a disfrutar de la mejor obra teatral sobre Simón Bolívar.
Los dos chamos Hunapuh e Ixbalanque juegan a armar un rompecabezas cuyos pedazos están hechos de tiempo y espacio. Viaje al fin, mientras deshacen el equipaje pareciera que la maleta se trasmuta en un insaciable donador de partos históricos, Maleta que Bolívar llevó por Cartagena, Jamaica y Haití cuando Él también fue refugiado.
Los fragmentos de Bolívar se mueven trepidantes sobre la arena, son desentierros, tesoros nebulosos que a ratos atormentan, pero tesoros inagotables que producen adicción a las verdades que se nos negaron para sojuzgarnos.
Estaciones con nombre y apellido
El Maestro Simon Rodríguez aceptó actuar. Un gran actor lo personaliza. Luego de concluir su informe para reconstruir la ciudad chilena de Concepción, se vino a Ginebra a rendirle culto a su Rousseau, y desde ese gigantesco puente cultural que es el exilio de los talentos, proclamó en francés que la libertad de los pobres sólo vendrá de la mano de la lucha por la igualdad cuando la fraternidad sea el idioma oficial de la república humana que soñara Bartolomé de las Casas.
Miranda, gladiador universal de las causas que enamoran, paga alto precio por la tragedia de los precursores y queda en los Olimpos como tótem de hazañas y premoniciones, como chamán telúrico de los anuncios, como creador de la Colombia tricolor, la grande, la que detendría los imperios voraces, la que nunca se arrodillaría a los poderes extraños, la que aun no existe. La que Bolívar tiene que hacer todavía.
La tercera estación del periplo bolivariano es la pasión hecha hembra.
Si Rodríguez es la luz de la escuela vital y Miranda la templanza en la batalla, Manuela es la sudorosa horizontalidad que desnuda jadeante nuestra esencia. Si aquellos camaradas son el huracán que afincan convicciones y baten contradicciones, esta compañera es el resumen de todos los encuentros.
Manuela es la consigna que enerva el entusiasmo, la custodia que frena al puñal traidor, la hamaca cálida para la noche bogotana que salta de la muerte al éxtasis del amor.
Como diría uno que también podría ser Bolívar, estas son las “tres fuentes y tres partes integrantes” de El Libertador.
Se juntaron el hambre y las ganas de comer
Bolívar, fragmentos de un sueño, no ignora la tragedia que vive la “pequeña” Colombia. El jolgorio improvisado de campesinos alegres puede ser interrumpido en cualquier momento por las detonaciones. Los disparos de pronto parecen parte de la orquesta, pero los hallazgos ensangrentados frustran la danza sensual que provoca el ambiente. Uno quisiera que el atormentado personaje no siguiera escarbando, no fuera a suceder que se consiga con las anónimas osamentas de la Macarena. El leve humo que hace parte de la escena lúgubre, puede ser por evaporaciones de los hornos crematorios clandestinos. El derrame de espeso líquido rojo, recuerda el tétrico sonido de las motosierras. La apátrida usurpación está infectada de diáspora.
Sin embargo, hay chance para el humor. Es que en eso de reírnos de todo, los andinocaribeñoamazónicos somos campeones. Y en eso de la parranda, no nos gana nadie. Así que eche hombe que con tambor y gaita el meneo va seguro y no importa si es de noche y que todo está oscuro, que es mejor pal perro si la perra es chuta y saque ya el acordeón y tóquese un vallenato rico jueputa…
Porras se inventa la odisea, recluta a Ospina que le teje un chal andaluz de textos claros, precisos, ni panfletarios ni rebuscados, eso si, impecablemente documentados y zahirientemente veraces.
El propio Bolívar aporta de su puño y letra al convite, donde suenan las truncadas voces de Jorge Eliécer Gaitán, Luís Carlos Galán, y en mi mente de espectador entregado, se suman las de Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Osas.
Voces profundas, voces brillantes, voces hermosas como las voces que cantan la ópera de Abya Yala y África que vive en nuestro sincretismo emancipador.

Por el sentido del alma
Los donjuanes machistas suelen decir que la mujer es frágil por el oído. Pero la verdad verdadera es que todas y todos somos vulnerables por el oído. Ese refrán del “pez muere por la boca”, deberíamos reformarlo de la siguiente manera: la gente muerde el anzuelo con la oreja.
Reconozco que me salió mas o menos grotesca la frase, pero me sirve para decirles que el sentido humano más desprevenido es el oído, y que, por tanto, a través de él es que se llega al alma.
Por eso Omar Porras mete toda su propuesta en una cápsula musical, de manera que el discurso se redondea rumbo a la perfección y lo digerimos así tan a lo melómano que hay momentos en la obra que el teatro se viste de plaza y los bares que uno recorrió para encontrarse en Ginebra con estos rapsodas absolutos, se le atropellan en la rocola de la nostalgia como copas ausentes, tiempos inasibles.
El sumo director, recluta amablemente un equipo mundialista. Hay talento de sobra. Todas y todos cantan, bailan, tocan, actúan. Como cantan las Manuelas. Tienen sus cantos la fuerza densa y honda del Atlántico y la salada dulzura de los vientos a sureste que son los que más despiertan las ganas de amar.
Bolívar al fin baja del pedestal, se limpia la mierda de palomas con besos de sus amantes, y comienza de nuevo a mirar el azul de las montañas, mientras saborea un café recién colado para espabilarse, porque hay mucho por hacer compadre. Buenos días madame liberté. Que bonita amanece usted bajo el Sol de mi Patria.
Yldefonso Finol
Presidente de la Comisión Nacional de Refugiados
"... los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad..."Simón Bolívar, El Libertador. Guayaquil 5 de agosto de 1829.

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