Apreciaciones sobre el SSXXI
Freddy José Melo
La discusión sobre el socialismo entre nosotros es una cuestión de permanente interés, y a lo largo de los debates hemos visto aparecer posiciones que van desde quienes afirman que el nuestro no tiene nada de común con el histórico, hasta quienes parecen sostener la intangibilidad de éste y propugnan la admisión acrítica de sus formulaciones y ejecutorias. Creo conveniente echar de cuando en cuando una ojeada desde los comienzos para ver si nos podemos orientar.
El presidente Chávez proclama el socialismo como objetivo de largo aliento cuando comprueba que las tareas patrióticas o de liberación nacional planteadas --soberanía política y cultural, manejo independiente de la economía y atención preferente a las necesidades del pueblo-- no pueden ser resueltas a plenitud sino trascendiendo los límites del capitalismo. A esa conclusión llega luego de pasearse por las posibilidades de una “tercera vía” o de dar “un rostro humano” al capitalismo salvaje, y tras chocar de frente con el imperialismo, que no quiere saber nada de patriotismos o insumisiones. De modo que lo proclamado es un socialismo auténtico, una superación dialéctica del capitalismo y no su hermoseamiento con nombre bonito y reformas gatopardianas.
Pero el socialismo a que el Presidente nos convoca es el del siglo XXI, lo cual implica a su vez la superación del socialismo del siglo XX, así mismo dialéctica (es decir, incluyendo en lo nuevo lo racional y vivo de lo viejo, con el examen crítico de esas experiencias, el rechazo de sus inconsecuencias y errores y la asunción de sus logros de justicia y redención social), más la incorporación de las ideas que la praxis revolucionaria destaca y de los legados liberadores procedentes de las luchas populares de todos los tiempos; especialmente los hondamente humanos del cristianismo originario, los vislumbrados por los afanes utopistas y los emanados de nuestra propia historia, cuya parábola arranca de Guaicaipuro y las tribus insumisas, sigue con las numerosas insurrecciones de indígenas, negros, mestizos y “blancos de orilla” que atraviesan los siglos XVI a XVIII e inicios del XIX, alcanza su cumbre con Bolívar y los libertadores y, luego de la traición, recobra con Zamora y otros muchos el espíritu que hoy desemboca en la Revolución Bolivariana.
El socialismo persigue liberar al ser humano de la alienación o “amputación de la conciencia social” (Einstein) a que lo condena la explotación capitalista. Significa la búsqueda del “reino de la libertad”: es, por tanto, una incomparable empresa ética, la más alta posible. Su construcción exige superar la indicada explotación, para lo cual es necesario pasar los medios de producción, por lo menos los principales, a propiedad social, y planificar su uso. Pero ello sólo puede conducir al objetivo si se abroquela contra la confiscación del poder por una capa burocrática. El no haber podido resolver este problema es, no cabe duda, la razón cardinal de la quiebra de la URSS y el “socialismo real”. El logro de ese propósito requiere, creo que tampoco es dable tener duda al respecto, el desarrollo de la democracia participativa y protagónica, la democracia revolucionaria, la cual da al pueblo el señorío de su destino y cuya praxis debe asumir las conquistas democráticas --políticas, sociales y de toda índole-- arrancadas en los combates de clases a los factores dominantes. Por eso no puede haber socialismo pleno sin democracia, ni democracia plena sin socialismo.
El planteamiento socialista busca, como lo ha señalado el Presidente, desestructurar en nuestro ámbito el entramado ideológico que, en interés del bloque histórico de poder, predomina como falsa conciencia sobre el conjunto de la sociedad, falsificación que viene conformándose globalmente desde la división en clases y alcanza bajo la égida del capitalismo imperialista su mayor expresión. La característica básica de esa ideología es la ruptura psicológica que cercena la condición social del ser humano y realza el individualismo, dando a las manifestaciones egoístas la primacía de la personalidad. Es el hombre lobo para el hombre, la negación de la fraternidad natural posible, del amor en términos cristianos, de la humanidad como verdad existencial.
Ciertamente, del fondo de la unidad original, de la comunidad primitiva, persisten rasgos genuinos que han ido alimentando el reclamo de los dominados (oprimidos y explotados) en el transcurso de las luchas de clases, hasta configurar en nuestro tiempo la reivindicación de la vuelta a la unificación de la sociedad y de la conciencia que le corresponde, ahora sobre el plano superior de todo lo creado y aprendido, con capacidad para eliminar las condiciones que propiciaron la ruptura y garantizar el derecho general a la felicidad. Esa reivindicación configurada es el socialismo. Así, la lucha planteada busca restablecer la conciencia social, que significa solidaridad, amor, justicia, humanidad, en lugar del egoísmo y de las formas de explotación, opresión e inhumanidad que de él se derivan y lo retroalimentan.
Lo dicho indica que hay una percepción universal del socialismo, en cuanto superación dialéctica del sistema capitalista de explotación, cuyo estudio es esencial para iluminar y acerar la eficacia de la lucha; y una expresión nacional, que responde a las experiencias propias, al análisis crítico de otras, a los avances del conocimiento, a la naturaleza del orden social existente y a la maduración de sus contradicciones. Ello le da su fisonomía y originalidad. Por eso el nuestro es el Socialismo Bolivariano, el cual se sitúa en la perspectiva del siglo XXI y cuyos atributos, con la visión inclusiva de todo eso, bajo la guía del líder del proceso y al calor del pueblo que los convierte cada vez más en fuerza material, van al mismo tiempo definiéndose y acometiendo la transformación revolucionaria en desarrollo.
Freddy José Melo
La discusión sobre el socialismo entre nosotros es una cuestión de permanente interés, y a lo largo de los debates hemos visto aparecer posiciones que van desde quienes afirman que el nuestro no tiene nada de común con el histórico, hasta quienes parecen sostener la intangibilidad de éste y propugnan la admisión acrítica de sus formulaciones y ejecutorias. Creo conveniente echar de cuando en cuando una ojeada desde los comienzos para ver si nos podemos orientar.
El presidente Chávez proclama el socialismo como objetivo de largo aliento cuando comprueba que las tareas patrióticas o de liberación nacional planteadas --soberanía política y cultural, manejo independiente de la economía y atención preferente a las necesidades del pueblo-- no pueden ser resueltas a plenitud sino trascendiendo los límites del capitalismo. A esa conclusión llega luego de pasearse por las posibilidades de una “tercera vía” o de dar “un rostro humano” al capitalismo salvaje, y tras chocar de frente con el imperialismo, que no quiere saber nada de patriotismos o insumisiones. De modo que lo proclamado es un socialismo auténtico, una superación dialéctica del capitalismo y no su hermoseamiento con nombre bonito y reformas gatopardianas.
Pero el socialismo a que el Presidente nos convoca es el del siglo XXI, lo cual implica a su vez la superación del socialismo del siglo XX, así mismo dialéctica (es decir, incluyendo en lo nuevo lo racional y vivo de lo viejo, con el examen crítico de esas experiencias, el rechazo de sus inconsecuencias y errores y la asunción de sus logros de justicia y redención social), más la incorporación de las ideas que la praxis revolucionaria destaca y de los legados liberadores procedentes de las luchas populares de todos los tiempos; especialmente los hondamente humanos del cristianismo originario, los vislumbrados por los afanes utopistas y los emanados de nuestra propia historia, cuya parábola arranca de Guaicaipuro y las tribus insumisas, sigue con las numerosas insurrecciones de indígenas, negros, mestizos y “blancos de orilla” que atraviesan los siglos XVI a XVIII e inicios del XIX, alcanza su cumbre con Bolívar y los libertadores y, luego de la traición, recobra con Zamora y otros muchos el espíritu que hoy desemboca en la Revolución Bolivariana.
El socialismo persigue liberar al ser humano de la alienación o “amputación de la conciencia social” (Einstein) a que lo condena la explotación capitalista. Significa la búsqueda del “reino de la libertad”: es, por tanto, una incomparable empresa ética, la más alta posible. Su construcción exige superar la indicada explotación, para lo cual es necesario pasar los medios de producción, por lo menos los principales, a propiedad social, y planificar su uso. Pero ello sólo puede conducir al objetivo si se abroquela contra la confiscación del poder por una capa burocrática. El no haber podido resolver este problema es, no cabe duda, la razón cardinal de la quiebra de la URSS y el “socialismo real”. El logro de ese propósito requiere, creo que tampoco es dable tener duda al respecto, el desarrollo de la democracia participativa y protagónica, la democracia revolucionaria, la cual da al pueblo el señorío de su destino y cuya praxis debe asumir las conquistas democráticas --políticas, sociales y de toda índole-- arrancadas en los combates de clases a los factores dominantes. Por eso no puede haber socialismo pleno sin democracia, ni democracia plena sin socialismo.
El planteamiento socialista busca, como lo ha señalado el Presidente, desestructurar en nuestro ámbito el entramado ideológico que, en interés del bloque histórico de poder, predomina como falsa conciencia sobre el conjunto de la sociedad, falsificación que viene conformándose globalmente desde la división en clases y alcanza bajo la égida del capitalismo imperialista su mayor expresión. La característica básica de esa ideología es la ruptura psicológica que cercena la condición social del ser humano y realza el individualismo, dando a las manifestaciones egoístas la primacía de la personalidad. Es el hombre lobo para el hombre, la negación de la fraternidad natural posible, del amor en términos cristianos, de la humanidad como verdad existencial.
Ciertamente, del fondo de la unidad original, de la comunidad primitiva, persisten rasgos genuinos que han ido alimentando el reclamo de los dominados (oprimidos y explotados) en el transcurso de las luchas de clases, hasta configurar en nuestro tiempo la reivindicación de la vuelta a la unificación de la sociedad y de la conciencia que le corresponde, ahora sobre el plano superior de todo lo creado y aprendido, con capacidad para eliminar las condiciones que propiciaron la ruptura y garantizar el derecho general a la felicidad. Esa reivindicación configurada es el socialismo. Así, la lucha planteada busca restablecer la conciencia social, que significa solidaridad, amor, justicia, humanidad, en lugar del egoísmo y de las formas de explotación, opresión e inhumanidad que de él se derivan y lo retroalimentan.
Lo dicho indica que hay una percepción universal del socialismo, en cuanto superación dialéctica del sistema capitalista de explotación, cuyo estudio es esencial para iluminar y acerar la eficacia de la lucha; y una expresión nacional, que responde a las experiencias propias, al análisis crítico de otras, a los avances del conocimiento, a la naturaleza del orden social existente y a la maduración de sus contradicciones. Ello le da su fisonomía y originalidad. Por eso el nuestro es el Socialismo Bolivariano, el cual se sitúa en la perspectiva del siglo XXI y cuyos atributos, con la visión inclusiva de todo eso, bajo la guía del líder del proceso y al calor del pueblo que los convierte cada vez más en fuerza material, van al mismo tiempo definiéndose y acometiendo la transformación revolucionaria en desarrollo.
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