Honduras bajo la maldición de las guabinas
Mi abuela paterna solía clasificar a los varones según una particular caracterización en “hombres, hombrecitos, leguleyos y cebillitos”.
Ella consideraba que “hombres” de verdad habían pocos; es decir, individuos con valores de dignidad, valentía y franqueza. De los otros, lamentablemente, se quejaba de que abundaban especímenes cobardes, sin personalidad, oportunistas, acomodaticios, poco viriles, rastreros y ambiciosos.
Por esa simple clasificación he recordado a Amira Parra de Finol en muchas ocasiones cuando veo tipos de esa pobre calaña, pero nunca antes tuve que apelar al manual de mi abuela como frente a los hechos que ha vivido el pueblo hondureño en los últimos cuatro meses y pico.
Del lado de los golpistas y de los políticos y diplomáticos internacionales que les han hecho el juego, no hemos visto aún el primer hombre de verdad.
El jefe militar del Golpe, Romeo Vázquez, es un pobre hombrecito. Al igual que todos los que han cumplido sus órdenes, es un cobarde consumado. Para dar la cara y decir tres palabras rutinarias, ha debido atragantarse de pastillas gringas de esas que enajenan el ánimo por unas horas. Es el más rastrero de todos, un corrupto ambicioso que bien quisiera tener a Honduras como su finca personal, al peor estilo de los caudillos feudales del siglo XIX. Es un lame suela asqueroso que se siente macho por andar armado y con tropa servil a sus espaldas.
Micheletti tiene el prototipo del hombrecito regada en toda su configuración bio-psico-social. Traidor y cobarde, no fue capaz de enfrentar cara a cara a Zelaya y se entregó a una virulenta conspiración secreta, adulando a los militares y diplomáticos gringos que los azuzaron a dar el Golpe, convirtiéndose en un miserable proxeneta contra su país y un proveedor de vicios a los arrastrados representantes del imperialismo. Porque en la sucia complicidad en que se movieron durante los preparativos del complot, rodó mucha sangre virgen, drogas, exquisitos alcoholes, promesas de negocios y dólares reptiles.
Tipos como Oscar Arias, José Miguel Insulsa y Ricardo Lagos pertenecen a la más rastrera especie de los cebillitos. No llegan ni a hombrecitos, porque cuando están cerca de uno, bajan los hombros, inclinan la cabeza y estiran la mano en lisonjera reverencia.
Insulsa, que ya fastidia con su protagonismo reeleccionista, se mostró aparentemente severo en los primeros días del golpe fascista, llegó a ofrecerse para ir a Tegucigalpa con el Presidente Zelaya, a quien le dijo que estaba a sus órdenes.
Pasadas unas horas, cambió la señal y se adelantó a ir solo –con su exquisito séquito burocrático- a reunirse con los usurpadores, lo cual ya de por sí les rociaba de “legitimidad” internacional no declarada, tratándose del Secretario de la OEA. Su viaje fue un fracaso predecible. Al rendir cuentas ante los Embajadores, su acostumbrado titubeo pasó a tartamudeo por no tener nada que decir. Total, el flamante Secretario fue a Honduras a informar a los golpistas de lo que ya todo el mundo sabía; es decir, de las Resoluciones bla bla bla.
Oscar Arias, premio Nobel, igual que Kissinger y Obama, un oportunista aprovechador de circunstancias, mosquita muerta, como decimos en mi pueblo, o sea, de esos que tiran la piedra y esconden la mano, estuvo metido en la conspiración desde el mismo 28 de junio cuando permitió que el avión hondureño sobrevolara sin autorización el espacio aéreo de Costa Rica. Ese ya sabía lo que iba a pasar y se prestó al papelito de alcahuete a que está acostumbrado cuando de los intereses gringos se trata.
Por eso el Departamento de Estado lo escoge para la primera jugada dilatoria que la estrategia imperialista ha diseñado en esta especie de golpe a fuego lento o violación con vaselina que se puso en marcha contra el hermano pueblo catracho.
El llamado Pacto de San José, sirvió de papel toilette a los golpistas, que arrojaron a la cara del pueblo una y otra vez burlando el masivo reclamo de vuelta a la democracia, que, es como decir, la vuelta de Zelaya a la Presidencia.
La movilización popular, conducida sabiamente por el Frente de Resistencia al Golpe, mantiene vivas las esperanzas a pesar de la feroz represión de que son objeto. Ocurre un hecho que desarma momentáneamente la estrategia golpista que es el exitoso regreso de Mell Zelaya a suelo patrio. La valentía y audacia de esta acción, no exenta de graves riesgos, reactivó las desgastadas energías populares y golpeó la moral de los lacayos goriletis.
La Embajada de Brasil, lugar donde se guarece el Presidente Zelaya, es asediada por los esbirros de la dictadura, que impiden, en un primer momento, la entrada de alimentos y agua, y atacan con toda clase de gases irritantes, así como con formas inhumanas de tortura sónica, lo que constituye una torpe violación del derecho internacional y de elementales derechos humanos.
El creciente clamor popular por la restitución de Zelaya en la Presidencia y la paralización casi total de las actividades productivas e institucionales en el país, obligan a la reacción a buscar caminos negociados, en virtud de la cercanía del proceso electoral que debe realizarse el 29 de noviembre, cuya legitimidad está en jaque.
Aparece entonces el otro personaje, el ex presidente chileno Ricardo Lagos, con un titubeo y tono de voz muy similar al de Insulsa. Ahora el usurpador Micheletti tiene quien le llame “Señor Presidente”, lo que sólo había logrado con su jauría de leguleyos sedientos de dineros públicos.
Pues se juntaron el hambre y las ganas de comer. Este Lagos es un rumiante del neoliberalismo y el anexionismo del consenso washingtoniano, que no más le faltó privatizar la bandera chilena y padece cierto extraño síndrome también sufrido por su par Insulsa y el tico ojo de sapo, que cuando los sacan de la incertidumbre se confunden. Son las propias guabinas.
Pobre Honduras, cayó bajo la maldición de las guabinas.
Ildefonso Finol
"... los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad..."Simón Bolívar, El Libertador.
Mi abuela paterna solía clasificar a los varones según una particular caracterización en “hombres, hombrecitos, leguleyos y cebillitos”.
Ella consideraba que “hombres” de verdad habían pocos; es decir, individuos con valores de dignidad, valentía y franqueza. De los otros, lamentablemente, se quejaba de que abundaban especímenes cobardes, sin personalidad, oportunistas, acomodaticios, poco viriles, rastreros y ambiciosos.
Por esa simple clasificación he recordado a Amira Parra de Finol en muchas ocasiones cuando veo tipos de esa pobre calaña, pero nunca antes tuve que apelar al manual de mi abuela como frente a los hechos que ha vivido el pueblo hondureño en los últimos cuatro meses y pico.
Del lado de los golpistas y de los políticos y diplomáticos internacionales que les han hecho el juego, no hemos visto aún el primer hombre de verdad.
El jefe militar del Golpe, Romeo Vázquez, es un pobre hombrecito. Al igual que todos los que han cumplido sus órdenes, es un cobarde consumado. Para dar la cara y decir tres palabras rutinarias, ha debido atragantarse de pastillas gringas de esas que enajenan el ánimo por unas horas. Es el más rastrero de todos, un corrupto ambicioso que bien quisiera tener a Honduras como su finca personal, al peor estilo de los caudillos feudales del siglo XIX. Es un lame suela asqueroso que se siente macho por andar armado y con tropa servil a sus espaldas.
Micheletti tiene el prototipo del hombrecito regada en toda su configuración bio-psico-social. Traidor y cobarde, no fue capaz de enfrentar cara a cara a Zelaya y se entregó a una virulenta conspiración secreta, adulando a los militares y diplomáticos gringos que los azuzaron a dar el Golpe, convirtiéndose en un miserable proxeneta contra su país y un proveedor de vicios a los arrastrados representantes del imperialismo. Porque en la sucia complicidad en que se movieron durante los preparativos del complot, rodó mucha sangre virgen, drogas, exquisitos alcoholes, promesas de negocios y dólares reptiles.
Tipos como Oscar Arias, José Miguel Insulsa y Ricardo Lagos pertenecen a la más rastrera especie de los cebillitos. No llegan ni a hombrecitos, porque cuando están cerca de uno, bajan los hombros, inclinan la cabeza y estiran la mano en lisonjera reverencia.
Insulsa, que ya fastidia con su protagonismo reeleccionista, se mostró aparentemente severo en los primeros días del golpe fascista, llegó a ofrecerse para ir a Tegucigalpa con el Presidente Zelaya, a quien le dijo que estaba a sus órdenes.
Pasadas unas horas, cambió la señal y se adelantó a ir solo –con su exquisito séquito burocrático- a reunirse con los usurpadores, lo cual ya de por sí les rociaba de “legitimidad” internacional no declarada, tratándose del Secretario de la OEA. Su viaje fue un fracaso predecible. Al rendir cuentas ante los Embajadores, su acostumbrado titubeo pasó a tartamudeo por no tener nada que decir. Total, el flamante Secretario fue a Honduras a informar a los golpistas de lo que ya todo el mundo sabía; es decir, de las Resoluciones bla bla bla.
Oscar Arias, premio Nobel, igual que Kissinger y Obama, un oportunista aprovechador de circunstancias, mosquita muerta, como decimos en mi pueblo, o sea, de esos que tiran la piedra y esconden la mano, estuvo metido en la conspiración desde el mismo 28 de junio cuando permitió que el avión hondureño sobrevolara sin autorización el espacio aéreo de Costa Rica. Ese ya sabía lo que iba a pasar y se prestó al papelito de alcahuete a que está acostumbrado cuando de los intereses gringos se trata.
Por eso el Departamento de Estado lo escoge para la primera jugada dilatoria que la estrategia imperialista ha diseñado en esta especie de golpe a fuego lento o violación con vaselina que se puso en marcha contra el hermano pueblo catracho.
El llamado Pacto de San José, sirvió de papel toilette a los golpistas, que arrojaron a la cara del pueblo una y otra vez burlando el masivo reclamo de vuelta a la democracia, que, es como decir, la vuelta de Zelaya a la Presidencia.
La movilización popular, conducida sabiamente por el Frente de Resistencia al Golpe, mantiene vivas las esperanzas a pesar de la feroz represión de que son objeto. Ocurre un hecho que desarma momentáneamente la estrategia golpista que es el exitoso regreso de Mell Zelaya a suelo patrio. La valentía y audacia de esta acción, no exenta de graves riesgos, reactivó las desgastadas energías populares y golpeó la moral de los lacayos goriletis.
La Embajada de Brasil, lugar donde se guarece el Presidente Zelaya, es asediada por los esbirros de la dictadura, que impiden, en un primer momento, la entrada de alimentos y agua, y atacan con toda clase de gases irritantes, así como con formas inhumanas de tortura sónica, lo que constituye una torpe violación del derecho internacional y de elementales derechos humanos.
El creciente clamor popular por la restitución de Zelaya en la Presidencia y la paralización casi total de las actividades productivas e institucionales en el país, obligan a la reacción a buscar caminos negociados, en virtud de la cercanía del proceso electoral que debe realizarse el 29 de noviembre, cuya legitimidad está en jaque.
Aparece entonces el otro personaje, el ex presidente chileno Ricardo Lagos, con un titubeo y tono de voz muy similar al de Insulsa. Ahora el usurpador Micheletti tiene quien le llame “Señor Presidente”, lo que sólo había logrado con su jauría de leguleyos sedientos de dineros públicos.
Pues se juntaron el hambre y las ganas de comer. Este Lagos es un rumiante del neoliberalismo y el anexionismo del consenso washingtoniano, que no más le faltó privatizar la bandera chilena y padece cierto extraño síndrome también sufrido por su par Insulsa y el tico ojo de sapo, que cuando los sacan de la incertidumbre se confunden. Son las propias guabinas.
Pobre Honduras, cayó bajo la maldición de las guabinas.
Ildefonso Finol
"... los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad..."Simón Bolívar, El Libertador.
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