Tomado del "Semanario A la Izquierda"
Un hombre rubio, grande y fornido, oprime con sus rodillas el cuerpo de un muchacho flaco y menudo mientras lo ahoga con su propia franela. No podemos ver el rostro del muchacho, pero sus convulsiones y sus patadas desesperadas delatan lo que debe estar sintiendo. El verdugo afloja el torniquete que ha improvisado con la franela y el cuerpo del muchacho se distiende, pero inmediatamente vuelve a apretarlo y las convulsiones se repiten. Las convulsiones se hacen menos intensas y más débiles patadas, hasta que cesan del todo. Entonces el rubio se pone de pie, y nos deja ver las siglas de su uniforme de campaña: USArmy.
Acabamos de describir una de las muchas escenas de la guerra de Vietnam transmitidas por los noticieros de entonces y que llenaron de horror y vergüenza a millones de hogares en el mundo. La gente no era ingenua: las bombas atómicas, las guerras de Corea y las de liberación en África le habían aleccionado bien sobre lo que es la guerra. Pero ahora se asistía en vivo y directo a una caravana de crímenes: sin el menor recato los vietnamitas eran vejados, torturados y ejecutados frente a las cámaras por militares yanquis, como dando a entender que tenían licencia para matar y ningún tribunal podía condenarlos. Se diría que eran ángeles de la muerte, elegidos por la gracia del todopoderoso Estados Unidos para viajar por el mundo, conocer gente exótica y matarla. Pero estos ángeles no volvían a casa por sus propias alas, sino en bolsas negras donde sus cuerpos empezaban a descomponerse. Y no eran bendecidos. En su tierra, la opinión pública los maldecía por esbirros y asesinos.
En el aprendieron rápido la lección, y para la siguiente gran invasión yanqui, el Departamento de Estado montó dos operaciones: una bélica, llamada “Tormenta del desierto”, y otra mediática, llamada “CNN Noticias”. Los canales televisivos se encadenaron a la señal de CNN y vendieron la invasión a Irak como si fuera el Mundial de Fútbol. Así, el 16 de enero de 1991, en todo el mundo la gente vio el inicio de una guerra en la comodidad de su hogar. ¿Pero qué veía la gente? Nada: luces y explosiones en la oscuridad y supuestos tableros electrónicos de aviones que daban en el blanco con sus misiles.
Ésa nueva forma de presentar la guerra como un juego de Nintendo, replicada en Afganistán (2001) y en Irak (2003), tenía el objetivo de ocultar la vieja forma gringa de hacer la guerra mediante la tortura y el asesinato de la que ahora el presidente Obama intenta desmarcarse. Ordenó desclasificar los informes secretos que recomiendan aplicar ciertas torturas (denominadas “técnicas de interrogatorio”), pero se apresuró a aclarar que sus muchachos “actuaron de buena fe, basándose en opiniones del Departamento de Estado” ¿será que una vez más la inmunidad legal bendice a los ángeles del Norte?
La declaración de Obama es el recordatorio de que la conducta criminal de los militares estadounidense responde a una razón de Estado. “Razón” que viene de una antigua tradición iniciada por la jerarquía católica que inventó una máquina del crimen llamada “Inquisición”. Fueron los obispos católicos quienes inventaron la tortura llamada “cura de agua”, que consistía en meter un trapo hasta la garganta de la víctima para luego bañarlo con agua, lo que hacía que el trapo se fuera hinchando. Cuando ya el torturado no aguantaba más, retiraban el trapo de un jalón, repitiendo la piadosa operación una y otra vez. El “submarino”, recomendado por Bush y Condolezza Rice, es una variante de la cura de agua. Pero la coincidencia no es sólo de método, Bush es hermano espiritual de los papas Lucio III, Gregorio IX, e Inocencio IV, padres de la Inquisición. Y Obama lo sabe; él es heredero consciente de un imperio que mantiene una cruzada mundial contra los infieles que no abrazan la fe del capitalismo.
Un hombre rubio, grande y fornido, oprime con sus rodillas el cuerpo de un muchacho flaco y menudo mientras lo ahoga con su propia franela. No podemos ver el rostro del muchacho, pero sus convulsiones y sus patadas desesperadas delatan lo que debe estar sintiendo. El verdugo afloja el torniquete que ha improvisado con la franela y el cuerpo del muchacho se distiende, pero inmediatamente vuelve a apretarlo y las convulsiones se repiten. Las convulsiones se hacen menos intensas y más débiles patadas, hasta que cesan del todo. Entonces el rubio se pone de pie, y nos deja ver las siglas de su uniforme de campaña: USArmy.
Acabamos de describir una de las muchas escenas de la guerra de Vietnam transmitidas por los noticieros de entonces y que llenaron de horror y vergüenza a millones de hogares en el mundo. La gente no era ingenua: las bombas atómicas, las guerras de Corea y las de liberación en África le habían aleccionado bien sobre lo que es la guerra. Pero ahora se asistía en vivo y directo a una caravana de crímenes: sin el menor recato los vietnamitas eran vejados, torturados y ejecutados frente a las cámaras por militares yanquis, como dando a entender que tenían licencia para matar y ningún tribunal podía condenarlos. Se diría que eran ángeles de la muerte, elegidos por la gracia del todopoderoso Estados Unidos para viajar por el mundo, conocer gente exótica y matarla. Pero estos ángeles no volvían a casa por sus propias alas, sino en bolsas negras donde sus cuerpos empezaban a descomponerse. Y no eran bendecidos. En su tierra, la opinión pública los maldecía por esbirros y asesinos.
En el aprendieron rápido la lección, y para la siguiente gran invasión yanqui, el Departamento de Estado montó dos operaciones: una bélica, llamada “Tormenta del desierto”, y otra mediática, llamada “CNN Noticias”. Los canales televisivos se encadenaron a la señal de CNN y vendieron la invasión a Irak como si fuera el Mundial de Fútbol. Así, el 16 de enero de 1991, en todo el mundo la gente vio el inicio de una guerra en la comodidad de su hogar. ¿Pero qué veía la gente? Nada: luces y explosiones en la oscuridad y supuestos tableros electrónicos de aviones que daban en el blanco con sus misiles.
Ésa nueva forma de presentar la guerra como un juego de Nintendo, replicada en Afganistán (2001) y en Irak (2003), tenía el objetivo de ocultar la vieja forma gringa de hacer la guerra mediante la tortura y el asesinato de la que ahora el presidente Obama intenta desmarcarse. Ordenó desclasificar los informes secretos que recomiendan aplicar ciertas torturas (denominadas “técnicas de interrogatorio”), pero se apresuró a aclarar que sus muchachos “actuaron de buena fe, basándose en opiniones del Departamento de Estado” ¿será que una vez más la inmunidad legal bendice a los ángeles del Norte?
La declaración de Obama es el recordatorio de que la conducta criminal de los militares estadounidense responde a una razón de Estado. “Razón” que viene de una antigua tradición iniciada por la jerarquía católica que inventó una máquina del crimen llamada “Inquisición”. Fueron los obispos católicos quienes inventaron la tortura llamada “cura de agua”, que consistía en meter un trapo hasta la garganta de la víctima para luego bañarlo con agua, lo que hacía que el trapo se fuera hinchando. Cuando ya el torturado no aguantaba más, retiraban el trapo de un jalón, repitiendo la piadosa operación una y otra vez. El “submarino”, recomendado por Bush y Condolezza Rice, es una variante de la cura de agua. Pero la coincidencia no es sólo de método, Bush es hermano espiritual de los papas Lucio III, Gregorio IX, e Inocencio IV, padres de la Inquisición. Y Obama lo sabe; él es heredero consciente de un imperio que mantiene una cruzada mundial contra los infieles que no abrazan la fe del capitalismo.
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