Rincón del Pasado
SALTATALANQUERAS OLIMPICOS
Tomado de: Semanario Psuv a la Izquierda
Campeón nacional en salto de talanqueras es el octogenario Luis Miquilena, quien luego de presidir el Congresillo que habilitó el camino de la Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la actual Constitución, le tuvo miedo al cuero y cayó vencido a la presión de la oligarquía nacional, que centró en él sus fuerzas para convencer al comandante Chávez de recular con las 49 leyes habilitantes promulgadas en 2001.
El comandante lo mandó lejos cuando vino con la llorantina de que había que ceder al chantaje oligárquico. Entonces Miquilena se refugió en sus propias miserias y sólo emergió a la palestra pública oportunistamente cuando unos militares felones y unos empresarios apátridas concretaron un golpe de Estado que duró 47 horas. El arribista entonces convocó a una rueda de prensa para acusar a nuestro líder de las muertes que habían sido provocadas por los golpistas. Casi todas esas bajas, por cierto, eran causas revolucionarias. Y ellos lo siguen desconociendo.
Luego de Miquilena vino el “indevolvible” Ismael García, parlanchín de Podemos, quien fue un jefe mediocre del comando Maisanta, quien puso en riesgo el referendo que ganamos en agosto de 2004. En esa época, García era blanco de los ataques de Globovisión, a cuyos dueños ahora les lame las botas para que le dejen tener un programita.
Para la reforma constitucional de 2008, le tocó turno a Isaías Baduel, un general llorón y santurrón que conspiró en silencio durante años contra la Revolución Bolivariana.
En la rebelión del 4 de febrero de 1992, Baduel no quiso mojarse, y en el golpe de abril de 2002 se camufló en la sublevación que restituyó al comandante Chávez en el poder y quiso llevarse los puntos de la acción heroica del pueblo.
Como sentía que ya estaba pasando al rincón oscuro de la historia, con más penas que glorias, se vendió por unas cuantas lochas a la oligarquía y llamó a las cámaras de la televisión para ponerse a gemir en los televisores. Después se descubrió que era dueño de cuantiosos capitales cuya procedencia no puede explicar.
JUDAS CON SOTANAS
Si Jesucristo resucitara en la Venezuela del siglo XXI, seguro que echaría de los templos a la jerarquía de la Iglesia Católica.
Durante los años de la IV República, la Conferencia Episcopal Venezolana no dudó en fotografiarse con las barraganas de turno; guardó silencio cómplice ante el despilfarro, la corrupción y la ignominia. No conforme con eso, recibió jugosos cheques de manos de amantes presidenciales (es célebre el caso de Blanca Ibáñez y monseñor Roa Pérez). Sin embargo, fieles a sus verdaderos dioses (los billetes verdes), los judas olvidaron rápidamente a Blanca Ibáñez cuando cayó en desgracia con el cambio de gobierno (y de barragana).
En los inicios de la Revolución Bolivariana, la CEV intentó arrimarse al poder: volver a poner y quitar ministros, dictar políticas y seguir con sus negocios. Pero rápidamente se acabó la fiesta de los obispos acostumbrados a mandar sin que nadie votara por ellos. La Revolución recordó a la cofradía de monseñores que el Estado venezolano es laico. La traición no se hizo esperar: el 12 de abril de 2002, monseñor Ignacio Velasco fue el primer firmante del acta constitutiva de la dictadura de Pedro Carmona Estanga. A Velasco poco le importó que el mandatario nacional estuviera secuestrado y en peligro de muerte; se hizo de oídos sordos ante las protestas populares por el derrocamiento del Comandante.
Mientras el Presidente Chávez estuvo en cautiverio entre el 12 y 13 de abril, tuvo que escuchar las monsergas de Baltasar Porras para obligarlo a renunciar a la Primera Magistratura.
La CEV ha avalado todas las acciones de la contrarrevolución contra la voluntad popular. Pero igual que amor con amor se paga, odio con odio se paga. El pueblo venezolano sigue creyendo en Dios, pero no en los judas con sotana.
Tomado de: Semanario Psuv a la Izquierda
Campeón nacional en salto de talanqueras es el octogenario Luis Miquilena, quien luego de presidir el Congresillo que habilitó el camino de la Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la actual Constitución, le tuvo miedo al cuero y cayó vencido a la presión de la oligarquía nacional, que centró en él sus fuerzas para convencer al comandante Chávez de recular con las 49 leyes habilitantes promulgadas en 2001.
El comandante lo mandó lejos cuando vino con la llorantina de que había que ceder al chantaje oligárquico. Entonces Miquilena se refugió en sus propias miserias y sólo emergió a la palestra pública oportunistamente cuando unos militares felones y unos empresarios apátridas concretaron un golpe de Estado que duró 47 horas. El arribista entonces convocó a una rueda de prensa para acusar a nuestro líder de las muertes que habían sido provocadas por los golpistas. Casi todas esas bajas, por cierto, eran causas revolucionarias. Y ellos lo siguen desconociendo.
Luego de Miquilena vino el “indevolvible” Ismael García, parlanchín de Podemos, quien fue un jefe mediocre del comando Maisanta, quien puso en riesgo el referendo que ganamos en agosto de 2004. En esa época, García era blanco de los ataques de Globovisión, a cuyos dueños ahora les lame las botas para que le dejen tener un programita.
Para la reforma constitucional de 2008, le tocó turno a Isaías Baduel, un general llorón y santurrón que conspiró en silencio durante años contra la Revolución Bolivariana.
En la rebelión del 4 de febrero de 1992, Baduel no quiso mojarse, y en el golpe de abril de 2002 se camufló en la sublevación que restituyó al comandante Chávez en el poder y quiso llevarse los puntos de la acción heroica del pueblo.
Como sentía que ya estaba pasando al rincón oscuro de la historia, con más penas que glorias, se vendió por unas cuantas lochas a la oligarquía y llamó a las cámaras de la televisión para ponerse a gemir en los televisores. Después se descubrió que era dueño de cuantiosos capitales cuya procedencia no puede explicar.
JUDAS CON SOTANAS
Si Jesucristo resucitara en la Venezuela del siglo XXI, seguro que echaría de los templos a la jerarquía de la Iglesia Católica.
Durante los años de la IV República, la Conferencia Episcopal Venezolana no dudó en fotografiarse con las barraganas de turno; guardó silencio cómplice ante el despilfarro, la corrupción y la ignominia. No conforme con eso, recibió jugosos cheques de manos de amantes presidenciales (es célebre el caso de Blanca Ibáñez y monseñor Roa Pérez). Sin embargo, fieles a sus verdaderos dioses (los billetes verdes), los judas olvidaron rápidamente a Blanca Ibáñez cuando cayó en desgracia con el cambio de gobierno (y de barragana).
En los inicios de la Revolución Bolivariana, la CEV intentó arrimarse al poder: volver a poner y quitar ministros, dictar políticas y seguir con sus negocios. Pero rápidamente se acabó la fiesta de los obispos acostumbrados a mandar sin que nadie votara por ellos. La Revolución recordó a la cofradía de monseñores que el Estado venezolano es laico. La traición no se hizo esperar: el 12 de abril de 2002, monseñor Ignacio Velasco fue el primer firmante del acta constitutiva de la dictadura de Pedro Carmona Estanga. A Velasco poco le importó que el mandatario nacional estuviera secuestrado y en peligro de muerte; se hizo de oídos sordos ante las protestas populares por el derrocamiento del Comandante.
Mientras el Presidente Chávez estuvo en cautiverio entre el 12 y 13 de abril, tuvo que escuchar las monsergas de Baltasar Porras para obligarlo a renunciar a la Primera Magistratura.
La CEV ha avalado todas las acciones de la contrarrevolución contra la voluntad popular. Pero igual que amor con amor se paga, odio con odio se paga. El pueblo venezolano sigue creyendo en Dios, pero no en los judas con sotana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario