¿Libertad de escoger o escoger la libertad?
Esta frase, que escuché hace dos días en boca de Eduardo Rhote, el Prof. Lupa, en el último de sus micros “Misterios de la ciencia” se repite en mi mente como un eco incesante, excelente, categórico.
Raul Bracho
Libertad de mercado y de consumo, libertad hija de la estatua de Manhattan, diversidad de ofertas para comprar y comprar, poseer y poseer, disfrutar insaciables de la sociedad capitalista que gira incansable remozando las vitrinas del mundo esclavizándonos a todos, enamorándonos del confort, completando nuestras carencias con pantallitas digitales, con audífonos, con videos, con apariencia, con el oropel incesante que producen sus industrias día y noche, libertad, libertad.
¿Libertad de escoger? Si, es cierto, libertad de escoger cual modelo de Black Berry será mi verdugo las próximas quincenas, cual camioneta de agencia decapitará mi salario mes tras mes, cual franela Adidas, cuál reloj, cual traje, cual perfume, cual pantalla de plasma, cual vidriera será mi cárcel. Libertad de obligarme a vender mi trabajo a cambio de obtener un fajo en mi billetera que me permita pagar y pagar por tantos objetos que me hacen sentir más yo mismo, que me engrandecen ante los demás miembros de la sociedad al lucírselos y restregárselos en la cara. Yo tengo el derecho a usar mi libertad, que penoso.
Esta libertad de escoger, ciertamente es una realidad dentro del ser en nuestro siglo, no pareciera haber otro sentido que el poder comprar, nosotros defendemos este derecho, nosotros queremos comprar y tener, nosotros entonces queremos al capitalismo? A ver,… ¿Qué tiene de malo tener? ¿Qué de malo en las cámaritas digitales, en la ropa de marca, en ir a restaurantes de lujo? ¿Qué de malo en volar en avión y pasar el weeck end en Cancún? Es decir, ¿que es lo malo del capitalismo?
Lo malo del capitalismo no son sus productos, no, no es lo que le compramos quincena tras quincena, en absoluto, no el Black Berry al contrario, sumamente sabroso disfrutar de una autopista a toda marcha conduciendo un auto de lujo, exquisito vivir en un pent hause con vista a la Costa Azul, muy elegante cenar en el Maxim de París en Black tie, si es que si no fuera así, no existiría el capitalismo. El capitalismo se fundamenta en esa supuesta libertad que nos oferta poder “escoger” entre un maravilloso catálogo de placeres. En convertirnos en adictos, en inseparables adictos al consumo de cuanto invente un capitalista y cambiárnoslo por nuestra vida, por nuestro salario, para esclavizarnos a comprarle por siempre y hacerlo cada vez más rico. Ese es el mercado capitalista, la sociedad capitalista: la que llevas puesta, la que buscas a diario en la quincalla, la que te obsesiona y deseas adquirir: la incesante ansia de poseer bienes de todo tipo, necesarios e innecesarios, los de primera necesidad: comida, salud y vivienda y el torbellino que viene atrás para adornar y distinguirte más que los demás.
Lo malo del capitalismo no se expone en las vitrinas que miras y donde gastas tu salario, no. Lo malo casi nunca lo ves o lo relacionas con lo que compras, pero está allí, es parte del valor o el disvalor que pagas por cada cosa que compras, es la explotación que se hace de su trabajo a otra mujer u hombre en un lugar del mundo, para producir el máximo de ganancia en el objeto que deseas y que cambias por el dinero que te pagan a cambio de tu tiempo y tu trabajo. El drama que genera todo ese mundo maravilloso que se anuncia a full color en las revistas, en la televisión, en las vallas publicitarias, no esta a la vista y si se ve, nunca lo asociamos a nuestra vida, a nuestro ser dentro de la sociedad, entonces, terminamos siendo defensores del capitalismo porque deseamos seguir escalando salarios mayores para seguir gastando y disfrutando sus placeres de diseño, sus exclusivas mercancías, terminamos no entendiendo como esas cosas que tanto nos gustan tienen que ver con los millones de pobres, con los océanos contaminados, con las terribles guerras, con las invasiones y con las palabras que a diario leemos en la batalla contra el capitalismo mismo y pregonando y clamando la nueva sociedad, el nuevo orden indispensable para la nueva sociedad.
Fueron muchas las imágenes, las ideas, las contradicciones que esta frase de Eduardo, mi amigo el Profesor Lupa, generó en mi conciencia, yo que a diario despotrico contra los Black Berry y el capitalismo, sobre la necesidad de que los lectores, sobre todo los jóvenes, que quizá no tienen esta posición revolucionaria y que no han logrado por si mismo hilar la relación de su vida dentro del sistema capitalista, como un pequeño engranaje más, y que nadie hace un esfuerzo para que de forma simple lo entiendan, que decidí sacar estas cosas del tintero, explicar que lo malo no es el Black Berry, sino lo que viene atrás, la injusticia de que la inmensidad de la humanidad solo ve el Black Berry en las vitrinas y la televisión o en las manos de quienes lo adquieren, en la capacidad nefasta de hipotecar nuestra fuerza de trabajo en pos de obtenerlo y creer vanamente que somos superiores por poseerlo y la incapacidad de entender la alienación a la que somos sometidos, el no ver como este mundo del mercado capitalista genera esta fantasía de consumo para pocos a cambio de la miseria y el hambre de la mayoría.
Yo escojo la libertad.
No escojo la libertad de la humanidad a seguir siendo explotados y sometidos a la esclavitud de vendernos para complacernos con vanos placeres a cambio del hambre de muchos, escojo la libertad de luchar por un mundo de equidad y justicia, donde quizá, lo más probable, la ciencia y la tecnología con la que hoy somos atrapados en la sociedad de consumo, logre que construyamos un mundo nuevo en donde todo ser humano tenga derecho a la vivienda digna, a la salud, al estudio y a aportar sus potencialidades al amor a la sociedad misma quien a cambio, no en pago, ni en venta sino más bien en retribución pueda ofrecernos a todos, pero absolutamente a todos, si lo deseamos las bondades no solo del Black Berry, sino de cuanto seamos capaces de crear ya no para enriquecer a nadie, sino para lograr la mayor suma de felicidad posible, como sentenció Bolívar y como a diario repite nuestro líder comandante Hugo Chávez Frías.
Yo escojo el socialismo, seguir siendo soldado del mundo nuevo y ante la libertad de escoger, escojo la libertad.
Socialismo o muerte venceremos!!
Esta frase, que escuché hace dos días en boca de Eduardo Rhote, el Prof. Lupa, en el último de sus micros “Misterios de la ciencia” se repite en mi mente como un eco incesante, excelente, categórico.
Raul Bracho
Libertad de mercado y de consumo, libertad hija de la estatua de Manhattan, diversidad de ofertas para comprar y comprar, poseer y poseer, disfrutar insaciables de la sociedad capitalista que gira incansable remozando las vitrinas del mundo esclavizándonos a todos, enamorándonos del confort, completando nuestras carencias con pantallitas digitales, con audífonos, con videos, con apariencia, con el oropel incesante que producen sus industrias día y noche, libertad, libertad.
¿Libertad de escoger? Si, es cierto, libertad de escoger cual modelo de Black Berry será mi verdugo las próximas quincenas, cual camioneta de agencia decapitará mi salario mes tras mes, cual franela Adidas, cuál reloj, cual traje, cual perfume, cual pantalla de plasma, cual vidriera será mi cárcel. Libertad de obligarme a vender mi trabajo a cambio de obtener un fajo en mi billetera que me permita pagar y pagar por tantos objetos que me hacen sentir más yo mismo, que me engrandecen ante los demás miembros de la sociedad al lucírselos y restregárselos en la cara. Yo tengo el derecho a usar mi libertad, que penoso.
Esta libertad de escoger, ciertamente es una realidad dentro del ser en nuestro siglo, no pareciera haber otro sentido que el poder comprar, nosotros defendemos este derecho, nosotros queremos comprar y tener, nosotros entonces queremos al capitalismo? A ver,… ¿Qué tiene de malo tener? ¿Qué de malo en las cámaritas digitales, en la ropa de marca, en ir a restaurantes de lujo? ¿Qué de malo en volar en avión y pasar el weeck end en Cancún? Es decir, ¿que es lo malo del capitalismo?
Lo malo del capitalismo no son sus productos, no, no es lo que le compramos quincena tras quincena, en absoluto, no el Black Berry al contrario, sumamente sabroso disfrutar de una autopista a toda marcha conduciendo un auto de lujo, exquisito vivir en un pent hause con vista a la Costa Azul, muy elegante cenar en el Maxim de París en Black tie, si es que si no fuera así, no existiría el capitalismo. El capitalismo se fundamenta en esa supuesta libertad que nos oferta poder “escoger” entre un maravilloso catálogo de placeres. En convertirnos en adictos, en inseparables adictos al consumo de cuanto invente un capitalista y cambiárnoslo por nuestra vida, por nuestro salario, para esclavizarnos a comprarle por siempre y hacerlo cada vez más rico. Ese es el mercado capitalista, la sociedad capitalista: la que llevas puesta, la que buscas a diario en la quincalla, la que te obsesiona y deseas adquirir: la incesante ansia de poseer bienes de todo tipo, necesarios e innecesarios, los de primera necesidad: comida, salud y vivienda y el torbellino que viene atrás para adornar y distinguirte más que los demás.
Lo malo del capitalismo no se expone en las vitrinas que miras y donde gastas tu salario, no. Lo malo casi nunca lo ves o lo relacionas con lo que compras, pero está allí, es parte del valor o el disvalor que pagas por cada cosa que compras, es la explotación que se hace de su trabajo a otra mujer u hombre en un lugar del mundo, para producir el máximo de ganancia en el objeto que deseas y que cambias por el dinero que te pagan a cambio de tu tiempo y tu trabajo. El drama que genera todo ese mundo maravilloso que se anuncia a full color en las revistas, en la televisión, en las vallas publicitarias, no esta a la vista y si se ve, nunca lo asociamos a nuestra vida, a nuestro ser dentro de la sociedad, entonces, terminamos siendo defensores del capitalismo porque deseamos seguir escalando salarios mayores para seguir gastando y disfrutando sus placeres de diseño, sus exclusivas mercancías, terminamos no entendiendo como esas cosas que tanto nos gustan tienen que ver con los millones de pobres, con los océanos contaminados, con las terribles guerras, con las invasiones y con las palabras que a diario leemos en la batalla contra el capitalismo mismo y pregonando y clamando la nueva sociedad, el nuevo orden indispensable para la nueva sociedad.
Fueron muchas las imágenes, las ideas, las contradicciones que esta frase de Eduardo, mi amigo el Profesor Lupa, generó en mi conciencia, yo que a diario despotrico contra los Black Berry y el capitalismo, sobre la necesidad de que los lectores, sobre todo los jóvenes, que quizá no tienen esta posición revolucionaria y que no han logrado por si mismo hilar la relación de su vida dentro del sistema capitalista, como un pequeño engranaje más, y que nadie hace un esfuerzo para que de forma simple lo entiendan, que decidí sacar estas cosas del tintero, explicar que lo malo no es el Black Berry, sino lo que viene atrás, la injusticia de que la inmensidad de la humanidad solo ve el Black Berry en las vitrinas y la televisión o en las manos de quienes lo adquieren, en la capacidad nefasta de hipotecar nuestra fuerza de trabajo en pos de obtenerlo y creer vanamente que somos superiores por poseerlo y la incapacidad de entender la alienación a la que somos sometidos, el no ver como este mundo del mercado capitalista genera esta fantasía de consumo para pocos a cambio de la miseria y el hambre de la mayoría.
Yo escojo la libertad.
No escojo la libertad de la humanidad a seguir siendo explotados y sometidos a la esclavitud de vendernos para complacernos con vanos placeres a cambio del hambre de muchos, escojo la libertad de luchar por un mundo de equidad y justicia, donde quizá, lo más probable, la ciencia y la tecnología con la que hoy somos atrapados en la sociedad de consumo, logre que construyamos un mundo nuevo en donde todo ser humano tenga derecho a la vivienda digna, a la salud, al estudio y a aportar sus potencialidades al amor a la sociedad misma quien a cambio, no en pago, ni en venta sino más bien en retribución pueda ofrecernos a todos, pero absolutamente a todos, si lo deseamos las bondades no solo del Black Berry, sino de cuanto seamos capaces de crear ya no para enriquecer a nadie, sino para lograr la mayor suma de felicidad posible, como sentenció Bolívar y como a diario repite nuestro líder comandante Hugo Chávez Frías.
Yo escojo el socialismo, seguir siendo soldado del mundo nuevo y ante la libertad de escoger, escojo la libertad.
Socialismo o muerte venceremos!!
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