“¿Qué tienen que ver Bolívar y el socialismo?” Me preguntaba un lector anónimo refiriéndose al artículo La V Internacional ha nacido, publicado en “Kaos en la Red” el 3 de diciembre de 2009. La pregunta no es baladí, si tenemos en cuenta que ésta se formula desde Europa, donde la lucha de clases parte de diferentes tradiciones revolucionarias y culturales que en el continente americano.
En la vieja Europa, Marx ha sido prácticamente expulsado de todas las organizaciones obreras tradicionales para ser en unos casos abjurado, vilipendiado, calumniado y tergiversado, y en otros, utilizado como un icono muerto, vaciándolo de contenido y citándolo sólo a nivel verbal. En tanto que la clase obrera asiste expectante a los acontecimientos revolucionarios que ocurren en Latinoamérica, donde discursos y proclamas anticapitalistas consiguen burlar la censura extraoficial de nuestros medios de comunicación oficiales. Al mismo tiempo se publican, hábilmente tergiversadas por la prensa burguesa, noticias e imágenes de movilizaciones masivas para detener golpes de estado y defender gobiernos antiimperialistas, a la vez que se perciben los ecos de un acontecimiento histórico: la futura fundación de la V Internacional.
A pesar de las distancias y los obstáculos que han de salvar los trabajadores europeos para tener una visión objetiva de la realidad de ultramar, pueden reconocer en sus hermanos americanos el mismo arrojo y entusiasmo con el que ellos, en el pasado, luchaban contra el fascismo o protagonizaban revoluciones. Probablemente uno de los elementos que provoca más desconcierto y extrañeza en las filas de la clase obrera europea sean esas banderas bolivarianas con las que a la mayoría les cuesta todavía sentirse profundamente identificados. Tarde o temprano tomarán consciencia de que, más allá de la solidaridad de clase desde la distancia, se trata de la misma lucha que se manifiesta en diferentes formas.
Es indudable que a los agentes del capitalismo no se les ha escapado este detalle aunque todavía no atinan en analizar este fenómeno ni se percatan en profundidad de los nexos que unen a las figuras de Marx y Bolívar, no tanto en sus personas sino en lo que representan. Igualmente habrán apreciado paralelismos en el ardor de la lucha contra el imperialismo, así como en la ilusión por construir un mundo mejor, más libre, justo e igualitario que existe tanto en los movimientos bolivarianos como en el corazón de cualquier obrero marxista del mundo.
Así, el imperialismo ya está desengrasando toda su maquinaria propagandística con el fin de distanciar a los movimientos anticapitalistas de ambos continentes hasta incomunicarlos. En consecuencia, es una tarea revolucionaria revelar a la clase obrera europea no tanto quien era Simón Bolívar, sino el símbolo que su figura representa para los pueblos de Latinoamérica. Asimismo, es imprescindible —a las puertas de la fundación de la V Internacional— tratar de recuperar en Europa nuestras más sanas y combativas tradiciones de lucha e intentar comprender todos los elementos y tradiciones revolucionarias que nos unen y nos separan del continente americano, con el objetivo de acercarnos, superando nuestras diferencias para unirnos en la lucha por el socialismo.
Las tradiciones revolucionarias de la clase obrera europea tienen su origen en la lucha por la emancipación del proletariado, siendo el punto de partida la Comuna de París. En cambio, en la América colonial no podían comenzar de otra forma que con la lucha de las colonias por su liberación nacional y contra la esclavitud; no sólo en América del Sur o del Centro, sino que también en Norteamérica. No en vano, la brigada internacional de voluntarios estadounidenses que lucharon contra el fascismo español fue la célebre Brigada Lincoln, en memoria del presidente estadounidense que abolió la esclavitud y unificó los estados del Norte y del Sur en EE.UU. No hay que olvidar al movimiento obrero norteamericano, con una larga tradición de luchas sindicales, especialmente cuando al nombrar al imperialismo americano no se cae en la cuenta de diferenciar la burguesía imperialista de los trabajadores que sufren y viven bajo su tiranía.
Entre aquellos a los que más les cuesta llegar a estas conclusiones, tenemos, por un lado, a los que se denominan a sí mismos “ortodoxos” del marxismo y, por el otro, a los reformistas; dos síntomas diferentes de la misma enfermedad: la estrechez mental. En cuanto a los primeros, se les otorga el mérito de haber mantenido vivo el legado de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, aunque sólo sea porque gracias a éstos los escritos de los clásicos del marxismo no se han extinguido. Estos “ortodoxos” sobreviven hasta el día de hoy, alejados de las masas, diseminado en grupos minoritarios como pequeños partidos, ligas, movimientos “refundacionistas” o “reconstruccionistas”, coaliciones, agrupaciones, corrientes y tendencias que se autoproclaman en cada caso las auténticas herederas de la IV Internacional.
No obstante, esta clase de marxistas, escindidos cientos de veces entre sí en aras de su puritanismo por desavenencias fútiles —como es el caso de la definición del estado soviético, asunto que el capitalismo se encargó de resolver dando la razón a las predicciones de Trotsky— no han conseguido sino caricaturizar al marxismo. El contenido de los libros que difunden es para la mayoría de ellos un secreto guardado bajo un cerrojo de siete llaves, ignorancia que se disfraza de erudición a través de la memorización sistemática de los textos sin llegar a comprender las ideas y, obviamente, sin ser capaces de desarrollarlas y aplicarlas adaptándolas a cualquier contexto. Pero eso sí, sus voces se tornan roncas proclamando su legado histórico como si por gritar más alto fueran a ser más marxistas. Los clásicos del marxismo son textos fundamentales para una Internacional. ¡Agradezcámosles, pues, la conservación de estas obras y bebamos de esas fuentes para construir una V Internacional lejos de sectarismos!
El dogmatismo que comparten la miríada de sectas en que se dividen estos grupos ha originado un proceso de fosilización de ideas, principios y métodos que ha convertido a la mayoría de marxistas en antimarxistas, dado que el marxismo se basa en el materialismo dialéctico y según sus leyes, en la naturaleza todo fenómeno fluye; es decir, se encuentra en constante movimiento. Por lo tanto, es normal que lo que ayer no formaba parte de nosotros, hoy se incorpora en una evolución dialéctica, de la misma forma que la química incorpora a la alquimia cuando la física descubre que es posible la transmutación de los metales. Entonces, ¿por qué no incorporar las banderas bolivarianas cuando las masas que las ondean, al igual que el marxismo, buscan la unión de los pueblos para construir una sociedad más justa? Así pues, es misión del marxismo dirigirse a estas masas y dotarlas de un programa revolucionario.
“¡Esto es inadmisible!” Gritarán airados los antimarxistas. “¡Marx dijo que Simón Bolívar era el canalla más cobarde, brutal y miserable!” Exclamarán escandalizados los puritanos. Y puesto que Marx escribió contra Simón Bolívar, serán incapaces de ver más allá de lo que les dicta su dogma de fe, dado que para ellos, lo que no está escrito por las autoridades del marxismo, simplemente no existe; y en cambio, lo que está escrito, es inamovible. Consecuentemente, ante un fenómeno como el bolivarismo, ni los marxistas “ortodoxos” de las “Cuartas Internacionales” ni los reformistas disponen de medios para entender qué relación existe entre Marx y Bolívar. Son, por lo tanto, incapaces de efectuar un análisis correcto, o más bien, incapaces de efectuar simplemente un análisis. La prueba de ello está en que aún no se ha pronunciado nadie al respecto, pese a que en América Latina es un hecho constatado que los mismos que portan banderas bolivarianas, a menudo hablan de marxismo. Ni que decir cabe que esta negligencia por parte de los teóricos representa un caldo de cultivo que tarde o temprano aprovecharán los expertos en el arte de la confusión para sembrar el desentendimiento. Reformistas y “ortodoxos” carecen de un método dialéctico. Los primeros nunca lo han adquirido, mientras que los últimos lo han perdido con la momificación de las ideas.
Volviendo a Latinoamérica y a sus tradiciones revolucionarias, se observa que a lo largo del siglo XX se han producido alzamientos y guerrillas con nombres tan propiamente americanos como sandinismo o zapatismo, casi siempre acompañados de conceptos como “Patria” y “Liberación Nacional”. Estos fenómenos, tanto a los obreros europeos como a los puritanos del marxismo, se les antojan exóticos, aunque estos últimos no reparan en que el propio Lenin escribió en relación a las particularidades del término “bolchevique” —cuyo significado en ruso es “mayoritario”— para designar a un partido revolucionario. En cuanto al bolivarismo, existe el problema añadido de las críticas anteriormente mencionadas por parte de Marx al libertador de América Latina, circunstancia que tampoco ha ayudado mucho al entendimiento mutuo entre ambos continentes.
Los escritos que Marx redactó por encargo sobre Simón Bolívar se basaban en referencias, textos de terceras personas y contactos indirectos. América y Europa eran continentes muy alejados entre sí en la era de los barcos de vapor, y Marx no contaba con los medios adecuados para hacer una valoración efectiva, en tanto que las monarquías europeas, aterradas por la personalidad de un individuo capaz de movilizar a medio continente, pusieron en marcha toda la maquinaria propagandística necesaria para arrastrarlo por el fango incluso a nivel personal, calumniándolo y presentándolo como una especie de ególatra que trataba de emular a Napoleón, de forma muy similar a como se presenta a Hugo Chávez en muchos medios de comunicación.
Sin embargo, la realidad de Bolívar era la de una burguesía revolucionaria, a diferencia de la burguesía de hoy, históricamente caduca, reaccionaria y contrarrevolucionaria, que pretendía emular en tierras americanas la Gran Revolución Francesa de 1792. Para eso se precisaba de la construcción de estados nacionales. A diferencia de los ideólogos y dirigentes de las revoluciones burguesas europeas, Bolívar se avanzó a su tiempo y logró superar las barreras de su contexto. En una anticipación histórica, sobrepasó el estado nacional, no sólo liberando territorios de las colonias, sino tratando de unificarlos en una gran alianza americana.
A pesar de sus sueños de libertad y de su lucha por la unificación de todo el subcontinente, la tarea de superar y abolir el estado nacional no estaba destinada a la única fuerza social en la que se podía basar Bolívar, la burguesía criolla, sino al proletariado revolucionario. Por la misma razón encontró fuertes resistencias a sus intentos por abolir la esclavitud, fuente de importantes beneficios para los sectores oligárquicos y terratenientes de la época. Bolívar liberó en primer lugar a los esclavos de su propia hacienda, y más tarde trató de promulgar leyes abolicionistas que no siempre fueron aprobadas. Incluso se atrevió a confiscar haciendas para liberar a cuantos esclavos había en ellas. En 1819 llegó a pronunciar en el Congreso de Angostura: "Yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República". En la Constitución de la República de Bolivia, aprobada en el año 1826, el Libertador redactó en el artículo 10, ordinal 5, su idea de la abolición de la esclavitud en los siguientes términos: "Todos los que hasta el día han sido esclavos, y por lo mismo quedarán, de hecho, libres en el acto de publicarse esta Constitución.”
En la teoría de la Revolución Permanente, León Trotsky analizó que allí donde la burguesía nacional no fuera capaz de realizar las tareas propias de una revolución burguesa, el proletariado podía y debía saltarse esta etapa previa para pasar directamente a una revolución obrera, llevando a cabo las tareas de la revolución burguesa y las de la revolución obrera al mismo tiempo. Para ello era imprescindible la existencia de una burguesía nacional débil, incapaz de desarrollar los medios de producción y de llevar a cabo las tareas necesarias de su propia revolución.
Además, Trotsky expuso que estas circunstancias por sí solas no eran garantía de éxito, a no ser que esta revolución se extendiera como la pólvora a otros países más industrializados, puesto que son los únicos que tienen la mano de obra y los medios para desarrollar y gestionar el socialismo, tal y como Marx teorizó. No obstante, Lenin y Trotsky contaban con la certeza de que las revoluciones son contagiosas, existiendo periodos de condensación de las contradicciones sociales. La Historia demostró que no se equivocaban, pese a que los movimientos revolucionarios que recorrieron Europa poco después no llegaron a consolidarse y la revolución bolchevique quedó aislada en un territorio mayoritariamente atrasado, hasta su total degeneración burocrática.
En cambio, en la América de Bolívar, el panorama era muy diferente. Lejos del mundo industrializado, era aún muy temprano para que en algún lugar de América se alzara alguien contra el capitalismo y la sociedad dividida en clases. Aún en ese contexto, Simón Bolívar, libertador de los pueblos de la tiranía del imperialismo de la metrópolis y ferviente antiesclavista, fue sin duda el primer gran luchador antiimperialista.
La Historia no le puede pedir más a Simón Bolívar. Marx explicó que un sistema no se derrumba hasta que no ha desarrollado al máximo todas sus fuerzas productivas, y queda claro que ése no era el caso de la América pre-industrial. La burguesía aún tenía que librar su batalla de liberación nacional, superar las limitaciones de un sistema económico semifeudal y desarrollar todo su potencial. La situación de Bolívar nada tenía que ver con la que se encontraron Lenin y Trotsky casi un siglo más tarde en la Rusia atrasada de los zares.
Por otro lado, es importante señalar que para la memoria colectiva de cualquier ciudadano de cualquier parte de América Latina, Bolívar no fue un simple libertador, él es “el Libertador”, un elemento común propio de los pueblos de Latinoamérica, símbolo de la emancipación de los oprimidos, que comparten todos por igual por encima de fronteras nacionales ¡Hay de aquel que pretenda derribar las estatuas que se erigen con su figura en plazas y calles de todo el subcontinente! Su gesto triunfal, a pie o a caballo, recorta el horizonte de villas y ciudades, arrastrando tras de sí, con arrojo y empuje, mareas de masas que claman por las libertades de su pueblo.
Una vez que Bolívar hubo cumplido con su destino histórico llegando un poco más allá, sobrepasando los límites de su tiempo y de su contexto, Marx y Engels recogen el testigo. Éstos acometieron posteriormente la tarea de analizar científicamente el papel del proletariado para lograr la liberación de la tiranía imperialista ejercida por la clase dominante de su propio estado-nación.
Ahora, una de las tareas primordiales para la fundación de una V Internacional, es comprender y explicar que de la abolición de la esclavitud a la emancipación del proletariado, de la unión de los estados latinoamericanos al internacionalismo, y en definitiva, del bolivarismo al marxismo, no hay más que un paso en el camino hacia el fin de la explotación del hombre por el hombre. Una vez divisada la conjunción Bolívar-Marx como símbolo de la unión internacional de la izquierda revolucionaria de ambos continentes, la lucha pendiente es conseguir que esta unión no se haga de forma eclécticamente estéril, sino dialéctica, incorporando en una misma Internacional las tradiciones revolucionarias de ambas culturas y superándolas con la finalidad de forjar una herramienta de lucha cualitativamente superior a sus precedentes: La V Internacional.
Daniel Guerra
En la vieja Europa, Marx ha sido prácticamente expulsado de todas las organizaciones obreras tradicionales para ser en unos casos abjurado, vilipendiado, calumniado y tergiversado, y en otros, utilizado como un icono muerto, vaciándolo de contenido y citándolo sólo a nivel verbal. En tanto que la clase obrera asiste expectante a los acontecimientos revolucionarios que ocurren en Latinoamérica, donde discursos y proclamas anticapitalistas consiguen burlar la censura extraoficial de nuestros medios de comunicación oficiales. Al mismo tiempo se publican, hábilmente tergiversadas por la prensa burguesa, noticias e imágenes de movilizaciones masivas para detener golpes de estado y defender gobiernos antiimperialistas, a la vez que se perciben los ecos de un acontecimiento histórico: la futura fundación de la V Internacional.
A pesar de las distancias y los obstáculos que han de salvar los trabajadores europeos para tener una visión objetiva de la realidad de ultramar, pueden reconocer en sus hermanos americanos el mismo arrojo y entusiasmo con el que ellos, en el pasado, luchaban contra el fascismo o protagonizaban revoluciones. Probablemente uno de los elementos que provoca más desconcierto y extrañeza en las filas de la clase obrera europea sean esas banderas bolivarianas con las que a la mayoría les cuesta todavía sentirse profundamente identificados. Tarde o temprano tomarán consciencia de que, más allá de la solidaridad de clase desde la distancia, se trata de la misma lucha que se manifiesta en diferentes formas.
Es indudable que a los agentes del capitalismo no se les ha escapado este detalle aunque todavía no atinan en analizar este fenómeno ni se percatan en profundidad de los nexos que unen a las figuras de Marx y Bolívar, no tanto en sus personas sino en lo que representan. Igualmente habrán apreciado paralelismos en el ardor de la lucha contra el imperialismo, así como en la ilusión por construir un mundo mejor, más libre, justo e igualitario que existe tanto en los movimientos bolivarianos como en el corazón de cualquier obrero marxista del mundo.
Así, el imperialismo ya está desengrasando toda su maquinaria propagandística con el fin de distanciar a los movimientos anticapitalistas de ambos continentes hasta incomunicarlos. En consecuencia, es una tarea revolucionaria revelar a la clase obrera europea no tanto quien era Simón Bolívar, sino el símbolo que su figura representa para los pueblos de Latinoamérica. Asimismo, es imprescindible —a las puertas de la fundación de la V Internacional— tratar de recuperar en Europa nuestras más sanas y combativas tradiciones de lucha e intentar comprender todos los elementos y tradiciones revolucionarias que nos unen y nos separan del continente americano, con el objetivo de acercarnos, superando nuestras diferencias para unirnos en la lucha por el socialismo.
Las tradiciones revolucionarias de la clase obrera europea tienen su origen en la lucha por la emancipación del proletariado, siendo el punto de partida la Comuna de París. En cambio, en la América colonial no podían comenzar de otra forma que con la lucha de las colonias por su liberación nacional y contra la esclavitud; no sólo en América del Sur o del Centro, sino que también en Norteamérica. No en vano, la brigada internacional de voluntarios estadounidenses que lucharon contra el fascismo español fue la célebre Brigada Lincoln, en memoria del presidente estadounidense que abolió la esclavitud y unificó los estados del Norte y del Sur en EE.UU. No hay que olvidar al movimiento obrero norteamericano, con una larga tradición de luchas sindicales, especialmente cuando al nombrar al imperialismo americano no se cae en la cuenta de diferenciar la burguesía imperialista de los trabajadores que sufren y viven bajo su tiranía.
Entre aquellos a los que más les cuesta llegar a estas conclusiones, tenemos, por un lado, a los que se denominan a sí mismos “ortodoxos” del marxismo y, por el otro, a los reformistas; dos síntomas diferentes de la misma enfermedad: la estrechez mental. En cuanto a los primeros, se les otorga el mérito de haber mantenido vivo el legado de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, aunque sólo sea porque gracias a éstos los escritos de los clásicos del marxismo no se han extinguido. Estos “ortodoxos” sobreviven hasta el día de hoy, alejados de las masas, diseminado en grupos minoritarios como pequeños partidos, ligas, movimientos “refundacionistas” o “reconstruccionistas”, coaliciones, agrupaciones, corrientes y tendencias que se autoproclaman en cada caso las auténticas herederas de la IV Internacional.
No obstante, esta clase de marxistas, escindidos cientos de veces entre sí en aras de su puritanismo por desavenencias fútiles —como es el caso de la definición del estado soviético, asunto que el capitalismo se encargó de resolver dando la razón a las predicciones de Trotsky— no han conseguido sino caricaturizar al marxismo. El contenido de los libros que difunden es para la mayoría de ellos un secreto guardado bajo un cerrojo de siete llaves, ignorancia que se disfraza de erudición a través de la memorización sistemática de los textos sin llegar a comprender las ideas y, obviamente, sin ser capaces de desarrollarlas y aplicarlas adaptándolas a cualquier contexto. Pero eso sí, sus voces se tornan roncas proclamando su legado histórico como si por gritar más alto fueran a ser más marxistas. Los clásicos del marxismo son textos fundamentales para una Internacional. ¡Agradezcámosles, pues, la conservación de estas obras y bebamos de esas fuentes para construir una V Internacional lejos de sectarismos!
El dogmatismo que comparten la miríada de sectas en que se dividen estos grupos ha originado un proceso de fosilización de ideas, principios y métodos que ha convertido a la mayoría de marxistas en antimarxistas, dado que el marxismo se basa en el materialismo dialéctico y según sus leyes, en la naturaleza todo fenómeno fluye; es decir, se encuentra en constante movimiento. Por lo tanto, es normal que lo que ayer no formaba parte de nosotros, hoy se incorpora en una evolución dialéctica, de la misma forma que la química incorpora a la alquimia cuando la física descubre que es posible la transmutación de los metales. Entonces, ¿por qué no incorporar las banderas bolivarianas cuando las masas que las ondean, al igual que el marxismo, buscan la unión de los pueblos para construir una sociedad más justa? Así pues, es misión del marxismo dirigirse a estas masas y dotarlas de un programa revolucionario.
“¡Esto es inadmisible!” Gritarán airados los antimarxistas. “¡Marx dijo que Simón Bolívar era el canalla más cobarde, brutal y miserable!” Exclamarán escandalizados los puritanos. Y puesto que Marx escribió contra Simón Bolívar, serán incapaces de ver más allá de lo que les dicta su dogma de fe, dado que para ellos, lo que no está escrito por las autoridades del marxismo, simplemente no existe; y en cambio, lo que está escrito, es inamovible. Consecuentemente, ante un fenómeno como el bolivarismo, ni los marxistas “ortodoxos” de las “Cuartas Internacionales” ni los reformistas disponen de medios para entender qué relación existe entre Marx y Bolívar. Son, por lo tanto, incapaces de efectuar un análisis correcto, o más bien, incapaces de efectuar simplemente un análisis. La prueba de ello está en que aún no se ha pronunciado nadie al respecto, pese a que en América Latina es un hecho constatado que los mismos que portan banderas bolivarianas, a menudo hablan de marxismo. Ni que decir cabe que esta negligencia por parte de los teóricos representa un caldo de cultivo que tarde o temprano aprovecharán los expertos en el arte de la confusión para sembrar el desentendimiento. Reformistas y “ortodoxos” carecen de un método dialéctico. Los primeros nunca lo han adquirido, mientras que los últimos lo han perdido con la momificación de las ideas.
Volviendo a Latinoamérica y a sus tradiciones revolucionarias, se observa que a lo largo del siglo XX se han producido alzamientos y guerrillas con nombres tan propiamente americanos como sandinismo o zapatismo, casi siempre acompañados de conceptos como “Patria” y “Liberación Nacional”. Estos fenómenos, tanto a los obreros europeos como a los puritanos del marxismo, se les antojan exóticos, aunque estos últimos no reparan en que el propio Lenin escribió en relación a las particularidades del término “bolchevique” —cuyo significado en ruso es “mayoritario”— para designar a un partido revolucionario. En cuanto al bolivarismo, existe el problema añadido de las críticas anteriormente mencionadas por parte de Marx al libertador de América Latina, circunstancia que tampoco ha ayudado mucho al entendimiento mutuo entre ambos continentes.
Los escritos que Marx redactó por encargo sobre Simón Bolívar se basaban en referencias, textos de terceras personas y contactos indirectos. América y Europa eran continentes muy alejados entre sí en la era de los barcos de vapor, y Marx no contaba con los medios adecuados para hacer una valoración efectiva, en tanto que las monarquías europeas, aterradas por la personalidad de un individuo capaz de movilizar a medio continente, pusieron en marcha toda la maquinaria propagandística necesaria para arrastrarlo por el fango incluso a nivel personal, calumniándolo y presentándolo como una especie de ególatra que trataba de emular a Napoleón, de forma muy similar a como se presenta a Hugo Chávez en muchos medios de comunicación.
Sin embargo, la realidad de Bolívar era la de una burguesía revolucionaria, a diferencia de la burguesía de hoy, históricamente caduca, reaccionaria y contrarrevolucionaria, que pretendía emular en tierras americanas la Gran Revolución Francesa de 1792. Para eso se precisaba de la construcción de estados nacionales. A diferencia de los ideólogos y dirigentes de las revoluciones burguesas europeas, Bolívar se avanzó a su tiempo y logró superar las barreras de su contexto. En una anticipación histórica, sobrepasó el estado nacional, no sólo liberando territorios de las colonias, sino tratando de unificarlos en una gran alianza americana.
A pesar de sus sueños de libertad y de su lucha por la unificación de todo el subcontinente, la tarea de superar y abolir el estado nacional no estaba destinada a la única fuerza social en la que se podía basar Bolívar, la burguesía criolla, sino al proletariado revolucionario. Por la misma razón encontró fuertes resistencias a sus intentos por abolir la esclavitud, fuente de importantes beneficios para los sectores oligárquicos y terratenientes de la época. Bolívar liberó en primer lugar a los esclavos de su propia hacienda, y más tarde trató de promulgar leyes abolicionistas que no siempre fueron aprobadas. Incluso se atrevió a confiscar haciendas para liberar a cuantos esclavos había en ellas. En 1819 llegó a pronunciar en el Congreso de Angostura: "Yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República". En la Constitución de la República de Bolivia, aprobada en el año 1826, el Libertador redactó en el artículo 10, ordinal 5, su idea de la abolición de la esclavitud en los siguientes términos: "Todos los que hasta el día han sido esclavos, y por lo mismo quedarán, de hecho, libres en el acto de publicarse esta Constitución.”
En la teoría de la Revolución Permanente, León Trotsky analizó que allí donde la burguesía nacional no fuera capaz de realizar las tareas propias de una revolución burguesa, el proletariado podía y debía saltarse esta etapa previa para pasar directamente a una revolución obrera, llevando a cabo las tareas de la revolución burguesa y las de la revolución obrera al mismo tiempo. Para ello era imprescindible la existencia de una burguesía nacional débil, incapaz de desarrollar los medios de producción y de llevar a cabo las tareas necesarias de su propia revolución.
Además, Trotsky expuso que estas circunstancias por sí solas no eran garantía de éxito, a no ser que esta revolución se extendiera como la pólvora a otros países más industrializados, puesto que son los únicos que tienen la mano de obra y los medios para desarrollar y gestionar el socialismo, tal y como Marx teorizó. No obstante, Lenin y Trotsky contaban con la certeza de que las revoluciones son contagiosas, existiendo periodos de condensación de las contradicciones sociales. La Historia demostró que no se equivocaban, pese a que los movimientos revolucionarios que recorrieron Europa poco después no llegaron a consolidarse y la revolución bolchevique quedó aislada en un territorio mayoritariamente atrasado, hasta su total degeneración burocrática.
En cambio, en la América de Bolívar, el panorama era muy diferente. Lejos del mundo industrializado, era aún muy temprano para que en algún lugar de América se alzara alguien contra el capitalismo y la sociedad dividida en clases. Aún en ese contexto, Simón Bolívar, libertador de los pueblos de la tiranía del imperialismo de la metrópolis y ferviente antiesclavista, fue sin duda el primer gran luchador antiimperialista.
La Historia no le puede pedir más a Simón Bolívar. Marx explicó que un sistema no se derrumba hasta que no ha desarrollado al máximo todas sus fuerzas productivas, y queda claro que ése no era el caso de la América pre-industrial. La burguesía aún tenía que librar su batalla de liberación nacional, superar las limitaciones de un sistema económico semifeudal y desarrollar todo su potencial. La situación de Bolívar nada tenía que ver con la que se encontraron Lenin y Trotsky casi un siglo más tarde en la Rusia atrasada de los zares.
Por otro lado, es importante señalar que para la memoria colectiva de cualquier ciudadano de cualquier parte de América Latina, Bolívar no fue un simple libertador, él es “el Libertador”, un elemento común propio de los pueblos de Latinoamérica, símbolo de la emancipación de los oprimidos, que comparten todos por igual por encima de fronteras nacionales ¡Hay de aquel que pretenda derribar las estatuas que se erigen con su figura en plazas y calles de todo el subcontinente! Su gesto triunfal, a pie o a caballo, recorta el horizonte de villas y ciudades, arrastrando tras de sí, con arrojo y empuje, mareas de masas que claman por las libertades de su pueblo.
Una vez que Bolívar hubo cumplido con su destino histórico llegando un poco más allá, sobrepasando los límites de su tiempo y de su contexto, Marx y Engels recogen el testigo. Éstos acometieron posteriormente la tarea de analizar científicamente el papel del proletariado para lograr la liberación de la tiranía imperialista ejercida por la clase dominante de su propio estado-nación.
Ahora, una de las tareas primordiales para la fundación de una V Internacional, es comprender y explicar que de la abolición de la esclavitud a la emancipación del proletariado, de la unión de los estados latinoamericanos al internacionalismo, y en definitiva, del bolivarismo al marxismo, no hay más que un paso en el camino hacia el fin de la explotación del hombre por el hombre. Una vez divisada la conjunción Bolívar-Marx como símbolo de la unión internacional de la izquierda revolucionaria de ambos continentes, la lucha pendiente es conseguir que esta unión no se haga de forma eclécticamente estéril, sino dialéctica, incorporando en una misma Internacional las tradiciones revolucionarias de ambas culturas y superándolas con la finalidad de forjar una herramienta de lucha cualitativamente superior a sus precedentes: La V Internacional.
Daniel Guerra
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