El 15 de enero de 1919 fueron asesinados los revolucionarios alemanes Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht por bandas armadas cuando eran conducidos a prisión.
Contrarios a la guerra imperialista, Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht se excluyeron del Partido Socialdemócrata Alemán al votar los diputados de este partido los créditos a favor de la guerra, en 1914, y fundaron la Liga Espartaquista, en honor a Espartaco, el esclavo que condujo una importante rebelión contra el Imperio romano.
El 1 de enero de 1918, los espartaquistas decidieron disolverse y fundar el Partido Comunista de Alemania. Ese año comenzó en Alemania la llamada “revolución soviética”. En las principales ciudades industriales, los trabajadores y los soldados que regresaban de los frentes de guerra fundaron cientos de soviets (consejos) y proclamaron la República Socialista Obrera Alemana. El 4 de enero de 1919 se constituyó una Junta Revolucionaria para dirigir la insurrección obrera. Kart Liebknecht fue nombrado presidente junto con su compañero George Ledebour. En su primer manifiesto a los obreros y campesinos decían: “Aquí se juega el todo por el todo. El futuro de la clase obrera, el de la revolución social. Demostrad a los canallas vuestro poder. ¡Armaos! ¡Usad vuestras armas contra vuestros enemigos!”. A los pocos días, Kart y Rosa Luxemburgo fueron detenidos y cuando eran conducidos a prisión sus captores los asesinaron brutalmente.
Rosa Luxemburgo cuando analizaba la Revolución Rusa:
“No se puede mantener el 'justo medio' en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
Dicho en otros términos: o se avanza de verdad hacia el socialismo o, si no, las mismas lacras de una sociedad que no deja de ser capitalista y para la que ningún político, por más “eficiente” que sea, podrá arreglar jamás –crisis económica, inseguridad ciudadana, jerarquías sociales, corrupción y nepotismo, privilegios irritantes– terminarán conduciendo la locomotora hacia el abismo
Contrarios a la guerra imperialista, Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht se excluyeron del Partido Socialdemócrata Alemán al votar los diputados de este partido los créditos a favor de la guerra, en 1914, y fundaron la Liga Espartaquista, en honor a Espartaco, el esclavo que condujo una importante rebelión contra el Imperio romano.
El 1 de enero de 1918, los espartaquistas decidieron disolverse y fundar el Partido Comunista de Alemania. Ese año comenzó en Alemania la llamada “revolución soviética”. En las principales ciudades industriales, los trabajadores y los soldados que regresaban de los frentes de guerra fundaron cientos de soviets (consejos) y proclamaron la República Socialista Obrera Alemana. El 4 de enero de 1919 se constituyó una Junta Revolucionaria para dirigir la insurrección obrera. Kart Liebknecht fue nombrado presidente junto con su compañero George Ledebour. En su primer manifiesto a los obreros y campesinos decían: “Aquí se juega el todo por el todo. El futuro de la clase obrera, el de la revolución social. Demostrad a los canallas vuestro poder. ¡Armaos! ¡Usad vuestras armas contra vuestros enemigos!”. A los pocos días, Kart y Rosa Luxemburgo fueron detenidos y cuando eran conducidos a prisión sus captores los asesinaron brutalmente.
Rosa Luxemburgo cuando analizaba la Revolución Rusa:
“No se puede mantener el 'justo medio' en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
Dicho en otros términos: o se avanza de verdad hacia el socialismo o, si no, las mismas lacras de una sociedad que no deja de ser capitalista y para la que ningún político, por más “eficiente” que sea, podrá arreglar jamás –crisis económica, inseguridad ciudadana, jerarquías sociales, corrupción y nepotismo, privilegios irritantes– terminarán conduciendo la locomotora hacia el abismo
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