Barak Obama: Dinamita Nobel.
“Estados Unidos ayudó a reescribir la seguridad global durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas”
Raul Bracho
Con largas y trémulas pisadas, arribó Obama a recibir su Nobel de la Paz, las trompetas en Oslo sonaron a su entrada, la alfombra roja le dio la bienvenida a su figura espigada y tan larga como una más de las rayas de la bandera norteamericana. Dijo a su audiencia en el rutilante salón del ayuntamiento una incómoda verdad para ese ambiente: las “imperfecciones del hombre y los límites de la razón” significan que el derramamiento de sangre a veces se antepone a la paz. Palabras que muy bien hubieran quedado en la boca de Alfred, el legendario creador del premio que iba a recibir y quien bajo esta misma premisa creó el imperio económico con el comercio de la guerra, con la dinamita que facturó y expendió a los mismos Estados Unidos, para sembrar de muerte los campos de batalla en nombre de la Paz, como hoy repite y justifica este presidente desteñido y prefabricado, ante el mundo, las justificaciones para las guerras que empezará o continuará en nombre de la democracia y la libertad.
“Entiendo que la guerra no es popular. Pero también sé esto: que el concepto de que la paz es deseable no es suficiente para lograrla –dijo–. La paz requiere sacrificios.” Continuó: “No erradicaremos el conflicto violento durante nuestras vidas. Habrá momentos en que las naciones –actuando individualmente o en conjunto– encontrarán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino está justificado moralmente”
“Un movimiento no violento no podría haber detenido a los ejército de Hitler. Las negociaciones no convencen a los líderes de Al Qaeda para que depongan sus armas. Decir que la fuerza puede ser necesaria a veces no es un llamado al cinismo. Es un reconocimiento de la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón.”
“Cualesquiera sean los errores que hayamos cometido, el simple hecho es éste: Estados Unidos ayudó a reescribir la seguridad global durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas”.
Obama dijo que las percepciones de Estados Unidos como un agresor estaban arraigadas en “una sospecha reflexiva de Estados Unidos, la única superpotencia militar en el mundo”.
“La paz es inestable cuando a los ciudadanos se les niega el derecho a hablar libremente o profesar la religión que quieran; elegir a sus propios líderes o reunirse sin temor. Una paz justa incluye no sólo los derechos civiles y políticos, debe estar acompañada por la seguridad económica y la oportunidad. Porque la verdadera paz no es sólo estar libre del temor sino tener libertad para querer.”
“Los ‘ingredientes vitales’ para alimentarla –continuó– son acuerdos entre las naciones, instituciones fuertes, apoyo a los derechos humanos, inversión en el desarrollo. Y, sin embargo, no creo que tengamos la voluntad o la permanencia en el poder, para completar este trabajo sin algo más. Y eso es la continua expansión de nuestra imaginación moral; una insistencia de que hay algo irreductible que todos compartimos”. Concluyó: “Tratemos de lograr un mundo como debiera ser, esa chispa divina que todavía está dentro de cada uno de nosotros”.
Así se consumó la más descarada tragicomedia de nuestro siglo, Estados Unidos resulta ser el gran héroe, no habló de los pueblos en donde corre la sangre bajo el fuego de sus ejércitos, no habló de los 30.000 soldados que deben estar siendo transportados a Afganistán en este momento para seguir preservando la injerencia con que destrozó todo un país en búsqueda de Osama Bin Laden, quien desapareció de la lista de los terroristas más buscados y haberse hecho obvio que no fue más que un invento diseñado en el Pentágono. No habló de Irak, otro suelo destrozado, riquezas de la cultura milenaria de nuestra especie que seguramente se debieron sacrificar para mantener la armonía con la tal chispa divina. Tampoco habló de lo que hará la próxima semana en Copenhague, no dijo nada referente a la crisis del capitalismo que deja sin trabajo y echa a la calle a miles de hombres comunes diariamente, nada de las bases militares con que esa bendición de nación que preside rodea los sitios estratégicos en donde se asegurará los recursos naturales de energía, agua y alimentos que le faltan a su imperio, por culpa de las imperfecciones del hombre y los límites de la razón. Dejó en su hotel, la memoria del pueblo hondureño, pateado y agredido por un golpe fascista engendrado desde Palmerola, una de sus bases que derrocó a Manuel Zelaya al éste tratar de imponer el derecho de su pueblo a la libertad de crear una nueva constitución. Se le olvidó también el pueblo de Cuba, la base de Guantánamo, la eliminación del bloqueo infernal al que la somete su potencia en nombre de la libertad y de los heroicos cinco compatriotas cubanos sentenciados como terroristas por las benditas leyes de su país.
Todo ocurrió de prisa, un libreto llevado a escena con una cronométrica precisión, la voluntad de Alfred Nobel de garantizarse sus inversiones, hoy todas en su mayoría invertidas en la industria petrolera y armamentista, toda una escena inconsistente de la mediocridad con que se pretende maquillar la crisis final del imperio. Los imperios no son capaces de presentir su derrumbe sino cuando ya se encuentran en el suelo.
Ya llega la hora de que aclare esta noche de pesadillas, un Obama sin sonrisas se bajó con prisa de su limosina y con desparpajo dijo en perfecto ingles su parlamento. ¿Es para sentirse orgulloso de ser norteamericano esta payasada? Dinamita Nobel que sigue explotando en los corazones de los pobres, de los trabajadores, de los humildes.
Ya sin careta, y trajeado de justificaciones, en nombre de la paz, terminará la primera década de nuestro nuevo siglo con las convulsiones agónicas de un imperio ante su muerte.
“Estados Unidos ayudó a reescribir la seguridad global durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas”
Raul Bracho
Con largas y trémulas pisadas, arribó Obama a recibir su Nobel de la Paz, las trompetas en Oslo sonaron a su entrada, la alfombra roja le dio la bienvenida a su figura espigada y tan larga como una más de las rayas de la bandera norteamericana. Dijo a su audiencia en el rutilante salón del ayuntamiento una incómoda verdad para ese ambiente: las “imperfecciones del hombre y los límites de la razón” significan que el derramamiento de sangre a veces se antepone a la paz. Palabras que muy bien hubieran quedado en la boca de Alfred, el legendario creador del premio que iba a recibir y quien bajo esta misma premisa creó el imperio económico con el comercio de la guerra, con la dinamita que facturó y expendió a los mismos Estados Unidos, para sembrar de muerte los campos de batalla en nombre de la Paz, como hoy repite y justifica este presidente desteñido y prefabricado, ante el mundo, las justificaciones para las guerras que empezará o continuará en nombre de la democracia y la libertad.
“Entiendo que la guerra no es popular. Pero también sé esto: que el concepto de que la paz es deseable no es suficiente para lograrla –dijo–. La paz requiere sacrificios.” Continuó: “No erradicaremos el conflicto violento durante nuestras vidas. Habrá momentos en que las naciones –actuando individualmente o en conjunto– encontrarán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino está justificado moralmente”
“Un movimiento no violento no podría haber detenido a los ejército de Hitler. Las negociaciones no convencen a los líderes de Al Qaeda para que depongan sus armas. Decir que la fuerza puede ser necesaria a veces no es un llamado al cinismo. Es un reconocimiento de la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón.”
“Cualesquiera sean los errores que hayamos cometido, el simple hecho es éste: Estados Unidos ayudó a reescribir la seguridad global durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas”.
Obama dijo que las percepciones de Estados Unidos como un agresor estaban arraigadas en “una sospecha reflexiva de Estados Unidos, la única superpotencia militar en el mundo”.
“La paz es inestable cuando a los ciudadanos se les niega el derecho a hablar libremente o profesar la religión que quieran; elegir a sus propios líderes o reunirse sin temor. Una paz justa incluye no sólo los derechos civiles y políticos, debe estar acompañada por la seguridad económica y la oportunidad. Porque la verdadera paz no es sólo estar libre del temor sino tener libertad para querer.”
“Los ‘ingredientes vitales’ para alimentarla –continuó– son acuerdos entre las naciones, instituciones fuertes, apoyo a los derechos humanos, inversión en el desarrollo. Y, sin embargo, no creo que tengamos la voluntad o la permanencia en el poder, para completar este trabajo sin algo más. Y eso es la continua expansión de nuestra imaginación moral; una insistencia de que hay algo irreductible que todos compartimos”. Concluyó: “Tratemos de lograr un mundo como debiera ser, esa chispa divina que todavía está dentro de cada uno de nosotros”.
Así se consumó la más descarada tragicomedia de nuestro siglo, Estados Unidos resulta ser el gran héroe, no habló de los pueblos en donde corre la sangre bajo el fuego de sus ejércitos, no habló de los 30.000 soldados que deben estar siendo transportados a Afganistán en este momento para seguir preservando la injerencia con que destrozó todo un país en búsqueda de Osama Bin Laden, quien desapareció de la lista de los terroristas más buscados y haberse hecho obvio que no fue más que un invento diseñado en el Pentágono. No habló de Irak, otro suelo destrozado, riquezas de la cultura milenaria de nuestra especie que seguramente se debieron sacrificar para mantener la armonía con la tal chispa divina. Tampoco habló de lo que hará la próxima semana en Copenhague, no dijo nada referente a la crisis del capitalismo que deja sin trabajo y echa a la calle a miles de hombres comunes diariamente, nada de las bases militares con que esa bendición de nación que preside rodea los sitios estratégicos en donde se asegurará los recursos naturales de energía, agua y alimentos que le faltan a su imperio, por culpa de las imperfecciones del hombre y los límites de la razón. Dejó en su hotel, la memoria del pueblo hondureño, pateado y agredido por un golpe fascista engendrado desde Palmerola, una de sus bases que derrocó a Manuel Zelaya al éste tratar de imponer el derecho de su pueblo a la libertad de crear una nueva constitución. Se le olvidó también el pueblo de Cuba, la base de Guantánamo, la eliminación del bloqueo infernal al que la somete su potencia en nombre de la libertad y de los heroicos cinco compatriotas cubanos sentenciados como terroristas por las benditas leyes de su país.
Todo ocurrió de prisa, un libreto llevado a escena con una cronométrica precisión, la voluntad de Alfred Nobel de garantizarse sus inversiones, hoy todas en su mayoría invertidas en la industria petrolera y armamentista, toda una escena inconsistente de la mediocridad con que se pretende maquillar la crisis final del imperio. Los imperios no son capaces de presentir su derrumbe sino cuando ya se encuentran en el suelo.
Ya llega la hora de que aclare esta noche de pesadillas, un Obama sin sonrisas se bajó con prisa de su limosina y con desparpajo dijo en perfecto ingles su parlamento. ¿Es para sentirse orgulloso de ser norteamericano esta payasada? Dinamita Nobel que sigue explotando en los corazones de los pobres, de los trabajadores, de los humildes.
Ya sin careta, y trajeado de justificaciones, en nombre de la paz, terminará la primera década de nuestro nuevo siglo con las convulsiones agónicas de un imperio ante su muerte.
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