La Masacre de las Bananeras fue un episodio que ocurrió en la población colombiana de Ciénaga el 6 de diciembre de 1928 cuando un regimiento de las fuerzas armadas de Colombia abrieron fuego contra un número indeterminado de manifestantes que protestaban por las pésimas condiciones de trabajo en la United Fruit Company.
El temor anticomunista del gobierno de Miguel Abadía Méndez que veía cerca la amenaza de una revolución obrera al estilo de la bolchevique terminó demostrándose con la expedición de la ley 69 del 30 de octubre de 1928 que limitaba los derechos de los sindicatos y criminalizaba las exigencias de los trabajadores sobre los propietarios de empresas.
En ese entonces el sindicato de obreros y la United Fruit company llevaban un periodo de discusión con respecto a las condiciones de trabajo. Ellos le exigían a la empresa mejores salarios, construcción de vivienda digna para los trabajadores e indemnización por accidentes, entre otras. Cuando se promulgó la ley, los dirigentes de la empresa bananera se acogieron a ella y rechazaron las peticiones tildándolas de ilegales. Esto condujo a la huelga general de obreros que se inició el 12 de Noviembre de 1928.
La huelga y la masacre
Versiones afirman que la huelga que comenzó de forma pacífica, y que poco a poco fue influenciada por agitadores comunistas y terminó convirtiéndose en un turba que buscaba degollar a los dirigentes de la compañía. Los altos funcionarios de la bananera movieron sus influencias en el gobierno logrando que se trasladara un contingente de soldados que protegería a los directivos y las propiedades de la empresa estadounidense.
La amenaza contra la vida de los directivos, según fuentes, iba a ser materializada el 6 de Diciembre. Éstos rumores llevaron al ejercito a tomar una decisión precipitada y se dio la orden de dispersar la multitud valiéndose de todos los medios.
El número de muertos nunca se determinó y sigue siendo motivo de debate. Según la versión oficial del gobierno colombiano del momento sólo fueron nueve. Otra versión es aquella contenida en los telegramas enviados el 7 de diciembre, un día después de la masacre, por el consulado de Estados Unidos en Santa Marta a la Secretaría de Estado de Estados Unidos, donde inicialmente se informaba que fueron cerca de 50 los muertos. Más tarde en su comunicado del 29 de diciembre indicó que fueron entre 500 y 600, además de la muerte de uno de los militares. Por último en su comunicado del 16 de enero de 1929 indicó que el número excedía los 1.000. Según el consulado, la fuente de dichas cifras fue el representante de la United Fruit Company en Bogotá.
El General Cortés Vargas, comandante de las fuerzas del magdalena y el que dio la orden de disparar, argumentó posteriormente que lo había hecho, entre otros motivos, porque tenía información de que barcos estadounidenses estaban cerca a las costas colombianas listos a desembarcar tropas para defender al personal estadounidense y los intereses de la United Fruit Company, y que de no haber dado la orden Estados Unidos habría invadido tierras colombianas. Esta posición fue fuertemente criticada en el Senado, en especial por Jorge Eliécer Gaitán quién aseguraba que esas mismas balas debían haber sido utilizadas para detener al invasor extranjero.
Fin de la huelga y Consecuencias
Ante esta respuesta violenta, se produce la desbandada de los trabajadores y una rápida negociación, y como resultado de la misma aceptan recortar por mitad los salarios. La difusión de la masacre fue amplia en los medio de comunicación de la época, y provocó innumerables debates éticos y políticos. El más llamativo fue el organizado por el partido Liberal que envió a Jorge Eliécer Gaitán al lugar de los hechos para realizar una investigación detallada de lo sucedido. De regreso presentó su informe al parlamento, donde se generó un intenso debate en relación a la decisión de disparar a una manifestación desarmada donde se encontraban mujeres y niños. Otro de los temas discutidos fue la influencia de las multinacionales en las altas esferas del gobierno, en especial de la United Fruit Company a quién se le logró demostrar relaciones directas con el general Cortés Vargas
La United Fruit Company era experta en crear psicología asesina en el gobierno colombiano. Jorge Eliécer Gaitán diría un día: “La United no quería arreglar con los obreros (...) La United pasaba telegramas inexactos, fomentaba los disturbios, insultaba al gobernador (Núñez Roca), para hacerle creer al gobierno de Bogotá que había una situación gravísima, a fin de que los obreros fueran abaleados”. Cortés Vargas, el ogro y asesino, fue nombrado máxima autoridad civil y militar de Santa Marta.
Le llegó la hora para su macabrosa actuación militar. Miles de obreros, mujeres y niños, estaban en la plaza de la estación preparando sancocho para alimentarse y no abandonar el lugar de concentración en Ciénaga. Eran como la una y media de la madrugada del 6 de diciembre. Un poeta, artista al fin y al cabo, funcionario de gobierno y admirador del ejército colombiano, escribió así: “Cuando llegué a la estación de Ciénaga, el miércoles (5 de diciembre), los huelguistas se hallaban en gran número localizados allí. Habían clavado entre los rieles una bandera nacional, otra roja y una efigie (sic) del Libertador. En uno de los muros de la estación estaba colgado un cartel enorme que decía poco más o menos: “Viva la soberanía nacional. Los soldados para los piratas del petróleo, no para los obreros de Colombia”... Había en aquel sitio la animación de un campamento y una banda de música tocaba alegres aires...”. Luego, de la masacre o genocidio, se vio en la necesidad de preguntarse: “¿Por qué no se aguardó la mañana para promulgar la orden de disolver grupos? Todavía al día siguiente había muchas personas que ignoraban que la ciudad estaba en estado de sitio”.
¿Cómo justificar ante la historia la orden de disparar las metrallas del genocidio?. El sanguinario Cortés Vargas se las ingenió, “reflexionó” como reflexionan los mercenarios: “pensar es difícil, actuar pensando mucho más difícil, es mejor actuar sin pensar y de una vez contra esa camarilla de malhechores, revoltosos, incendiarios, bandoleros, asesinos y comunistas, antes de que una pizca de razón humana me pase por la cabeza”
Los oficiales y soldados fueron obligados a consumir alcohol por los representantes del monopolio imperialista para que tampoco pensaran y no se les despertara ningún indicio de conciencia o de humanismo, porque sabían que eran hombres del pueblo armados que iban a aseinar a hombres y mujeres del pueblo desarmados e indefensos. La orden a la soldadesca fue: “¡Sin vacilar: disparen a matar!”
Comenzó la matanza.
“Fuego”, gritó el superior y fuego hubo. La plaza se inundó de sangre obrera, de sangre de mujeres de obreros, de sangre de hijos e hijas de obreros, y se llenó de cadáveres. El Espectador de Barranquilla señala que hubo 150 muertos y más de 400 heridos, mientras que, casi al mismo tiempo, se produjo otra masacre en Sevilla de más de 30 muertos y otro número importante de heridos. Cortés Vargas, ¡se las comió!, mató mucha gente desarmada sin que le presentaran combate. El petit de Blucher, se graduó de bárbaro y de asesino. Alberto Castrillón, comunista y dirigente de la guerra y luego juzgado y condenado a 24 años y 8 meses de prisión, sostuvo que hubo más de 1500 muertos. ¡Dios Santo: qué barbaridad de patriotismo la del ejército colombiano! La tos del Libertador protestó desde la ultratumba.
El temor anticomunista del gobierno de Miguel Abadía Méndez que veía cerca la amenaza de una revolución obrera al estilo de la bolchevique terminó demostrándose con la expedición de la ley 69 del 30 de octubre de 1928 que limitaba los derechos de los sindicatos y criminalizaba las exigencias de los trabajadores sobre los propietarios de empresas.
En ese entonces el sindicato de obreros y la United Fruit company llevaban un periodo de discusión con respecto a las condiciones de trabajo. Ellos le exigían a la empresa mejores salarios, construcción de vivienda digna para los trabajadores e indemnización por accidentes, entre otras. Cuando se promulgó la ley, los dirigentes de la empresa bananera se acogieron a ella y rechazaron las peticiones tildándolas de ilegales. Esto condujo a la huelga general de obreros que se inició el 12 de Noviembre de 1928.
La huelga y la masacre
Versiones afirman que la huelga que comenzó de forma pacífica, y que poco a poco fue influenciada por agitadores comunistas y terminó convirtiéndose en un turba que buscaba degollar a los dirigentes de la compañía. Los altos funcionarios de la bananera movieron sus influencias en el gobierno logrando que se trasladara un contingente de soldados que protegería a los directivos y las propiedades de la empresa estadounidense.
La amenaza contra la vida de los directivos, según fuentes, iba a ser materializada el 6 de Diciembre. Éstos rumores llevaron al ejercito a tomar una decisión precipitada y se dio la orden de dispersar la multitud valiéndose de todos los medios.
El número de muertos nunca se determinó y sigue siendo motivo de debate. Según la versión oficial del gobierno colombiano del momento sólo fueron nueve. Otra versión es aquella contenida en los telegramas enviados el 7 de diciembre, un día después de la masacre, por el consulado de Estados Unidos en Santa Marta a la Secretaría de Estado de Estados Unidos, donde inicialmente se informaba que fueron cerca de 50 los muertos. Más tarde en su comunicado del 29 de diciembre indicó que fueron entre 500 y 600, además de la muerte de uno de los militares. Por último en su comunicado del 16 de enero de 1929 indicó que el número excedía los 1.000. Según el consulado, la fuente de dichas cifras fue el representante de la United Fruit Company en Bogotá.
El General Cortés Vargas, comandante de las fuerzas del magdalena y el que dio la orden de disparar, argumentó posteriormente que lo había hecho, entre otros motivos, porque tenía información de que barcos estadounidenses estaban cerca a las costas colombianas listos a desembarcar tropas para defender al personal estadounidense y los intereses de la United Fruit Company, y que de no haber dado la orden Estados Unidos habría invadido tierras colombianas. Esta posición fue fuertemente criticada en el Senado, en especial por Jorge Eliécer Gaitán quién aseguraba que esas mismas balas debían haber sido utilizadas para detener al invasor extranjero.
Fin de la huelga y Consecuencias
Ante esta respuesta violenta, se produce la desbandada de los trabajadores y una rápida negociación, y como resultado de la misma aceptan recortar por mitad los salarios. La difusión de la masacre fue amplia en los medio de comunicación de la época, y provocó innumerables debates éticos y políticos. El más llamativo fue el organizado por el partido Liberal que envió a Jorge Eliécer Gaitán al lugar de los hechos para realizar una investigación detallada de lo sucedido. De regreso presentó su informe al parlamento, donde se generó un intenso debate en relación a la decisión de disparar a una manifestación desarmada donde se encontraban mujeres y niños. Otro de los temas discutidos fue la influencia de las multinacionales en las altas esferas del gobierno, en especial de la United Fruit Company a quién se le logró demostrar relaciones directas con el general Cortés Vargas
La United Fruit Company era experta en crear psicología asesina en el gobierno colombiano. Jorge Eliécer Gaitán diría un día: “La United no quería arreglar con los obreros (...) La United pasaba telegramas inexactos, fomentaba los disturbios, insultaba al gobernador (Núñez Roca), para hacerle creer al gobierno de Bogotá que había una situación gravísima, a fin de que los obreros fueran abaleados”. Cortés Vargas, el ogro y asesino, fue nombrado máxima autoridad civil y militar de Santa Marta.
Le llegó la hora para su macabrosa actuación militar. Miles de obreros, mujeres y niños, estaban en la plaza de la estación preparando sancocho para alimentarse y no abandonar el lugar de concentración en Ciénaga. Eran como la una y media de la madrugada del 6 de diciembre. Un poeta, artista al fin y al cabo, funcionario de gobierno y admirador del ejército colombiano, escribió así: “Cuando llegué a la estación de Ciénaga, el miércoles (5 de diciembre), los huelguistas se hallaban en gran número localizados allí. Habían clavado entre los rieles una bandera nacional, otra roja y una efigie (sic) del Libertador. En uno de los muros de la estación estaba colgado un cartel enorme que decía poco más o menos: “Viva la soberanía nacional. Los soldados para los piratas del petróleo, no para los obreros de Colombia”... Había en aquel sitio la animación de un campamento y una banda de música tocaba alegres aires...”. Luego, de la masacre o genocidio, se vio en la necesidad de preguntarse: “¿Por qué no se aguardó la mañana para promulgar la orden de disolver grupos? Todavía al día siguiente había muchas personas que ignoraban que la ciudad estaba en estado de sitio”.
¿Cómo justificar ante la historia la orden de disparar las metrallas del genocidio?. El sanguinario Cortés Vargas se las ingenió, “reflexionó” como reflexionan los mercenarios: “pensar es difícil, actuar pensando mucho más difícil, es mejor actuar sin pensar y de una vez contra esa camarilla de malhechores, revoltosos, incendiarios, bandoleros, asesinos y comunistas, antes de que una pizca de razón humana me pase por la cabeza”
Los oficiales y soldados fueron obligados a consumir alcohol por los representantes del monopolio imperialista para que tampoco pensaran y no se les despertara ningún indicio de conciencia o de humanismo, porque sabían que eran hombres del pueblo armados que iban a aseinar a hombres y mujeres del pueblo desarmados e indefensos. La orden a la soldadesca fue: “¡Sin vacilar: disparen a matar!”
Comenzó la matanza.
“Fuego”, gritó el superior y fuego hubo. La plaza se inundó de sangre obrera, de sangre de mujeres de obreros, de sangre de hijos e hijas de obreros, y se llenó de cadáveres. El Espectador de Barranquilla señala que hubo 150 muertos y más de 400 heridos, mientras que, casi al mismo tiempo, se produjo otra masacre en Sevilla de más de 30 muertos y otro número importante de heridos. Cortés Vargas, ¡se las comió!, mató mucha gente desarmada sin que le presentaran combate. El petit de Blucher, se graduó de bárbaro y de asesino. Alberto Castrillón, comunista y dirigente de la guerra y luego juzgado y condenado a 24 años y 8 meses de prisión, sostuvo que hubo más de 1500 muertos. ¡Dios Santo: qué barbaridad de patriotismo la del ejército colombiano! La tos del Libertador protestó desde la ultratumba.
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