Consecuencias de la política terrorista contra Palestina
Gaza aislada del mundo: Israel provoca escasez de alimentos y cortes de luz y agua
En un espacio de 40 kilómetros de largo, por 15 de ancho convive cerca de millón y medio de habitantes, podría decirse que es la cárcel, sin techo, más grande del mundo.
Gaza / Un año después de que las bombas israelíes cayeran sobre la franja de Gaza, la población civil vive aislada del mundo, con las fronteras cerradas, escasez de alimentos, cortes de luz, de agua, los edificios derruidos y sin esperanza.
Un año después de que comenzara la ofensiva militar israelí en Gaza, que dejó unos 1.400 palestinos muertos, varios de los miles que perdieron sus hogares viven en tiendas de campaña porque el bloqueo israelí impide la entrada de materiales de construcción.
Es el caso de Marwan al Atar, quien parece haber dejado de encontrar sentido a la vida tras casi un año de subsistencia en una precaria tienda de campaña en Beit Lahia, en el norte de Gaza.
“Dejé la tienda de campaña hace 45 días, cuando el agua de la lluvia y el viento la destrozaron. Mis hijas han contraído enfermedades cutáneas y están en estado grave”, dice mientras la pena y el dolor asoman en su rostro.
La situación era tan desesperada que, a sus 55 años, Al Atar prefirió regresar a los escombros de su antiguo hogar antes que permanecer en su “casa de tela” del campamento del barrio de Al Atatra, levantado hace un año por organizaciones humanitarias internacionales para los que perdieron su casa en los bombardeos.
“Ahora vivo con mis diez hijos en mi casa destruida. Pedí dinero a un familiar para reconstruir una habitación y un cuarto de baño. Nadie se preocupa de enviarnos comida o dinero. Estamos olvidados”, lamenta.
La situación no es mucho mejor para quienes siguen en el campamento de Al Atatra, donde niños descalzos juegan en un insalubre charco de lluvia, aparentemente ajenos a su desgracia.
El cielo gris, el fuerte soplido del viento y la cercanía a la ultra-protegida frontera con Israel refuerzan el carácter deprimente del lugar, en el que la veintena de tiendas parecen frágiles; los padres, vulnerables; y los alrededores, yermos.
Sus residentes aún esperan los 4.481 millones de dólares prometidos por más de setenta países en marzo pasado en Egipto para la reconstrucción de Gaza tras la operación Plomo Fundido, iniciada hace un año.
Además de unos 1.400 palestinos muertos (en su mayoría civiles) y más de 5.000 heridos, los 22 días de ofensiva israelí por tierra, mar y aire dejaron 4.100 edificios destruidos por completo y otros 17.000 dañados en mayor o menor medida, según cifras del Ministerio de Vivienda del Gobierno de Hamás.
Los habitantes de Gaza no han podido importar materiales de construcción a causa del bloqueo israelí, iniciado en 2006.
Naciones Unidas y organizaciones humanitarias tratan de paliar la situación con dinero, comida, mantas o tiendas de campaña para los “sin techo” de la contienda, pero la falta de perspectivas de un futuro mejor sirve de abono al pesimismo.
“Parece que mis sueños nunca se harán realidad. Ha pasado casi un año y nada ha cambiado. Al contrario, todo va a peor”, comenta al Atar.
Saleh Abu Laila, de 52 años, sigue en el campamento con sus dos mujeres y veinte hijos: “Vinimos aquí cuando nuestra vivienda quedó completamente destrozada. El Gobierno de Hamás me dio 2.000 euros, pero sólo me sirvieron para comprar muebles para las dos tiendas de campaña, no para reconstruir la casa”.
Marwan y Saleh cargan con las heridas psicológicas de una invasión que dejó cicatrices más visibles en los cientos de palestinos que quedaron mutilados y tratan ahora de rehacer su vida.
Uno de ellos es la adolescente Yamila al Habash, que perdió sus dos piernas cuando un misil israelí impactó en su casa del este de Gaza capital y mató a su hermana menor y su prima con las que jugaba.
Su padre, Mohamed, fue el primero en llegar a la habitación de las pequeñas: “Fue una masacre. Los miembros de los niños estaban esparcidos por todo el suelo”.
La joven, entonces de 14 años, despertó en el hospital y descubrió la tragedia al levantar la sábana: “¿Dónde están mis piernas?”, preguntó.
Un año después, Yamila va a clase andando con el apoyo de muletas y gracias a unas extremidades ortopédicas que recibió en Eslovenia hace unos meses.
El director del centro de Miembros Artificiales y Polio de Gaza, Hazem al Shawa, asegura que han implantado falsas extremidades a 76 pacientes y otros 174 aún esperan su turno.
Yamila sueña con ser periodista para informar sobre el “sufrimiento palestino” y no descarta ser madre en el futuro.
“A quienes creen que he perdido todo les digo que conservo la esperanza y la fe en Dios”, declara con un optimismo poco frecuente en una Gaza todavía herida por la ofensiva israelí de hace un año
Gaza aislada del mundo: Israel provoca escasez de alimentos y cortes de luz y agua
En un espacio de 40 kilómetros de largo, por 15 de ancho convive cerca de millón y medio de habitantes, podría decirse que es la cárcel, sin techo, más grande del mundo.
Gaza / Un año después de que las bombas israelíes cayeran sobre la franja de Gaza, la población civil vive aislada del mundo, con las fronteras cerradas, escasez de alimentos, cortes de luz, de agua, los edificios derruidos y sin esperanza.
Un año después de que comenzara la ofensiva militar israelí en Gaza, que dejó unos 1.400 palestinos muertos, varios de los miles que perdieron sus hogares viven en tiendas de campaña porque el bloqueo israelí impide la entrada de materiales de construcción.
Es el caso de Marwan al Atar, quien parece haber dejado de encontrar sentido a la vida tras casi un año de subsistencia en una precaria tienda de campaña en Beit Lahia, en el norte de Gaza.
“Dejé la tienda de campaña hace 45 días, cuando el agua de la lluvia y el viento la destrozaron. Mis hijas han contraído enfermedades cutáneas y están en estado grave”, dice mientras la pena y el dolor asoman en su rostro.
La situación era tan desesperada que, a sus 55 años, Al Atar prefirió regresar a los escombros de su antiguo hogar antes que permanecer en su “casa de tela” del campamento del barrio de Al Atatra, levantado hace un año por organizaciones humanitarias internacionales para los que perdieron su casa en los bombardeos.
“Ahora vivo con mis diez hijos en mi casa destruida. Pedí dinero a un familiar para reconstruir una habitación y un cuarto de baño. Nadie se preocupa de enviarnos comida o dinero. Estamos olvidados”, lamenta.
La situación no es mucho mejor para quienes siguen en el campamento de Al Atatra, donde niños descalzos juegan en un insalubre charco de lluvia, aparentemente ajenos a su desgracia.
El cielo gris, el fuerte soplido del viento y la cercanía a la ultra-protegida frontera con Israel refuerzan el carácter deprimente del lugar, en el que la veintena de tiendas parecen frágiles; los padres, vulnerables; y los alrededores, yermos.
Sus residentes aún esperan los 4.481 millones de dólares prometidos por más de setenta países en marzo pasado en Egipto para la reconstrucción de Gaza tras la operación Plomo Fundido, iniciada hace un año.
Además de unos 1.400 palestinos muertos (en su mayoría civiles) y más de 5.000 heridos, los 22 días de ofensiva israelí por tierra, mar y aire dejaron 4.100 edificios destruidos por completo y otros 17.000 dañados en mayor o menor medida, según cifras del Ministerio de Vivienda del Gobierno de Hamás.
Los habitantes de Gaza no han podido importar materiales de construcción a causa del bloqueo israelí, iniciado en 2006.
Naciones Unidas y organizaciones humanitarias tratan de paliar la situación con dinero, comida, mantas o tiendas de campaña para los “sin techo” de la contienda, pero la falta de perspectivas de un futuro mejor sirve de abono al pesimismo.
“Parece que mis sueños nunca se harán realidad. Ha pasado casi un año y nada ha cambiado. Al contrario, todo va a peor”, comenta al Atar.
Saleh Abu Laila, de 52 años, sigue en el campamento con sus dos mujeres y veinte hijos: “Vinimos aquí cuando nuestra vivienda quedó completamente destrozada. El Gobierno de Hamás me dio 2.000 euros, pero sólo me sirvieron para comprar muebles para las dos tiendas de campaña, no para reconstruir la casa”.
Marwan y Saleh cargan con las heridas psicológicas de una invasión que dejó cicatrices más visibles en los cientos de palestinos que quedaron mutilados y tratan ahora de rehacer su vida.
Uno de ellos es la adolescente Yamila al Habash, que perdió sus dos piernas cuando un misil israelí impactó en su casa del este de Gaza capital y mató a su hermana menor y su prima con las que jugaba.
Su padre, Mohamed, fue el primero en llegar a la habitación de las pequeñas: “Fue una masacre. Los miembros de los niños estaban esparcidos por todo el suelo”.
La joven, entonces de 14 años, despertó en el hospital y descubrió la tragedia al levantar la sábana: “¿Dónde están mis piernas?”, preguntó.
Un año después, Yamila va a clase andando con el apoyo de muletas y gracias a unas extremidades ortopédicas que recibió en Eslovenia hace unos meses.
El director del centro de Miembros Artificiales y Polio de Gaza, Hazem al Shawa, asegura que han implantado falsas extremidades a 76 pacientes y otros 174 aún esperan su turno.
Yamila sueña con ser periodista para informar sobre el “sufrimiento palestino” y no descarta ser madre en el futuro.
“A quienes creen que he perdido todo les digo que conservo la esperanza y la fe en Dios”, declara con un optimismo poco frecuente en una Gaza todavía herida por la ofensiva israelí de hace un año
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