jueves, 17 de diciembre de 2009

Se conmemora un año más de la muerte del Libertador Simón Bolívar

Gloria al más grande
Se conmemora un año más de la muerte del Libertador Simón Bolívar
El padre de la patria, reconocido como el conductor de la Revolución de Independencia de Andinoamérica, realizó una lucha emancipadora por medio de la cual liberó del yugo colonial a los territorios que hoy pertenecen a Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela
Una hora después del mediodía del viernes 17 de diciembre de 1830 dejó de existir físicamente el Padre de la Patria, Simón Bolívar. A partir de allí se escribió sólo una página más en la vida del gran héroe latinoamericano que hoy en día vive en las luchas libertarias de los pueblos del mundo.
Simón Bolívar, reconocido como el conductor de la Revolución de Independencia de Andinoamérica, realizó una lucha emancipadora por medio de la cual liberó del yugo colonial a los territorios que hoy pertenecen a Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela.

Testamento de su excelencia, Simón Bolívar en Santa Marta, 10 de diciembre de 1830
En nombre de Dios todo Poderoso. Amén. Yo, Simón Bolívar, Libertador de la República de Colombia, natural de la ciudad de Caracas en el Departamento de Venezuela, hijo legitimo de los señores Juan Vicente Bolívar y María Concepción Palacios, difuntos, vecinos que fueron de dicha ciudad, hallándome gravemente enfermo, pero en mi entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural, creyendo y confesando como firmemente creo y confieso el alto y soberano misterio de la Beatísima y Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espíritu Santo tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios que cree, predica y enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte, como Católico fiel Cristiano, para estar prevenido cuando la mía me llegue con disposición testamental, bajo la invocación divina, hago, otorgo y ordeno mi Testamento en la forma siguiente:
Primeramente encomiendo mi Alma a Dios nuestro Señor que de la nada la crió, y el cuerpo a la tierra de que fue formado, dejando a disposición de mis Albaseas el funeral y entierro, y el pago de las mandas que sean necesarias para obras pías, y estén prevenidas por el gobierno.
Declaro: fui casado legalmente con la Sra. Teresa Toro, difunta, en cuyo matrimonio no tuvimos hijo alguno.
Declaro: que cuando contrajimos matrimonio, mi referida esposa, no introdujo a el ninguna dote, ni otros bienes, y yo introduje todo cuanto heredé de mis padres.
Declaro: que no poseo otros bienes mas que las tierras y minas de Aroa, situadas en la Provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el inventario que debe hallarse entre mis papeles, las cuales existen en poder del Sr. Juan de Francisco Martín vecino de Cartagena.
Declaro: que solamente soy deudor de cantidad de pesos a los señores Juan de Francisco Martín y Poules y Compañía, y prevengo a mis Albaseas que estén y pasen por las cuentas que dichos Señores presenten y las satisfagan de mis bienes.
Es mi voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto, que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República.
Es mi voluntad: que las dos obras que me regalo mi amigo el Sr. Gral. Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón tituladas "El Contrato Social" de Ruseau y "El Arte Militar" de Montecuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas.
Es mi voluntad: que de mis bienes se le den a mi fiel mayordomo José Palacios la cantidad de ocho mil pesos, en remuneración a sus constantes servicios.
Ordeno: que los papeles que se hallan en poder del Sr. Pavageau, se quemen.
Es mi voluntad: que después de mi fallecimiento, mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi país natal.
Mando a mis Albaceas que la espada que me regaló el Gran Mariscal de Ayacucho, se devuelva a su viuda para que la conserve, como una prueba del amor que siempre he profesado al expresado Gran Mariscal.
Mando a mis Albaceas se den las gracias al Sr. Gral. Roberto Wilson por el buen comportamiento de su hijo el Coronel Belford Wilson, que tan fielmente me ha acompañado hasta los últimos momentos de mi vida.
Para cumplir y pagar este mi textamento y lo en el contenido, nombro por mis Albaceas textamentarios, fidei comisarios, tenedores de bienes a los Sres. Gral. Pedro Briceño Méndes, Juan de Francisco Martín, Dr. José Vargas, y el Gral. Laurencio Silva, para que de mancomún et insolidum entre en ellos, los beneficien y vendan en almoneda o fuera de ella, aunque sea pasado el año fatal de Albaceasgo pues yo les prorrogo el demás tiempo que necesiten, con libre franca, y general administración.
Y cumplido y pagado este mi textamento y lo en el contenido instituyo y nombro por mis únicos y universales herederos en el remanente de todos mis bienes, deudas, derechos y acciones, futuras sucesiones en el que haya sucedido y suceder pudiere, a mis hermanas María Antonia y Juana Bolívar y a los hijos de mi finado hermano Juan Vicente Bolívar, a saber, Juan, Felicia y Fernando Bolívar, con prevención de que mis bienes deberán dividirse en tres partes, las dos para mis dichas hermanas, y la otra parte para los referidos hijos de mi indicado hermano Juan Vicente, para que lo hayan, y disfruten con la bendición de Dios.
Y revoco, anulo, y doy por de ningún valor ni efecto otros testamentos, codicilos, poderes y memorias que antes de este haya otorgado por escrito, de palabra o en otra forma para que no prueben ni hagan fe en juicio, ni fuera de el, salvo el que presente que ahora otorgo como mi última y deliberada voluntad, o en aquella vía y forma que mas haya lugar en derecho. En cuyo testimonio así lo otorgo en esta hacienda San Pedro Alejandrino de la comprensión de la ciudad de Santa Marta a diez de diciembre de 1830.
Y su excelencia el otorgante a quien yo, infrascrito, Escribano Publico del Número certifico que conozco, y de que al parecer está en su entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural, así lo dijo, otorgó y firmó por ante mí en la casa de su habitación, y en éste mi Registro Corriente de Contratos Públicos siendo testigos los S.S.: Gral. Mariano Montilla, Gral. José María Carreño, Coronel Belford Hinton Wilson, Coronel José de la Cruz Paredes, Coronel Joaquín de Mier, Primer Comandante Juan Glenn y el Dr. Manuel Pérez Recuero, presentes.
Ante mí, José Catalino Noguera, Escribano Público.

Muerte del Libertador. Última proclama del Libertador
Simón Bolívar,
Libertador de Venezuela, etc.
A los pueblos de Colombia
Colombianos:
Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830. 20º.
Simón Bolívar
LA MORTAJA DEL LIBERTADOR FUE PRESTADA:
Al buscar en las cosas extrañas o simplemente increíbles que acompañaron el transito final del Libertador, prisionero entre las cuadradas formas de la Quinta de San Pedro alejandrino, en la hermosa ciudad colombiana de Santa Marta hay dos realidades que nos acompañan.
El hombre que dio la libertad a medio hemisferio americano murió en casa ajena y con camisa prestada. Ajena la casa y aunque propiedad de un caballero español, no pudo sentirse ni en su propia casa ni en el país ni en donde la ciudad donde nació.
Aquella casa, la casa de los Mier, ha debido mover su alma más que todas las que antes vio y en las que vivió
En cuanto a la camisa se tiene como seguro que perteneció al general venezolano, nacido en la ciudad de El Tinaco, Estado Cojedes José Laureano Silva, uno de los lideres del tiempo de la emancipación y quien para el momento, (1830) el grado de general de División al que había ascendido después de la acción militar del Pórtete de Tarquí en que las tropas ecuatorianas comandadas por Sucre derrotaron a las peruanas lideradas por La Mar.
1830 fue un año de terrible momentos: era el final de ciclo heroico y Sucre ya había muerto Bolívar lo acababan las fiebres y las tristezas pero, por esos momentos estelares de la vida de los hombres, la historia se detiene sobre la cabeza de Silva y lo señala para que sea un símbolo eterno de lealtad al hombre y de todos los pueblos.
La mañana moría y empezaba la tarde del diecisiete de diciembre de 1830y al no llegar el oxigeno al celebro de Bolívar expiró. A lo ignoto voló aquel espíritu superior pero los despojos humanos, atados a la tierra, estaban desnudos y solitarios sobre el lecho de muerte.
No había ropajes de lujo como otrora, nada de sedas ni linos para vestir al más grande de los hombres. Rodean al Libertador puros hombres y Bolívar no tiene camisa con que amortajarlo. La que tiene puesta está rota dice Reverend. Esto quizás sea un ejemplo para que las generaciones posteriores al Libertador superen la injusticia que se agolpó sobre la cabeza de quien liberó seis naciones.
Bolívar el que nació en cuna de oro, al que le sobraban vestidos y sirvientes se enfrentaba siendo ya un despojo humano al duro trance de ser enterrado con una camisa rota y raída... Pero Silva, en posición que lo eterniza, con piedad, con respeto al comandante de todos los días y de todos los tiempos, con sentido de servicio, fiel, obediente, atento subalterno, trae una de sus camisas y amortajan al Libertador.
Nadie puede saber que sintió Silva. Estaba cumpliendo uno de los deberes como Albacea del muerto inolvidable.
Y a la historia pasa, como los bíblicos ayudantes de Jesús, la figura de Silva cumpliendo más allá de todo su deber y su amistad.

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