Venezuela 2.010: La Campaña Admirable.
Todos al mando del nuevo libertador Hugo Chávez Frías, debemos recorrer la patria y encenderla con la conciencia de la necesidad de hacer más profundo el compromiso de lucha!
Raúl Bracho
Dos sucesos marcarán la historia de Venezuela en el próximo año, en la lucha hemisférica el comienzo de la Quinta Internacional Socialista y en la lucha interna La Campaña Admirable, nombre que desde ya sospecho pondrá nuestro comandante al esfuerzo por lograr una victoria contundente en los próximos comicios electorales en donde se deberá elegir a los representantes del Poder Legislativo.
¿Por qué Campaña Admirable?
La Campaña Admirable marcó el inicio de las luchas por la independencia de Venezuela, nadie mejor que Bolívar para describirla:
“No he podido oír sin rubor, sin confusión, llamarme héroe y tributarme tantas alabanzas. Exponer mi vida por la patria, es un deber, que han llenado vuestros hermanos en el campo de batalla; sacrificar todo a la libertad, lo habéis hecho vosotros mismos, compatriotas generosos. Los sentimientos que elevan mi alma, exaltan también la vuestra. La providencia y no el heroísmo, han operado los prodigios que admiráis. Luego que la demencia o la cobardía os entregaran a los tiranos, traté de alejarme de este país desgraciado. Yo vi al pérfido que os atraía a sus lazos, para dejaros prendidos en las cadenas. Fui testigo de los primeros sacrificios que dieron la alarma general. En mi indignación resolví perecer antes de despecho o de miseria en el último rincón del globo, que presenciar las violencias del déspota. Huí de la tiranía, no para salvar mi vida, ni esconderla en la oscuridad, sino para exponerla en el campo de batalla, en busca de la gloria y de la libertad. Cartagena, al abrigo de las banderas republicanas, fue elegida para mi asilo. Ese pueblo virtuoso defendía por las armas sus derechos contra un ejército opresor que había ya puesto el yugo a casi todo el estado. Algunos compatriotas nuestros y yo, llegamos en el momento del conflicto, y cuando ya las tropas españolas se acercaban a la capital y le intimidaron la rendición, los esfuerzos de los caraqueños contribuyeron poderosamente a arrojar a los enemigos de todos los puntos. La sed de los combates, el deseo de vindicar los ultrajes de mis compatriotas, me hicieron entonces alistar en aquellos ejércitos, que consiguieron las victorias señaladas. Nuevas expediciones se hicieron contra otras provincias. Ya en aquella época era yo en Cartagena coronel, inspector y consejero; y no obstante, pedí servicio en calidad de simple voluntario bajo las órdenes del coronel Labatut que marchaba contra Santa Marta. Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba un destino más honroso: derramar mi sangre por la libertad de mi patria. Fue entonces que indignas rivalidades me redujeron a la alternativa más dura. Si obedecía las órdenes del jefe, no me hallaba en ninguna ocasión de combatir; y si seguía mi natural impulso, me lisonjeaba de tomar la fortaleza de Tenerife, una de las más inexpugnables que hay en la América meridional. Siendo vanas mis súplicas para obtener de aquél me confiase la dirección de esta empresa, elegí arrostrar todos los peligros y resultados, y emprendí el asalto del fuerte. Sus defensores le abandonaron a mis armas, que se apoderaron de él sin resistencia, cuando hubiera podido rechazar al mayor ejército. Cinco días marcados con victorias consecutivas, terminaron la guerra, y la provincia de Santa Marta fue ocupada después sin obstáculo alguno. Tan felices sucesos me hicieron obtener del Gobierno de la Nueva Granada el mando de una expedición contra la provincia de Cúcuta y Pamplona. Nada pudo allí detener el ímpetu de los soldados que mandaba. Vencieron y despedazaron a los enemigos en donde quiera que los encontraban, y esta provincia fue liberada. En medio de estos triunfos, ansiaba sólo por aquellos que debieran dar la libertad a Venezuela; constante mira de todos mis conatos. Las dificultades no podían aterrarme: la grandeza de la empresa excitaba mi ardor. Las cadenas que arrastrabais, los ultrajes que recibíais, inflamaban más mi celo. Mis solicitudes al fin obtuvieron algunos soldados, y el permiso para poder hacer frente al poder de Monteverde. Marche entonces a la cabeza de ellos, y mis primeros pasos me hubieran desalentado, si yo no hubiese preferido vuestra salud a la mía. La deserción fue continua, y mis tropas habían quedado reducidas a muy corto número, cuando obtuve los primeros triunfos en territorio de Venezuela. Ejércitos grandes oprimían la República, y visteis, compatriotas, un puñado de soldados libertadores volar desde la Nueva Granada hasta esta capital venciéndolo todo, restituyendo a Mérida, Trujillo, Barinas y Caracas a su primera dignidad política. Esta capital no necesitó de nuestras armas para ser liberada. Su patriotismo sublime no había decaído en un año de cadenas y vejaciones. Las tropas españolas huyeron de un pueblo desarmado, cuyo valor temían, y cuya venganza merecían. Grande y noble en el seno mismo del oprobio, se ha cubierto de una mayor gloria en su nueva regeneración. Compatriotas: Vosotros me honráis con el ilustre título de Libertador. Los oficiales, los soldados del ejército, ved ahí los libertadores; ved ahí los que reclaman la gratitud nacional. Vosotros conocéis bien los autores de vuestra restauración: esos valerosos soldados, esos jefes impertérritos. El general Ribas, cuyo valor vivirá siempre en la memoria americana, junto con las jornadas gloriosas de Niquitao y Barquisimeto. El gran Girardot, joven héroe que hizo aciaga con su pérdida la victoria de Bárbula; el mayor general Urdaneta, el más constante y sereno oficial del ejército. El intrépido D´Elhuyar, vencedor de Monteverde en Las Trincheras. El bravo comandante Campo Elías, pacificador del Tuy y libertador de Calabozo. El bizarro coronel Villapol que desriscado en Vigirima, contuso y desfallecido, no perdió nada de su valor que tanto contribuyó a la victoria de Araure. El coronel Palacios, que en una larga serie de encuentros terribles, soldado esforzado y jefe sereno, ha defendido con firme carácter la libertad de su patria. El mayor Manrique, que dejando sus soldados tendidos en el campo, se abrió paso por las filas enemigas, con sólo sus oficiales Planes, Monagas, Canelón, Luque, Fernández, Buroz, y pocos más, cuyos nombres no tengo presentes, y cuyo ímpetu y arrojo publican Niquitao, Barquisimeto, Bárbula, Las Trincheras y Araure. Compatriotas: Yo no he venido a oprimiros con mis armas vencedoras. He venido a traeros el imperio de las leyes; he venido con el designio de conservaros vuestros sagrados derechos. No es un despotismo militar lo que puede hacer la felicidad de un pueblo, ni el mando que obtengo puede convenir jamás, sino temporariamente, a la República. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a la patria. No es árbitro de las leyes ni del gobierno; es defensor de su libertad. Sus glorias deben confundirse con los de la República; y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad del país. He defendido vigorosamente vuestros intereses en el campo del honor, y os prometo que los sostendré hasta el último período de mi vida. Vuestra dignidad, vuestras glorias serán siempre caras a mi corazón; más el peso de la autoridad me agobia. Yo os suplico que me eximáis de una carga superior a mis fuerzas. Elegid vuestros representantes, vuestros magistrados, un gobierno justo; y contad con que las armas que han salvado la República, protegerán siempre la libertad y la gloria de Venezuela.” (Simón Bolívar, mensaje a la Asamblea en Caracas, 2 de Enero 1.814)
Un puñado de soldados al mando de un gran hombre fueron pueblo tras pueblo sembrando la libertad y echando a los servidores del imperio, igual deberemos todos hacerlo en este tiempo, todos al mando del nuevo libertador Hugo Chávez Frías, debemos recorrer la patria y encenderla con la conciencia de la necesidad de hacer más profundo el compromiso de lucha, deberemos enfrentar con luces de valores socialistas a las raíces del individualismo y del enriquecimiento personal, que no dejan de poner en riesgo todo lo logrado, deberemos elevar las banderas más que nunca, y de manera similar a la del pueblo de Bolivia, sellar con un triunfo majestuoso, una victoria que retumbará en toda la América. Bolívar volverá y desde Cúcuta partirá de nuevo hasta Caracas, esta vez debemos triunfar en la frontera, Táchira y Zulia deben ser objetivos donde se harán imprescindibles las victorias, los agricultores de la patria nueva, todos soldados de los Fundos Zamoranos, de las ciudades Agrícolas Socialistas, el Frente Francisco de Miranda y el nuevo PSUV, no podemos desperdiciar ni un solo momento para entregarnos a esta lucha. El nuevo decreto de guerra a muerte a los pitiyanquis deberá ser nuestro himno.
Todos al mando del nuevo libertador Hugo Chávez Frías, debemos recorrer la patria y encenderla con la conciencia de la necesidad de hacer más profundo el compromiso de lucha!
Raúl Bracho
Dos sucesos marcarán la historia de Venezuela en el próximo año, en la lucha hemisférica el comienzo de la Quinta Internacional Socialista y en la lucha interna La Campaña Admirable, nombre que desde ya sospecho pondrá nuestro comandante al esfuerzo por lograr una victoria contundente en los próximos comicios electorales en donde se deberá elegir a los representantes del Poder Legislativo.
¿Por qué Campaña Admirable?
La Campaña Admirable marcó el inicio de las luchas por la independencia de Venezuela, nadie mejor que Bolívar para describirla:
“No he podido oír sin rubor, sin confusión, llamarme héroe y tributarme tantas alabanzas. Exponer mi vida por la patria, es un deber, que han llenado vuestros hermanos en el campo de batalla; sacrificar todo a la libertad, lo habéis hecho vosotros mismos, compatriotas generosos. Los sentimientos que elevan mi alma, exaltan también la vuestra. La providencia y no el heroísmo, han operado los prodigios que admiráis. Luego que la demencia o la cobardía os entregaran a los tiranos, traté de alejarme de este país desgraciado. Yo vi al pérfido que os atraía a sus lazos, para dejaros prendidos en las cadenas. Fui testigo de los primeros sacrificios que dieron la alarma general. En mi indignación resolví perecer antes de despecho o de miseria en el último rincón del globo, que presenciar las violencias del déspota. Huí de la tiranía, no para salvar mi vida, ni esconderla en la oscuridad, sino para exponerla en el campo de batalla, en busca de la gloria y de la libertad. Cartagena, al abrigo de las banderas republicanas, fue elegida para mi asilo. Ese pueblo virtuoso defendía por las armas sus derechos contra un ejército opresor que había ya puesto el yugo a casi todo el estado. Algunos compatriotas nuestros y yo, llegamos en el momento del conflicto, y cuando ya las tropas españolas se acercaban a la capital y le intimidaron la rendición, los esfuerzos de los caraqueños contribuyeron poderosamente a arrojar a los enemigos de todos los puntos. La sed de los combates, el deseo de vindicar los ultrajes de mis compatriotas, me hicieron entonces alistar en aquellos ejércitos, que consiguieron las victorias señaladas. Nuevas expediciones se hicieron contra otras provincias. Ya en aquella época era yo en Cartagena coronel, inspector y consejero; y no obstante, pedí servicio en calidad de simple voluntario bajo las órdenes del coronel Labatut que marchaba contra Santa Marta. Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba un destino más honroso: derramar mi sangre por la libertad de mi patria. Fue entonces que indignas rivalidades me redujeron a la alternativa más dura. Si obedecía las órdenes del jefe, no me hallaba en ninguna ocasión de combatir; y si seguía mi natural impulso, me lisonjeaba de tomar la fortaleza de Tenerife, una de las más inexpugnables que hay en la América meridional. Siendo vanas mis súplicas para obtener de aquél me confiase la dirección de esta empresa, elegí arrostrar todos los peligros y resultados, y emprendí el asalto del fuerte. Sus defensores le abandonaron a mis armas, que se apoderaron de él sin resistencia, cuando hubiera podido rechazar al mayor ejército. Cinco días marcados con victorias consecutivas, terminaron la guerra, y la provincia de Santa Marta fue ocupada después sin obstáculo alguno. Tan felices sucesos me hicieron obtener del Gobierno de la Nueva Granada el mando de una expedición contra la provincia de Cúcuta y Pamplona. Nada pudo allí detener el ímpetu de los soldados que mandaba. Vencieron y despedazaron a los enemigos en donde quiera que los encontraban, y esta provincia fue liberada. En medio de estos triunfos, ansiaba sólo por aquellos que debieran dar la libertad a Venezuela; constante mira de todos mis conatos. Las dificultades no podían aterrarme: la grandeza de la empresa excitaba mi ardor. Las cadenas que arrastrabais, los ultrajes que recibíais, inflamaban más mi celo. Mis solicitudes al fin obtuvieron algunos soldados, y el permiso para poder hacer frente al poder de Monteverde. Marche entonces a la cabeza de ellos, y mis primeros pasos me hubieran desalentado, si yo no hubiese preferido vuestra salud a la mía. La deserción fue continua, y mis tropas habían quedado reducidas a muy corto número, cuando obtuve los primeros triunfos en territorio de Venezuela. Ejércitos grandes oprimían la República, y visteis, compatriotas, un puñado de soldados libertadores volar desde la Nueva Granada hasta esta capital venciéndolo todo, restituyendo a Mérida, Trujillo, Barinas y Caracas a su primera dignidad política. Esta capital no necesitó de nuestras armas para ser liberada. Su patriotismo sublime no había decaído en un año de cadenas y vejaciones. Las tropas españolas huyeron de un pueblo desarmado, cuyo valor temían, y cuya venganza merecían. Grande y noble en el seno mismo del oprobio, se ha cubierto de una mayor gloria en su nueva regeneración. Compatriotas: Vosotros me honráis con el ilustre título de Libertador. Los oficiales, los soldados del ejército, ved ahí los libertadores; ved ahí los que reclaman la gratitud nacional. Vosotros conocéis bien los autores de vuestra restauración: esos valerosos soldados, esos jefes impertérritos. El general Ribas, cuyo valor vivirá siempre en la memoria americana, junto con las jornadas gloriosas de Niquitao y Barquisimeto. El gran Girardot, joven héroe que hizo aciaga con su pérdida la victoria de Bárbula; el mayor general Urdaneta, el más constante y sereno oficial del ejército. El intrépido D´Elhuyar, vencedor de Monteverde en Las Trincheras. El bravo comandante Campo Elías, pacificador del Tuy y libertador de Calabozo. El bizarro coronel Villapol que desriscado en Vigirima, contuso y desfallecido, no perdió nada de su valor que tanto contribuyó a la victoria de Araure. El coronel Palacios, que en una larga serie de encuentros terribles, soldado esforzado y jefe sereno, ha defendido con firme carácter la libertad de su patria. El mayor Manrique, que dejando sus soldados tendidos en el campo, se abrió paso por las filas enemigas, con sólo sus oficiales Planes, Monagas, Canelón, Luque, Fernández, Buroz, y pocos más, cuyos nombres no tengo presentes, y cuyo ímpetu y arrojo publican Niquitao, Barquisimeto, Bárbula, Las Trincheras y Araure. Compatriotas: Yo no he venido a oprimiros con mis armas vencedoras. He venido a traeros el imperio de las leyes; he venido con el designio de conservaros vuestros sagrados derechos. No es un despotismo militar lo que puede hacer la felicidad de un pueblo, ni el mando que obtengo puede convenir jamás, sino temporariamente, a la República. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a la patria. No es árbitro de las leyes ni del gobierno; es defensor de su libertad. Sus glorias deben confundirse con los de la República; y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad del país. He defendido vigorosamente vuestros intereses en el campo del honor, y os prometo que los sostendré hasta el último período de mi vida. Vuestra dignidad, vuestras glorias serán siempre caras a mi corazón; más el peso de la autoridad me agobia. Yo os suplico que me eximáis de una carga superior a mis fuerzas. Elegid vuestros representantes, vuestros magistrados, un gobierno justo; y contad con que las armas que han salvado la República, protegerán siempre la libertad y la gloria de Venezuela.” (Simón Bolívar, mensaje a la Asamblea en Caracas, 2 de Enero 1.814)
Un puñado de soldados al mando de un gran hombre fueron pueblo tras pueblo sembrando la libertad y echando a los servidores del imperio, igual deberemos todos hacerlo en este tiempo, todos al mando del nuevo libertador Hugo Chávez Frías, debemos recorrer la patria y encenderla con la conciencia de la necesidad de hacer más profundo el compromiso de lucha, deberemos enfrentar con luces de valores socialistas a las raíces del individualismo y del enriquecimiento personal, que no dejan de poner en riesgo todo lo logrado, deberemos elevar las banderas más que nunca, y de manera similar a la del pueblo de Bolivia, sellar con un triunfo majestuoso, una victoria que retumbará en toda la América. Bolívar volverá y desde Cúcuta partirá de nuevo hasta Caracas, esta vez debemos triunfar en la frontera, Táchira y Zulia deben ser objetivos donde se harán imprescindibles las victorias, los agricultores de la patria nueva, todos soldados de los Fundos Zamoranos, de las ciudades Agrícolas Socialistas, el Frente Francisco de Miranda y el nuevo PSUV, no podemos desperdiciar ni un solo momento para entregarnos a esta lucha. El nuevo decreto de guerra a muerte a los pitiyanquis deberá ser nuestro himno.
Esta campaña, tendrá sus héroes, como dijo Bolívar, será cada soldado tan valioso como su comandante, la lucha debe arreciarse y demostrar a todos nuestra voluntad infinita de ser los portadores de los designios mayores de la naturaleza humana.
La Campaña Admirable ha comenzado: a vencer, a vencer, a vencer!!!
La Campaña Admirable ha comenzado: a vencer, a vencer, a vencer!!!
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