miércoles, 2 de diciembre de 2009

El sueño americano

El sueño americano
Hugo Chávez, bases militares, desestabilización nuclear y final de destierro

Oscar J. Camero
Ni hablaré de cifras ni de sofisticados postulados de la guerra, que no me los conozco, por cierto. Ni siquiera hablaré de lógica. Seré, no más, lógico.
Sabemos ya que la ínfula imperial le echó las cartas a Venezuela, rodeándola con bases militares, confinándola a una guerra o, mejor dicho, agresión. Y al mejor estilo del grande que pone a pelear a los chicos para ahorrarse el trabajo y mantener su prestigio de país “recto” ante el mundo. Lo acostumbrado, pues: Noriega, Hussein, otros.
El trabajo sucio lo harán “los tontos” de Venezuela y Colombia ─por fuerza, así habrán de expresarse de nosotros─, mientras ellos, la camarilla imperial de los EEUU, se aprestan a intervenir (como grandes redentores que son) para separar a los viejos cuates en disputas, a llamarlos a la sindéresis, a la democracia, a la marcha civilizada de las naciones, al concilio, etc; pero a intervenir para realmente determinar agresores y agredidos, según sus métodos y esquemas, y para perpetuar fundamentalmente el conflico, y sugerir en consecuencia la intervención de terceros que medien entre los problemas (es decir, cascos azules de la ONU o, en su defecto, marines de sus fuerzas armadas, o cualquier otro ardid extranjero al continente). Y ya sabemos lo que quieren: petróleo y más petróleo, petróleo elevado a la potencia. Es un viejo cuento, mil veces echado.
La inmensa provocación de establecer bases militares en los contornos de Venezuela es un hecho que habrá de ser disimulado por la pelea doméstica entre tontos. Tal es el plan, la táctica. El gobierno de Colombia lo sabe, porque participa de la vena que quiere regar con sangre a Venezuela. Provocará y provocará, sin medida. Es su papel asignado. No tiene gran cosa que perder, plagado como está de conflictos narcopolíticos y guerrilleros, y de desestabilización a granel; y sí mucho que ganar: que las élites se atornillen inmisericordemente en un país con un sistema de gobierno que distrae sus llagas con la constumbre y la eventualidad de las conflagraciones. Es el ardid del rico colombiano para permanecer en el poder. Es decir, es la democracia colombiana, ahora de exportación.
Ayer nomás un connotado periodista reveló lo que le llegó de sus fuentes: Colombia prepara un ataque tipo Ecuador a Venezuela, probablemente en los llanos, donde presuntamente se erigen campamentos de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia. Luego de lo cual la tarea primordial de instalación de las bases militares estará completada. O sea, el espectáculo de distracción internacional mientras las bases se instalan. Se suscitará una algarabía internacional en torno a países hermanos que se agreden y ya nadie se acordará de las bases Tres esquinas, Palanquero, Larandia y Tolemaida, Malambo, Apiay y todas las otras que los EEUU quieran instalar en el área.
La obra preliminar invasora estará lista. La atención internacional se habrá disipado sobre el conflicto entre países hermanos, mientras ellos ─hablo de los EEUU por todo el cañon─ ya habrán instruidos a sus aliados colombianos sobre la siguiente fase a seguir. A saber, no abandonar ya más nunca la conflictividad con el vecino y prepararse para darles curso a ellos mediante una intervención. Sostener muy fuertemente las riendas de la guerra, de modo tal que no se distraiga uno de sus perros ladrándole al vacío, como si fuera una operación matemática.
Entonces se hablará muchísimo de democracia, de derechos humanos, de progresismo, de la rectitud del gran país del norte, de su generosidad y compromiso con los derechos civiles de los pueblos, de la pobre Colombia agredida y del malvado agresor que hunde a Venezuela en una peligrosa y desestabilizadora revolución americana. Es posible oír el grito: “¡Fuerzas internacionales, a la frontera! ¡Aliados al combate!, ¡En Venezuela se fabrica el arma nuclear!” o cualquier otra cosa que maquille la preocupación fundamental de los parias que intentan intervenir en Venezuela: Chávez es una suerte ogro apropiado del pozo petrolero más grande del planeta.
Gradualmente se inducirá a Venezuela a atacar a Colombia, en virtud de inaguantables provocaciones en la frontera, preparados todos los perros de la guerra para multiplicar por rugido de cañón cualquier disparo defensivo en su frontera. Estará lista la propaganda, los incuestionables medios de comunicación ─los mismos de la “libertad de expresión”─, de adentro y fuera del país, para cumplir con su papel de agitación y confabulación. Sobran en Venezuela los pruritos traidores como para no imaginar que una guerra esté cerca. Civiles venezolanos colombianos, y viceversa.
Se trabajará la figura de Chávez. Se le alimentará una presunta megalomanía. Se le erigirá como un dictador con ínfulas de bolivariano prócer por una causa nacionalista. Probablemente un tercer país ─traidor en la jugada─ será enviado para la dotación de los ingredientes de la inimaginable arma atómica, defensora de soberanías. O enemigo claro, para “sembrar” armas como se “siembran” drogas. Larga travesía y cuento. Para entonces Chávez tiene que ser ya ─por obra y gracia de los medios─ un forajido internacional, con unas bases militares listas allende frontera para accionar en su contra como correlato. Probablemente se intente buscar en el interior del país mediante una fuerza aliada alijos nucleares de cocaína o guerrilleros de las FARC armados con misiles de no sé cuantas ojivas de poder atómico. Vale todo en la guerra, vale lo que sea necesario con tal de apartar las manos del ogro de los grifos petroleros.
Es decir, se le intentará aplicar al presidente venezolano la receta aplicada a Sadam Hussein ─salvando las distancias democráticas─, ni más ni menos, cuando lo jodieron con las armas, consejos y la misma ayuda que le dieron. Lo indujeron a una invasión, lo enmarañaron con la compra de unos ingredientes para la fabricación nuclear, lo perfilaron héroe de los sunitas y de una lucha religiosa ancestral para, finalmente, colgarlo en el asta mayor luego de la invasión a Irak.
Y todo tal cual como se pretende hacer por estos lares: que venezolanos y colombianos hagamos el trabajo ─¡de paso!─ entre nosotros mismos. Sean los colombianos quienes hagan la guerra y pongan las provocaciones, y sean los venezolanos quienes cuelguen a Chávez, concitador de guerras, mientras ellos (los aliados de siempre), se apropian de los pozos petroleros.
¿Sonó a sueño, a pesadilla fumadora? Probablemente, pero precisamente sobre tal impresión aviesa es que descansa la estrategia que se le diseña al país más inflamado de petróleo en el planeta.
La única salida a esta sentencia de guerra hacia cual han entubado a Venezuela y Colombia es la urgente conformación de alianzas internacionales y regionales, de modo que pesen en el interés de quienes miran al interior del continente. La UNASUR y su fuerza de seguridad todavía anda en planes de conformación ─esto mismo, por cierto, es un acelerante de la agresión extranjera. Hay que apresurar la marcha.
De sobra se sabe que un eventual Chávez de la guerra (o defensor de su patria) estará solo en la jugada, acompañado como siempre por la hipocresía solidaria de la ONU y por timoratos países “respetuosos del derecho de los pueblos” incapaces de arriesgar en el fondo una ayuda concreta. EEUU aislará a Venezuela y todos dirán muchas cosas, como siempre, pero no pasará nada, cual Cuba.
Y puestos ya en la tal eventualidad de la agresión y el final aislamiento de Venezuela, no serían los EEUU nada más quienes atacarían, junto a sus perros colombianos de la guerra, soñando con invasiones y expropiaciones: se trata de una movida corporal más inmensa, más acuciada por su necesidad de recursos petroleros, más íntimamente ligada al filón civilizatorio industrial que ve próximo su ocaso. Algo así como Chávez contra el mundo: EEUU, Europa, la ONU, los gobiernos traidores de América Latina (Colombia, Perú, Costa Rica, Panamá, etc) y la camarilla interna lame-botas opositora venezolana, ansiosa de colombianizar a su patria.
Santander emergiendo de su sepultura para terminar de desdibujar la huella de Bolívar. Las cúpulas del poder colocando a los pueblos en sus añosos vagones de tercera clase. ¡Y que ruede el progreso!

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