Por: Dámaso R. Reyes O.
Hoy cuando de cumple 108 años del nacimiento del Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, en homenaje a su pensamiento, me permito transcribir artículo escrito por el Maestro el 10 de Febrero de 1972, titulado LOS NUEVOS POBRES:
“Frecuentemente se habla de los NUEVOS RICOS, personas cuyos hábitos y forma de presentación sirven para descartarlas entre la categoría de los dueños de la fortuna. Son como esas personas que usan zapatos crujidores para que todo el mundo tome conocimiento de su paso. La ostentación, acompañada generalmente del mal gusto, es un signo definidor del NUEVO RICO. Los automóviles extravagantes, las lujosas mansiones con arquitectura que desentona del conjunto de las viviendas, el ruidoso tono de las fiestas, los trajes, todo tiene por objeto llamar la atención. Sus propósitos se cifran en conquistar un puesto entre la llamada gente bien, los de una clase social exclusivista, que aun cuando tolera su presencia, lo hace motivo de sus burlas. Estas, aun cuando pueden tener recursos menos poderosos, tienen el conocimiento que le viene de una larga tradición. En los NUEVOS RICOS la tradición comienza por ellos.
Hay NUEVOS RICOS y RICOS NUEVOS. Estos últimos son personas a quienes un golpe de suerte, como acertar un cuadro único de seis caballos o un billete de lotería, les depara respetable cantidad de dinero, pero en lugar de hacer alarde continúan sus labores como si nada hubiera pasado. Hacen inversiones productivas, pero sobre todo mejoran sus instrumentos de trabajo, ensanchan sus negocios. No tienen ánimo de figuración. Su mayor anhelo es educar a los hijos y dejarles una holgada posición económica. Es probable que sean estos hijos los que ingresen en la categoría de los NUEVOS RICOS, si la educación que recibieron no forma sus hábitos sociales.
Venezuela es una sociedad abierta. No hay castas ni clases sociales cerradas; y los matrimonios, muchas veces concertados para allegar fortuna o aumentar la que tiene, combina los enlaces de NUEVOS RICOS con viejos ricos. Allí comienza un diferente jerarquía, que marca muy bien Rómulo Gallego en “La trepadora”. Pero en este caso el viejo rico que pierde la fortuna encuentra en el NUEVO RICO el tronco fuerte para que suba la trinitaria. La historia de nuestro país está llena de esos casos que la novelística no hace otra cosa que poner de resalto.
Mi propósito no es hablar de los NUEVOS RICOS, ya conocidos y estudiados. Me interesa tratar de los NUEVOS POBRES, que acaso no son tan nuevos, pero que en los tiempos que corren tienen una destacada significación social, económica y política.
La sociedad de consumo, interesada en colocar los productos siempre crecientes de la industria, ha creado, mediante una propaganda, hábilmente dirigida, hábitos de consumo, que trasciende los niveles de salarios de los obreros. Estos, por encima de los gastos indispensables de comida, vestido y calzado, son compelidos a aumentar la lista de su diario, en el cual entran con detergentes y jabones, radios, televisores y artefactos domésticos, ofrecidos a crédito y pagaderos por cuotas, pero con la cláusula de reserva de dominio, que permite al vendedor recuperar el bien vendido si se deja de pagar una o más cuotas. La atención a los compromisos adquiridos consume el salario, sin que satisfaga del todo los requerimientos de los acreedores. Entonces vienen los adelantos del patrono, los adeudos a los prestamistas, con altos intereses, mientras no se repara la vivienda, se descuida la educación de los hijos. El signo distintivo del NUEVO POBRE de la sociedad de consumo es el endeudamiento que, como en las viejas industrias, compromete de por vida los salarios. Es inútil que éstos aumenten. La mecánica del proceso inflacionario hace inoperante los aumentos, porque el precio de las cosas crece con mayor velocidad y en más alto grado.
Hay entre la categoría de los NUEVOS POBRES, gradaciones, que no se miden sólo por el monto de los salarios devengados. Los desempleados y los marginados no ganan salarios u obtienen en ocupaciones de lance algún dinero, que apenas cubre perentorias urgencias.
Sostienen algunos sociólogos que una sociedad se desarrolla en la medida que crecen sus necesidades. El hombre primitivo, que vivía de la caza y de la recolección de los frutos, tenía pocas necesidades: la comida, la vivienda rústica y un precario vestido. En la medida del progreso fueron creciendo sus requerimientos. No obstante, la sociedad de consumo crea necesidades artificiales. Los productos que ofrece, de escasa durabilidad, obligan a una renovación o reparación constante. Los llamados objetos desechables, a la larga se convierten en encarecimiento. Los vestidos, zapatos y sombreros, de baja calidad, no admiten el reacondicionamiento. Sólo inmigrantes se ocupan de estos menesteres, sirviendo a domicilio muchas veces. En esa forma todo cuanto usa el obrero se torna en producto sin posible reparación.
Los NUEVOS POBRES crecen. Los trabajadores precisan medidas de protección de sus salarios y organizaciones sociales que les ayuden en el proceso acelerado de cambios para lograr la adaptación. Ese proceso no es otra cosa que un tipo de educación, que al mismo tiempo que promueve formas productivas de ocupación defienda los salarios de los efectos de la propaganda en la sociedad de consumo y hasta tanto logremos una sociedad socialista.
No es deseable el creciente deterioro de la vida del hombre, hasta empujarlo a la mendicidad. El mendigo ha perdido el hábito del trabajo y con ello la dignidad que su ejercicio apareja. El mendigo es también un producto del uso desatentado de la riqueza en los NUEVOS y en los viejos ricos. Aquellos crecen en la medida en que unos pocos tienen más.
La pérdida de la dignidad hace del mendigo un desvergonzado, que hasta llega a pensar que tiene derecho a la limosna. Me contaba una señora amiga, que a su casa llegaba un POBRE a quien daba cada vez un bolívar. En una oportunidad no tenía el bolívar y envió al mendigo medio real. La otra semana se repitió esta dádiva disminuida y el sujeto alzado en su dignidad increpó a la sirvienta: “Dígale Ud. a la señora que se busque a otro POBRE, porque yo no soy POBRE de a medio real.
La sociedad de consumo en ese mendigo tiene un producto acabado de sus influencias.”
Sigue o no sigue vigente el pensamiento del Maestro. Amigo Lector, haga Usted su Juicio.
Hoy cuando de cumple 108 años del nacimiento del Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, en homenaje a su pensamiento, me permito transcribir artículo escrito por el Maestro el 10 de Febrero de 1972, titulado LOS NUEVOS POBRES:
“Frecuentemente se habla de los NUEVOS RICOS, personas cuyos hábitos y forma de presentación sirven para descartarlas entre la categoría de los dueños de la fortuna. Son como esas personas que usan zapatos crujidores para que todo el mundo tome conocimiento de su paso. La ostentación, acompañada generalmente del mal gusto, es un signo definidor del NUEVO RICO. Los automóviles extravagantes, las lujosas mansiones con arquitectura que desentona del conjunto de las viviendas, el ruidoso tono de las fiestas, los trajes, todo tiene por objeto llamar la atención. Sus propósitos se cifran en conquistar un puesto entre la llamada gente bien, los de una clase social exclusivista, que aun cuando tolera su presencia, lo hace motivo de sus burlas. Estas, aun cuando pueden tener recursos menos poderosos, tienen el conocimiento que le viene de una larga tradición. En los NUEVOS RICOS la tradición comienza por ellos.
Hay NUEVOS RICOS y RICOS NUEVOS. Estos últimos son personas a quienes un golpe de suerte, como acertar un cuadro único de seis caballos o un billete de lotería, les depara respetable cantidad de dinero, pero en lugar de hacer alarde continúan sus labores como si nada hubiera pasado. Hacen inversiones productivas, pero sobre todo mejoran sus instrumentos de trabajo, ensanchan sus negocios. No tienen ánimo de figuración. Su mayor anhelo es educar a los hijos y dejarles una holgada posición económica. Es probable que sean estos hijos los que ingresen en la categoría de los NUEVOS RICOS, si la educación que recibieron no forma sus hábitos sociales.
Venezuela es una sociedad abierta. No hay castas ni clases sociales cerradas; y los matrimonios, muchas veces concertados para allegar fortuna o aumentar la que tiene, combina los enlaces de NUEVOS RICOS con viejos ricos. Allí comienza un diferente jerarquía, que marca muy bien Rómulo Gallego en “La trepadora”. Pero en este caso el viejo rico que pierde la fortuna encuentra en el NUEVO RICO el tronco fuerte para que suba la trinitaria. La historia de nuestro país está llena de esos casos que la novelística no hace otra cosa que poner de resalto.
Mi propósito no es hablar de los NUEVOS RICOS, ya conocidos y estudiados. Me interesa tratar de los NUEVOS POBRES, que acaso no son tan nuevos, pero que en los tiempos que corren tienen una destacada significación social, económica y política.
La sociedad de consumo, interesada en colocar los productos siempre crecientes de la industria, ha creado, mediante una propaganda, hábilmente dirigida, hábitos de consumo, que trasciende los niveles de salarios de los obreros. Estos, por encima de los gastos indispensables de comida, vestido y calzado, son compelidos a aumentar la lista de su diario, en el cual entran con detergentes y jabones, radios, televisores y artefactos domésticos, ofrecidos a crédito y pagaderos por cuotas, pero con la cláusula de reserva de dominio, que permite al vendedor recuperar el bien vendido si se deja de pagar una o más cuotas. La atención a los compromisos adquiridos consume el salario, sin que satisfaga del todo los requerimientos de los acreedores. Entonces vienen los adelantos del patrono, los adeudos a los prestamistas, con altos intereses, mientras no se repara la vivienda, se descuida la educación de los hijos. El signo distintivo del NUEVO POBRE de la sociedad de consumo es el endeudamiento que, como en las viejas industrias, compromete de por vida los salarios. Es inútil que éstos aumenten. La mecánica del proceso inflacionario hace inoperante los aumentos, porque el precio de las cosas crece con mayor velocidad y en más alto grado.
Hay entre la categoría de los NUEVOS POBRES, gradaciones, que no se miden sólo por el monto de los salarios devengados. Los desempleados y los marginados no ganan salarios u obtienen en ocupaciones de lance algún dinero, que apenas cubre perentorias urgencias.
Sostienen algunos sociólogos que una sociedad se desarrolla en la medida que crecen sus necesidades. El hombre primitivo, que vivía de la caza y de la recolección de los frutos, tenía pocas necesidades: la comida, la vivienda rústica y un precario vestido. En la medida del progreso fueron creciendo sus requerimientos. No obstante, la sociedad de consumo crea necesidades artificiales. Los productos que ofrece, de escasa durabilidad, obligan a una renovación o reparación constante. Los llamados objetos desechables, a la larga se convierten en encarecimiento. Los vestidos, zapatos y sombreros, de baja calidad, no admiten el reacondicionamiento. Sólo inmigrantes se ocupan de estos menesteres, sirviendo a domicilio muchas veces. En esa forma todo cuanto usa el obrero se torna en producto sin posible reparación.
Los NUEVOS POBRES crecen. Los trabajadores precisan medidas de protección de sus salarios y organizaciones sociales que les ayuden en el proceso acelerado de cambios para lograr la adaptación. Ese proceso no es otra cosa que un tipo de educación, que al mismo tiempo que promueve formas productivas de ocupación defienda los salarios de los efectos de la propaganda en la sociedad de consumo y hasta tanto logremos una sociedad socialista.
No es deseable el creciente deterioro de la vida del hombre, hasta empujarlo a la mendicidad. El mendigo ha perdido el hábito del trabajo y con ello la dignidad que su ejercicio apareja. El mendigo es también un producto del uso desatentado de la riqueza en los NUEVOS y en los viejos ricos. Aquellos crecen en la medida en que unos pocos tienen más.
La pérdida de la dignidad hace del mendigo un desvergonzado, que hasta llega a pensar que tiene derecho a la limosna. Me contaba una señora amiga, que a su casa llegaba un POBRE a quien daba cada vez un bolívar. En una oportunidad no tenía el bolívar y envió al mendigo medio real. La otra semana se repitió esta dádiva disminuida y el sujeto alzado en su dignidad increpó a la sirvienta: “Dígale Ud. a la señora que se busque a otro POBRE, porque yo no soy POBRE de a medio real.
La sociedad de consumo en ese mendigo tiene un producto acabado de sus influencias.”
Sigue o no sigue vigente el pensamiento del Maestro. Amigo Lector, haga Usted su Juicio.
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