jueves, 10 de septiembre de 2009

Las Alamedas de Allende

Las Alamedas de Allende
Por: Neri La Cruz
Por donde habrá de pasar el hombre libre…profetizó con maestría el Compañero Presidente, hace ya, 36 años. Fue la última frase del último discurso de Salvador Allende que ha quedado grabado como aliento de los pueblos en la conciencia de América.
Y hoy ese discurso tiene más vigencia que jamás. Porque Allende había ganado unas elecciones a pesar del inmenso caudal de dinero que la derecha chilena ponía a favor de la oligarquía copeyana chilena, con el único afán de evitar su llegada al Palacio de La Moneda. Arrancó pues, su gobierno con grandes expectativas y aún más grandes controversias internas. La masa obrera minera y de la construcción que sumaban cerca del sesenta por ciento del universo trabajador apoyaba decididamente al gobierno, mientras la pandilla pro imperialista conspiraba hasta en los mismos cimientos del ejército chileno.
Un sector ultraizquierdista tocado por lo mismo que hoy toca aquí al banderarojismo y el llamado Tercer Camino, ciego y pernicioso, criticaba desconsideradamente las acciones del presidente sin atender a los ruegos que el presidente mártir les hacía en aras de evitar lo que presentía que venía. Mientras que, un desafecto militar escondía en unos lentes oscuros la infamia de sus acciones conspirativas y fraguaba desde hace tiempo el golpe militar que expondría en la muerte del presidente, el trofeo de la ignominia.
Por eso Chile es un ejemplo y un libro de enseñanzas. Y llegó la navaja fascista del 11 de Septiembre famélica de sangre. Desde muy temprano, Allende se apertrechó en palacio y ordenó a su lugarteniente que le trajera la metralleta que Fidel hacía poco le había regalado. Cómo hubiera querido a lo mejor Allende, que ese instrumento de guerra posara en un rincón de recuerdos en la Chile Socialista, unos años después. Pero ese no fue el destino de la herramienta. Tampoco el futuro de Chile en lo inmediato de esos días, fue el socialismo. Por eso Allende es mas ejemplo todavía. Cuando supo que el sátrapa a quien le confió cuidar las armas de su pueblo era el mismo que las utilizaba para derrocar al gobierno popular, se infló de dignidad y aguantó el porrazo de una traición a todas luces además, obscena.
Entonces se apertrechó en La Moneda. Se entrelazó la metralleta en el torso decidió dar la pelea. Fue cuando se dio la orden fascista de bombardear el palacio presidencial. Fue también cuando Allende, colmado de la dignidad más grande que hombre alguno pueda guardar, decide defender sus espacios de gobierno soberano hasta con su propia vida.
Ya allí el presidente, a sabiendas de que la contrarrevolución saciaría con sangre sus ambiciones, deba por sentado la entrega de su vida como ejemplo para todas las generaciones, de que a veces la vida vale más después de la vida

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